Descripción de la Exposición
Por lo menos desde 2013, la pintura de Rodrigo Bivar pasa por transformaciones. Artista que pertenece a la generación que surge en la segunda mitad de los años 2000, inicialmente su producción se caracterizaba por una figuración que emulaba la imagen fotográfica, en composiciones en que el realismo de la composición convivia muchas veces con un cierto distanciamiento. En 2015, con la exposición Lapa, las referencias a la visualidad del mundo real aparecen reestructuradas en un espacio dinámico basado en la división geométrica de franjas horizontales y verticales, pero cuya paleta de colores se asemeja a la de las pantallas figurativas. Sin embargo, lo que podría ser visto como una reanudación de la seriedad de la abstracción, en contraposición al carácter narrativo inevitable de la figuración, no corresponde de hecho al movimiento del artista. El enfoque, en mi opinión, estaba en la explicitación de la noción de trabajo como juego combinatorio, en que el proceso de construcción se hace a partir de las acciones de aplicación, superposición y encubrimiento de las masas de color. Los bordes de las pantallas, en sus salpicaduras y restos de tinta, representan los ruidos que al final coexisten con la composición geométrica aparentemente apaciguada. En esas grandes pantallas, la estabilidad y la repetición conviven con la diferencia y la intuición.
Para su exposición individual en el Instituto Figueiredo Ferraz, Rodrigo Bivar permanece en el campo de lo que podemos considerar como pintura abstracta. Sin embargo, este conjunto de pantallas presenta por primera vez las nuevas incursiones hechas por el artista. Se distinguen por el colorismo intenso y por la asociación sorprendente de colores. Hay todavía la repetición de una estructura espacial que sirve como base para las variaciones. Sin embargo, formas amorfas, extrañas, surgen como de manera orgánica en esos campos chapados de color, desestabilizando lo que sería una aparente pureza y estabilidad de la pintura.
Nuestra mirada es impedida de establecer una relación contemplativa con las pantallas. Por un lado, estas formas sugieren un desplazamiento inminente. Por otro lado, su extrañeza no deja de remitir con cierto humor a una experiencia cotidiana en que los estímulos visuales aleatorios, imprevisibles y desconjuntados nos alcanzan todo el tiempo y son insistentemente reordenados en vibrantes imágenes caleidoscópicas virtuales. Lo interesante de nuevo es que la superficialidad de lo cotidiano que esa percepción distraída trae a la superficie se construye por el trabajo perseverante de arreglo y reordenamiento, en un proceso cuya materialidad no es encubierta al final. Si inicialmente era por medio de la imagen fotográfica que Rodrigo Bivar cuestionaba la relación de la pintura con el mundo, se puede decir que aquí de una manera sorprendente es a partir del equilibrio construido por medio de la disonancia que el mundo fragmentado, y aparentemiento vaciado de las imágenes mentales que formamos en nuestra vivencia cotidiana, recibe el contenido de su real espesor.
Taisa Palhares