Vivimos en un contexto socioeconómico que nos exige continuamente ser los mejores, los más productivos, los más guapos, los más ricos... en definitiva, los más competitivos. El mérito es una cuestión acumulativa y lineal: o sigues el camino indicado y te coronan con laureles, o eres un perdedor y no mereces trofeo alguno. Es precisamente este poder para definirnos que contiene el objeto condecorativo en lo que se centra la investigación plástica de David Méndez Alonso, quien nos sitúa en una sala de trofeos, no sin cierta ironía, no sin cierta actitud contestataria- para acabar forjando una oda al fracasado. Así pues, prescinde de grandes figuras protagonistas y opta por la acumulación de pequeños objetos y anagramas como recurso expresivo, creando así, un gran cajón desastre de símbolos cuyo significado es pervertido por el del que tienen al lado. ... De esta manera, permite que se vayan trabando entre sí y que estas relaciones y asociaciones crezcan formando un entramado que llega a suponer un lenguaje nuevo en el que el espectador puede (y debe) interferir a sus anchas, siendo imposible que éste deje de lado su bagaje vital. Cuando recurre a escenas más narrativas, se decanta por situaciones que suceden en espacios interiores. El concepto de sala o espacio privado, es importante en cuanto a que alude a los fenómenos que solo se aprecian en la soledad y la introspección. Lo que nos remite al aislamiento y la incapacidad de comunicación del perdedor, del inadaptado... o de la sociedad misma al completo. Este espacio íntimo es también lugar para una nostalgia abrumadora y una ensoñación casi infantil que deriva en una gran fascinación por el pasado y por lugares lejanos y desconocidos. En conclusión, ¿personajes inadaptados, subjetividad, evasión al pasado y a lugares exóticos?... no podemos sino calificar la visión de David Méndez como la de un romántico, y no como el último, sino como un reflejo del coherente sentimiento de una generación de cara a su entorno.