Descripción de la Exposición
Las burbujas brillan como madreperla en tus dedos, para después salir disparadas haciéndote cosquillas en manos y brazos conforme avanzas.
Hoy tus movimientos cortan el agua de manera familiarmente distinta, este archivo de memoria material que atraviesas sin dejar estela acaricia todo tu cuerpo, y tratas de mantener el vientre recto y que tus pies no se hundan, para ser tú también una caricia en él.
Avanzas, ladeas la cabeza, bocanada de aire y espuma salitrosa. Piensas en esa vieja entrevista que viste hace unos días, en Antonio Gala diciendo que un náufrago ahogándose en el mar es más grande que el propio mar, porque el náufrago sabe que se muere y el mar no sabe que lo mata; también decía que la muerte es un salto, pero no al vacío, sino más bien un salto acolchado. Continúas avanzando, pero cierras los ojos y ves la imagen de la Tumba del nadador, ese misterioso cuerpo aislado en el cielo en mitad de su salto a la eternidad.
Abres los ojos. Azul. Ardor de sal en la nariz. En esta última brazada decides que tu cuerpo gire acompañándola hasta el final, sin esfuerzo, hasta que quedas mirando hacia arriba. Azul. Tan ligero. Todas tus extremidades se estiran, abriéndose, y el agotamiento del mundo parece hundirse, pero esta vez tú no con él.
Hace unos meses leíste que el primer vestigio conocido de humanos nadando se encuentra en medio de un desierto. En algún lugar de Egipto, unos nadadores suben a braza por las paredes de una cueva. Aquellos que han nadado sobre profundidades de más de mil metros lo comparan a estar en el cielo y mirando al diablo a la vez, y ahora que todo es azul lo comprendes. La línea brillante que une esos dos azules te abraza, y tú ondeas con ella. En ella. Te divierte sentir cómo tu pecho se eleva y se entierra, al compás de tu respiración, cada vez más pausada.
Quizá al nadar se sentía liberado Lord Byron de su cojera innata, en Venecia lo hacía con una antorcha en la mano para que lo vieran los gondoleros, así lo cuentan. Esa imagen aparece en tu mente de manera vívida: una suerte de fuego fatuo recorriendo la superficie del agua en los sombríos canales, como una estrella caída del cielo sobre las oscuras aguas. En realidad, en Grecia los astros y las constelaciones se veían muchas veces como jóvenes que, debido a los movimientos que se producían en el firmamento, surgían del mar y después volvían a sumergirse en él.
Una corriente fría roza tu costado y decides ir en su busca. Te sumerges, como cuando Teseo se zambulló en busca del anillo, y “ojos brillantes como lirios vertían lágrimas, pues esperaban onerosa fatalidad”, pero Teseo llegó buceando hasta el palacio de Poseidón, y volvió. Y tú también vuelves, y el Sol sigue ahí, y el brillo, y el azul, y el pelo te huele a sal.
— Cristina Spinelli
Exposición. 17 dic de 2024 - 16 mar de 2025 / Museo Picasso Málaga / Málaga, España
Formación. 01 oct de 2024 - 04 abr de 2025 / PHotoEspaña / Madrid, España