Después de siete años alejada de su país, en 1980, Sophie Calle regresa a Francia. Durante su voluntario exilio, París ha cambiado tanto que apenas la reconoce. Había perdido el contacto con las personas de su entorno y, sin referentes, se siente tan desorientada en su propia ciudad, tan desconcertada por los cambios, que decide seguir a extraños, elegidos al azar, y dejar que sean ellos los que dirijan sus pasos. Al principio se conforma con momentos fugaces y aleatorios. Pequeñas rutas de seguimiento hasta una meta cercana. Con el tiempo, se atreve a ir cada vez más lejos. La persecución le lleva hasta sus puestos de trabajo o de ocio, donde asiste a citas y compromisos. Aun manteniéndose oculta, siempre en la sombra, se implica en fragmentos de la vida de sus perseguidos. Acompasa sus ritmos y termina por convertirlo en una suerte de ritual, que da por terminado ... con la persecución de un hombre, Henri B., durante quince días, hasta Venecia. Allí, desde la ventana de enfrente de su hotel, le somete a un cerco de vigilancia, que continúa incansablemente por la ciudad. Descubre entonces sus planes mas íntimos y las razones que le llevan a visitar a otros. Le retrata, pero también fotografía lo que él fotografía. Ese año es el primer trabajo de persecución artística de Calle. Es conocida como la Suite Vénitienne.

En el mes de abril, un año más tarde, Sophie pide a su madre que acuda a la agencia Duluc, Detectives Privados, con el propósito de hacer que la espíen y vigilen. Desea cambiar de papel y saber lo que se siente al ser perseguida. El investigador desconoce el verdadero encargo, así que redacta un informe detallado de sus actos, de sus movimientos, con pruebas fotográficas sobre su existencia. Sophie, por mediación materna, encarga su propia persecución, aunque no puede conocer con certeza cuándo, ni durante cuánto tiempo, ni tampoco en qué lugar le van a seguir. De esa manera cambia las identidades, la autoría de la acción. El perseguidor se convierte en perseguido. En este trabajo desarrolla un simulacro de realidad, que llamó La Filature. La sombra en la que debía convertirse su rastreador, si no deseaba ser descubierto. El escritor estadounidense Paul Auster, seducido por la idea, reelabora el personaje de Sophie Calle en Leviatán bajo el nombre de Maria Turner. Colaboran juntos en un manual de cómo conseguir que una ciudad, en concreto Nueva York, resulte más amable, Gotham Handbook. Jean Baudrillard participa con Sophie en el trabajo Suite Venitienne con el texto Please, follow me: Seguir a otro es darle, de hecho, una doble vida, una existencia paralela. En el escrito habla de la emoción de perseguir a un desconocido por la calle, a intervalos breves, sin programarlo. De esa manera transmite la idea de que la vida de los seres humanos se fundamenta en un recorrido casual, sin destine determinado y, por tanto, fascinante. La ciudad de Sophie Calle es la ciudad vista con la mirada de una artista-poeta que traduce el simulacro de su vivencia desde el campo literario, donde realidad y fantasía se confunden para, desde allí, materializar el acto artístico.

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En 1998, Francesco Jodice, artista y arquitecto, plantea Secret Traces. Se acerca a una ciudad, generalmente muy poblada, que no conoce y desea recorrer con la experiencia y desenvoltura de un residente. Habla con algún desconocido y le propone que, si 10 aprueba, va a ser perseguido algún día, en cualquier momento, desde la salida de su casa hasta un destino final, sin proporcionar más datos, para que sus movimientos sean lo más espontáneos posibles. A partir de entonces el equipo perseguidor debe tener previstas todas las posibilidades, ya que el individuo puede que decida ese día hacer el trayecto a pie o en algún medio de transporte. Nueva York 19 de septiembre de 1999, Milán 26 de marzo de 2002, Perth 23 de enero de 2003 y, ahora, Tarragona 12 de marzo de 2007, son algunas de las ciudades y fechas documentadas.

