Descripción de la Exposición
En raras ocasiones, la identidad nos fuerza a salir de la identidad, del mismo modo que la reflexión desenfrenada nos puede alejar de la razón o el mar pierde su centro al arrullo de la luna. Si hay identidades sólidas que puedan hacerlo con cierta facilidad, la andaluza es una de ellas. Ya lo vaticinó Antonio Machado: es posible que, a fuer de andaluz, se deje de ser andaluz. Y, en eterno retorno, se vuelve con ello a ser andaluz. Por eso es bueno abandonar la idea de una identidad pétrea y cerrada en sí misma. Tarea difícil, habida cuenta de las ruinas que nos asolan con su devastación, no se sabe si predispuestas a conversar o encrespadas en su monólogo triste. Pero Andalucía –ya lo saben– es la negación que todo lo afirma.
Para acometer esa empresa es preciso entender que las ruinas no yacen: descansan. Las ruinas no juzgan: juegan. Las ruinas no hablan del pasado, sino que son resortes de apertura y superación. La identidad tiene una enorme necesidad de ruinas, así que las crea cuando escasean y las devora cuando sobran. Las ruinas pesan y pasan. Dejan de ser naturaleza muerta en el momento en que comprendemos que todos esos fragmentos inertes ejercen una misma atracción molecular sobre nosotros, armando el eje de nuestro tiempo. Antes que el réquiem por aquello dejamos atrás, son las ruinas la reminiscencia del presente que continuamente se nos cuela entre los dedos. No son los vestigios milenarios dueños de nuestros gestos, así como la arqueología no es la diosa del presente. Sin embargo, la vida es posible gracias a la animación puntual y azarosa de las manecillas de ese reloj que da la hora de una inmortalidad arbitraria y finita que llamamos Andalucía. Las ruinas no están ahí, sino aquí. Mirar la colección de Miguel Núñez nos ayuda a estar en la identidad sin la identidad. Las ruinas pesan y pasan, mas también quedan y liberan en tanto movimiento.
Las ruinas no son, sino somos, porque las ruinas son el resultado histórico y por tanto divino del arte que nace y huye de la identidad. Nuestro acento, nuestra memoria y aun nuestro aroma vienen de las ruinas a pesar de nosotros, igual que hablan de nosotros a pesar de las ruinas. Las ruinas vienen de nuestros sueños y de nuestra identidad actualísima a pesar de las crónicas ancianas más fidedignas a los hechos. Por más que escarbáramos en la memoria durante una eternidad, no hallaríamos más certeza que la gloriosa fragilidad de nuestro ser, pues las ruinas están esparcidas y confundidas en el recuerdo personal y el lienzo de la historia. Esa búsqueda a tientas e insaciable está condenada a un fracaso que pocos se atreverían a confesar.
Llamamos a estas ruinas Roma, Al Andalus, Sur, Andalucía, pueblo, comunidad, nosotros, matria, humanidad. Tal vez las palabras se nos muestren esquivas en exceso. Sería inquietante que no ocurriese así. Lo que importa es que siempre estamos hallándolas, reinventándolas y abandonándolas a pesar de nuestra imaginación vaga y febril que fantasea con escapar del lenguaje, con regresar a los dominios todopoderosos y sin poder de la niñez. La infancia, la identidad y la religión nos vinculan a todos como una bolsa de agua subterránea. Arriba, nos corona una misma deidad solar que trasciende los nombres y autoriza a tratar las cosas mundanas con tanta solemnidad como desenfado.
Ignoro si Miguel Núñez Torres quería decir esto, en todo o en parte. Si no fuera así, que hable más alto y claro. Mi cometido no es decir sino contar.
Rubén Pérez Trujillano
Exposición. 19 nov de 2024 - 02 mar de 2025 / Museo Nacional del Prado / Madrid, España
Formación. 23 nov de 2024 - 29 nov de 2024 / Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (MNCARS) / Madrid, España