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Santiago Ydáñez. La imagen abolida

Exposición / CAS. Centro de las Artes de Sevilla / Monasterio de San Clemente - Torneo, 18 / Sevilla, España
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Cuándo:
21 feb de 2013 - 21 mar de 2013

Inauguración:
21 feb de 2013

Comisariada por:
Iván de la Torre Amerighi, Juan Ramón Rodríguez-Mateo

Organizada por:
CAS. Centro de las Artes de Sevilla

Artistas participantes:
Santiago Ydáñez

       


Descripción de la Exposición

La exposición Santiago Ydáñéz. La imagen abolida, plantea una tesis de investigación y un marco de reflexión que afecta no sólo a los planteamientos de todo orden -significativos, plásticos, estéticos, simbólicos...- desplegados en la obra del artista, ni únicamente a las derivas del lenguaje pictórico figurativo más actual de modo global, sino que, fundamentalmente, se detiene a cuestionar la preeminencia e importancia que la imagen como valor único, probatorio y absoluto ha alcanzado en el mundo actual. Apoyándose en el título, inspirado en un verso del poeta y novelista Alfredo Taján, que bien pudiera parecer paradójico por cuanto en la obra del artista jiennense la imagen parece no ser abolida sino elevada al paroxismo, la muestra trata de demostrar que las imágenes que hace emerger Ydáñez han sido desposeídas de todo contenido demostrativo, connotativo, discursivo, evocativo... para reinstaurarse en un estadio antecedente, prístino, puramente pictórico. La imagen icónica ha dejado paso a la imagen artística en un proceso donde el término abolición, en primer lugar, resume un conjunto de actuaciones vinculadas al reconocimiento del perverso manejo de la imagen en la actualidad y, en segundo término, remite a la voluntad de elevar el proceso de creación artística a la importancia que ha perdido desde que la simulación y la virtualidad han suplantado a la representación en nuestro encuentro con la realidad.

 

Abolida la imagen

Extirpadas las lenguas

Los plumajes impíos

Las heridas nocturnas

La placidez del junco

El cálatos los higos

Las granadas abiertas

La sal sobre la nieve

El tacto de la seda.

 

Estos contenidos a los que, inexorablemente, se anuda y vincula la imagen actual, constreñida por los medios de comunicación, la televisión y la publicidad, las comunidades virtuales, demuestran cómo ésta se ha visto obligada a ocupar un papel subsidiario con respecto al discurso y su intencionalidad, cualquiera que esta sea. Lo cual es aún más paradójico cuanto más comprobamos la insignificancia, intrascendencia y banalidad de los discursos desplegados. '...la imagen desnuda o autosuficiente, la imagen pura, que dice o significa por sí misma, sin relación al lenguaje, no existe...', como nos indica José Jiménez2. Las representaciones descarnadas y directas de Ydáñez no abolen la imagen. Muy al contrario, reconociéndola -toda abolición, en parte, supone dotar de entidad a lo derogado-, la reinventan, la resucitan, (re)situándolas en un lugar primitivo, previo a la manipulación de la herramienta arte por parte del poder mediático, obligando al espectador a un proceso de recontextualización de las mismas en función de unos conocimientos y sentimientos absoluta y radicalmente individuales y privados. El verbo abolir implica, también, asumir la emergencia de una resurrección, de un nuevo estado. De tal modo, la imagen renace y se re-presenta a sí misma sustentada por un cuerpo pictórico, siendo ella su principio y final, su arcano y su evidencia.

 

Es por ello por lo que, como materia prima de la cual partir, Ydáñez selecciona en innumerables ocasiones imágenes con una carga específica y pesada -imágenes devocionales, de asesinos, de personajes reconocidos y reconocibles, autorretratos...- que son sometidos a ese firme proceso artístico inverso que engendrará una imagen sustantiva, nueva y esencial, una imagen desnuda, meramente pictórica. Nuestro enfrentamiento con la realidad está mediatizado por una iconografía visual anclada en nuestra memoria individual y colectiva; conocemos y reconocemos por medio de la imagen, que no es más que un reflejo especular de la misma, pero tan fuerte y potente que la suplanta.