En los vídeos del seguimiento, Jodice muestra al desconocido, casi siempre, de espaldas. Coloca la cámara de manera que el espectador pueda participar de la sensación subjetiva de perseguidor. Simpatizar con la víctima ha sido, desde siempre, el motivo de los géneros de persecución, sean de suspense y terror, de espionaje o de aventuras, tanto en el medio cinematográfico como en el literario. En las situaciones en las que se describe un seguimiento, el malestar en el espectador, o lector, se sucede in crescendo. Generalmente empieza con la presentación del perseguido en la figura de víctima, con la desventaja del que ignora lo que ocurre. Después se produce, invariablemente, una violación ajena de la intimidad, para recabar datos. Se añade posteriormente la inquietud de la captura, para finalizar con el enigma del desenlace. Sin embargo, Jodice elimina voluntariamente cualquiera de estas fases y el sentimiento de complicidad y afectación que les acompaña. La persecución que realiza es de una naturaleza completamente diferente. Las imágenes que aparecen en fotogramas secuenciales y el sonido ambiente, la caja de ruidos, permiten establecer una equivalencia con el tiempo real. Pero la asepsia con la que se proyectan y la distancia focal que utiliza para filmar alejan la sensación de realidad, al tiempo que preservan la intimidad y el anonimato del sujeto. Al no conseguir identificarle, el espectador no se implica emocionalmente. La presentación adopta un formato documental que facilita mantener la distancia necesaria para el análisis y la conclusión. Se destacan los momentos relevantes de las acciones clave, que proporcionan información, y se evitan las escenas secundarias, que son las que suelen remitir a lo sentimental. La persecución constituye un acuerdo entre pares. Un pacto de acción con una incógnita que permanece sin resolver: la temporal.

Jodice no parece interesado en las manifestaciones artísticas con significación íntima o personal, sino en las que descubren la relación que tiene un ciudadano con su entorno. Cuando un habitante camina por su ciudad lo hace de una manera diferente a como pueda hacerlo un turista bien informado. El grado de pertenencia y acomodación al espacio donde vive se reconoce por el ritual de sus gestos cotidianos. Poder observar de cerca los recursos que utiliza y las estrategias que pone en marcha para solucionar los inconvenientes que encuentra durante el recorrido diario, sin alterar su rutina, proporciona un tipo de información que el mismo desconocido sería incapaz de facilitar de manera consciente. Pasados unos días desde el anuncio del seguimiento y asumida la novedad, el perseguido retoma su vida cotidiana. En el momento en que deja de estar expectante y de impostar las conductas y los gestos es cuando el sujeto se comporta como un ciudadano más y, entonces, cobra sentido la persecución. Con el pacto, la acción se convierte en un acuerdo de búsqueda y extravío mutuo. Pero también en algo más. Al seguir sus pasos seguros se podría pensar que el artista adopta la identidad del residente habitual. Una alteridad que le permitiría convertirse durante un tiempo en el otro, en su sombra. Sin embargo, como la iniciativa surge del perseguidor, el acuerdo es mutuo, y la acción tiene un carácter impersonal, la figura del residente pierde fuerza y entidad. Con esta acción meditada, Jodice no sigue a un individuo en concreto, sino que acaba persiguiendo sombras de ciudad.

Un extraño orgullo nos impulsa a poseer al otro y penetrar su secreto. Para que nos aprecie pero, sobre todo, para resultarle fatal. Si para Baudrillard el seguimiento a un desconocido es una emulación irónica del comportamiento del enamorado no correspondido, una búsqueda del deseo, en definitiva, la seducción en estado puro, Jodice, al eliminar el elemento emocional, lo convierte en un análisis, impersonal y objetivo, de la manera en que el habitante se desenvuelve en su localidad, sin dejar de observar su integración en la estructura de población. En las ciudades conviven diferentes grupos de residentes. Evidentemente, no todos han nacido allí. Los motivos que les han llevado a decidir habitar en el mismo lugar son distintos, aunque, desde el origen del primitivo burgo, la mayor facilidad para encontrar trabajo es el principal.

Ningún habitante, sea nativo o inmigrante, tiene por qué tener, en principio, más coincidencias con otro de las que se derivan de una personalidad compatible y, sin embargo, algo indeterminado lleva a confundirles a todos en poco tiempo. Rineke Dijkstra es una de las artistas que, desde los noventa, con más constancia registra con su cámara este hecho. Sus fotografías muestran la transformación física de adolescentes recién llegados a la ciudad desde otros lugares, con rasgos muy reconocibles de otras culturas, y como al poco tiempo de vivir allí es prácticamente imposible diferenciarlos de otros ciudadanos nativos. En su actitud y apariencia resultan todos similares. Como si se hubiera establecido entre los habitantes un pacto no escrito de homogeneidad, que delata su pertenencia a un espacio urbano y que va mas allá de circunstancias pasajeras, como la moda.