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Su obra se caracteriza por la sobriedad en el color, y la intensidad y equilibrio que ésta emana. Cuando Badri pinta es siempre abstracto y sus composiciones son de una ... sutileza y un lirismo imposibles de pasar por alto. Nada en su composición es gratuito ni sobrante. Se trata de un lirismo callado y profundo al mismo tiempo. Intenso. Casi místico. Otras obras sin embargo, sobre todo aquellas en que está presente la fotografía, pueden resultar duras hasta la desolación. Ruinas, vacío y destrucción. Campos de invierno. Nieve fría, unas veces melancólica, otras cortante. Personas que miran en silencio directamente al espectador. Que se ofrecen al público, generando en éste una sensación de pudor o vergüenza.

El pueblo, la tierra, son elementos también presentes en sus obras. Ya sea a través de imágenes directas de personas, a través de trajes populares o espacios deshabitados, en que algo nos habla de la gente que los habita o habitaba.

EN LOS LÍMITES DE LO QUE HUBO O HABRÁ

Con furia y guantes de seda, los ojos inocentes y calma en la palabra, perforando la memoria en busca de cuantas imágenes hicieron mella en su día, así, Badri frente a los interrogantes.

El camino de las emociones discurre por territorios desconocidos, a menudo pedregosos o enfangados que Badri conoce bien, caminos que vienen desde el mar Muerto o desde los campos de batalla de Stalingrado, caminos que avanzan o retroceden en el tiempo, que nos acercan al pasado o nos dejan indefensos frente al futuro.

A la vieja manera de los Dadaístas, que jugaban a salir a la calle en busca de la belleza escondida, Badri cargando una conciencia repleta de luces y sombras se lanza por senderos de gloria a retratar el espíritu de las emociones sublimando el dolor, la miseria, la soledad, la inocencia petrificada en las miradas.

Encontrar bello el desconchón que el paso del tiempo y el abandono han originado en el simple muro de los arrabales de una ciudad de nuestro tiempo no está al alcance de todo el mundo, hacer de esa ruina material un templo espiritual, al alcance de unos pocos escogidos y cuando el desconchón, el desgaste, la ruina, es en un rostro donde aparece…

Badri trabaja esas imágenes de la misma manera que un artista clásico, ruso o georgiano, se enfrentaría a un icono religioso, con unas cuantas premisas imprescindibles; por un lado la belleza ha de estar presente en el resultado final, y esa belleza no ha de quitar espiritualidad a la obra.

Toda la obra de Badri respira religiosidad, desde aquellos primeros cuadros casi monocromos en los que el espacio y el tiempo eran la misma cosa y la profundidad del plano no era otra cosa que el tiempo pasado, hasta las fotografías intervenidas con técnica de pintor clásico en las que trabaja en la actualidad y donde siempre aparece un objeto central situado a manera de altar.

Otra de las constantes del artista es la humildad en la ejecución de sus obras, el autor siempre en segundo plano, el foco de la gloria para la imagen protagonista.

La gama de colores con la que trabaja Badri es muy limitada, en los cuadros predomina un blanco sucio, (blanco Badri), semejante al ampo, el blanco de la nieve que por la noche ilumina los extensos campos de viñas que pueblan su memoria y en las fotografías el gris se adueña de la imagen. Blanco y gris, los colores de la memoria.

Cuando Badri quiere hacernos reflexionar sobre un detalle concreto de alguna de sus obras, acostumbra a lanzar un fogonazo colorista, casi siempre rojo, que apunta certero a la conciencia del observador. El rojo en los artistas rusos siempre ha tenido doble o triple significado, la propia palabra en ruso (krasni) además de rojo significa bello y felicidad y no olvidemos que Badri aunque georgiano de nacimiento se hizo artista en San Petersburgo.

En las últimas obras, Badri coloca delante de la fotografía intervenida, unos vestidos encajonados en estructuras metálicas y en otros casos unas camisas silueteadas recortadas en metacrilato; son la cáscara del ser humano, albergues pasados o futuros de seres humanos, límites atemporales que los conformaron, dieron cobijo y volverán a hacerlo una y otra vez. Memoria de lo que hubo y habrá, el pasado y el futuro en tiempo presente, la metafísica de Badri que congela las imágenes convirtiéndolas en relojes de los tiempos que corren.

José Luis de la Cámara