 

En otro tiempo fueron las prácticas pictóricas o escultóricas las que se pusieron al servicio de estos mecanismos de suplantación por intereses que hoy nos resultan claros y tangibles, diseñado la escenografía dramática y gestual que el poder requería en cada momento histórico, afirmación que no podemos sostener del mismo modo en la actualidad, a menos que la conclusión obtenida en cuanto a la finalidad de estas manipulaciones sea la voluntad de adormecimiento de la sociedad por medio de subsumirla en un tiempo continuado de ensoñación virtual. Pero la imagen del Asesino no es ni será capaz de representar la dimensión absoluta de la maldad ni la imagen de una virgen o una santo la revelación absoluta de la divinidad. Del mismo modo que las series fotográficas de Étienne Jules Marey sobre desvanecimiento de un niño epiléptico -reordenadas e invertidas, en una secuencia inversa e ilógica, por el pintor en la pieza Sin título (Desmayo) de 2001- tampoco alcanzan la dimensión absoluta de la enfermedad. Ydáñez empuja el cuerpo que componen las imágenes hacia la esfera de lo que son, imágenes, sin ninguna voluntad de que sustituyan o suplanten otras dimensiones.

 

Esas excusas materiales, desde los paisajes hasta los ejemplos de imaginería religiosa, son generalmente robadas al medio fotográfico -clave de importancia, puesto que ha sido la fotografía el medio que de modo más fascinante ha coadyuvado a transformar la realidad en su imagen y a relegar a aquello que no es imagen, y que por tanto no ha pasado por sus manos mediadoras, al marco de lo improbable-, por lo que no hay enfrentamiento directo con la realidad que las genera. Nos encontramos ante un proceso indirecto, de ahí que sea pertinente la utilización del término reinvención.

 

Si bien en numerosos textos se define a Ydáñez como autor barroco, hay una diferencia sustancial entre ser -en tanto que unido a los términos pertenencia y dependencia- barroco, y sentirse fascinado por el barroco y sus mecanismos de representación y escenificación. Ni siquiera es un romántico, puesto que lucha contra la acuñación de la obra como expresión del sentimiento Santiago Ydáñez 9 y contra la identificación del artista como creador y producción genial. Basta mirar sus autorretratos, tras la soberbia, tras la 'exaltación de un ego henchido'3 queda una caricatura gestual, una performance dramática que indaga en los procesos expresivos humanos y en la reinterpretación de los mismos. Enrique Juncosa empleó muy bien el término de expresionismo objetivo para definir su estudio de los estados emocionales4, un contrasentido bien traído puesto que objetividad y exacerbación expresiva que se concilian en sus obras no son esferas sinónimas.

 

La melancolía de todas estas sensibilidades que confluyen -barrocas, románticas, contemporáneas...- por un tiempo acabado, la misma melancolía que exudan los versos de Taján, están presentes en todas sus obras. Como lo está la contención cromática -mecanismo de equilibrio ante la vehemencia del gesto técnico-pictórico- para que no se confunda la búsqueda en el fluyente río de la historia del arte con una burda imitación.

 

Detrás del reflejo, detrás del icono, detrás de la representación, se esconde la verdad que la detonó. Ydáñez busca al hombre detrás del asesino, a la mujer tras la virgen, la naturaleza tras la postal de paisaje, a sí mismo tras el retrato. Al mismo tiempo, a consecuencia del proceso, queda al descubierto la máscara ficticia y fascinante, como la piel seca de un discurso que ha sido mudada. Y el artista encuentra el dolor verdadero tras el gesto doliente, la enfermedad tras el gesto enfermizo, la vida que se fue tras la caricatura momificada de la muerte.

 

Se restituye la imagen, se reinventa la imagen, se abole la imagen.

 


Imágenes de la Exposición
Santiago Ydáñez, Asesino, 2009

Entrada actualizada el el 26 may de 2016

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