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Los colores de Frank Jensen-calientes, intensos, activos- emergen en medio de la niebla de los recuerdos colectivos. Son personales, pero a su vez nos resultan familiares a todos los que nos encontramos delante. Los límites materiales de sus cuadros -tanto aquellos que obedecen a las pautas establecidas, como los que cogen formas escultóricas- quedan inmediatamente superados por la inmersión a la cual nos incitan; una inmersión que es, a la vez, hacia las profundidades del mar como hacia las inmensidades del infinito. El espíritu, libre de la gravidez, nada y vuela para reencontrarse con las sensaciones primeras, aquellas de ... las que no queda memoria, pero que son básicas solo por el hecho del propio existir. Pertenecen al palpitar del corazón, a las sensaciones de la piel, a la necesidad de respirar, a la voluntad de relacionarse con los otros, ...

Yo diría que Frank Jensen ha metabilizado como pintor las experiencias que le ha proporcionado la vida. Nacido y formado en un ambiente en el que la música era un medio de subsistencia, pero también una finalidad para conseguir una paz interna -su padre era músico profesional, tocaba en orquestas y también daba conciertos, motivo por el cual muchas veces ensayaba en casa-, desde muy niño se acostumbró a las armonías y las oyó como la expresión de una voluntad poética para superar el entorno. Pero sería años después, cuando estudió náutica y navegó por diversos mares, que en su interior comenzó a relacionar la euritmia de los sonidos con la de los colores.

Para él serían unas experiéncias personales muy enriquecedoras, pero a las qué aún tardaría a darles forma. Necesitaría viajar por Europa, y llegar a Barcelona, y ahora en Sitges, para experimentar la necesidad de expresarse como el pintor que internamente era, y que ahora, descubierto por él mismo y por los demás.

Nacido en Salten, Dinamarca, el año 1956, Frank Jensen reside entre nosotros desde 1991. Desde niño sabía de la pintura -su padre era músico pero también pintaba y le dio unas primeras lecciones que, cuando solamente tenía siete años, lo llevaron a exponer unas incipientes acuarelas-, pero considero que fue aquí cuando encontró su propio camino artístico. Dinamarca y las raices familiares que allí tiene, nunca han dejado de ser importantes para él, pero Sitges le ha permitido poner en orden a las sensaciones recibidas, jerarquizar los sentimientos, encontrar las formas de expresión propias y para fluír la abundancia de poesía plástica que surge libremente de su interior. Todo tiene motivaciones muy concretas dentro de la abstracción pictórica que practica.

Frank Jensen.

La condición humana y las circunstancias del mundo que nos envuelve son para él plenamente decisivas. El amor, la soledad, la contaminación del planeta, la política, la emigración y las guerras lo llevan a pensar que la lírica tiene que ser operativa y la belleza a ayudar a mejorar el estado general de las cosas. Quiere ayudar a construir un mundo mejor, en el que los sentimientos más puros y nobles sean posibles sin ninguna clase de esfuerzo y permitan vivir con natural alegría. No huye de nada, sino que participa en todo lo que nos afecta como personas. La dualidad, las palabras afiladas, los dilemas, la llave de las cosas y las mentiras, la oscuridad y la luz son motores de su pintura como conceptos que hay que destacar. Y también lo son de sus construcciones pictóricas -sería facil llamarlas esculturas, pero me resisto porque son tan originales y propias que merecen una nueva denominación-, hechas sobre madera, acero inoxidable o cobre oxidado. Con ellas ha llegado, hasta ahora, a una altura de más de dos metros en armonía de formas alargada y llenas de color. El pintor se encuentra seguro en su residencia del Sitges abierto al mundo, obseva y capta los colores de la existencia porque unos y otros entreguemos mejor lo que somos.