Descripción de la Exposición
ESPAI TACTEL presenta la obra de la artista Rosana Antolí (Alcoi, 1981) Su práctica artística se basa en la intersección entre arte, coreografía y vida cotidiana. El carácter utópico es esencial en su práctica, y en consecuencia el fracaso de las acciones implicadas. Posee un BFA en la Universitat Politècnica de València, y MA en Performance and Sculpture en el Royal College of Art, Londres.
“Rockit” es la primera exposición individual en su galería valenciana después de haber expuesto en galerías y museos nacionales e internacionales. Ha realizado exposiciones individuales en la Fundació Joan Miró (Barcelona, 2016), LagerHaus62 (Zúrich, 2015), el Centro Cultural España Córdoba (Córdoba, Argentina, 2014), el Casal Solleric (Palma de Mallorca, 2013), el Instituto Juan Gil-Albert (Alicante, 2012) y el Centro de Arte Tomás y Valiente (Madrid, 2008).
Ha participado asimismo en numerosas muestras colectivas, entre ellas las celebradas en CAC Wifredo Lam (La Habana, 2016), CCEMx (México D.F., 2016), CCEN (Managua, 2016), Josée Bienvenu Gallery (Nueva York, 2016), Herbert Read Gallery (Canterbury, 2015), Museo ABC (Madrid, 2015), The Ryder Projects (Londres, 2015), Alserkal Avenue (Dubái, 2015), MUA (Alicante, 2015), Caryl Churchill Theatre (Londres, 2015), Fundación Cultural Providencia (Santiago de Chile, 2014), DA2 (Salamanca, 2014), Delft Museum (Delft, Holanda, 2014), Friktioner (Uppsala, Suecia, 2014), Local Projects (Nueva York, 2013), Volta (Basel, 2013), Buzzcut Festival (Glasgow, 2013), CCAI (Gijón, 2013).
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En lo cotidiano, los ritmos y ciclos de origen natural son modificados incesantemente por la vida social, interfiriéndolos con sucesiones lineales y repetitivas de gestos y de actos. Henri Lefebvre
"Et deixo aquest link que serveix de base per al que vull fer...". La verdad es que cuando Rosana Antolí (Alcoy, 1981) me pasó hace unos días un link para ver Rockit (1983) de Herbie Hancock, yo no lo tenía nada presente; de hecho, tan siquiera recordaba el video-clip. Empecé a verlo y todo se tornó extrañamente familiar, reconocible, próximo. Recordé haber visto ya antes las inquietantes esculturas robóticas de Jim Whiting, la sensación opresiva de sus recreaciones domésticas... Recordé también la velocidad del scratch y los teclados electrónicos de Hancock, tocando siempre desde dentro del televisor.
Rockit fue un gran hit de la música de baile en los ochenta, un tema pionero en el uso del turntablism - crear música mediante la alteración de la rotación del vinilo; es decir, avanzando y retrocediendo la temporalidad del sonido - y un vídeo musical de Godley & Cream premiado por la MTV en 1984 tanto por su concepto como por sus efectos especiales. Me fascinó su atmósfera caótica, así como el ansia enloquecida de los autómatas a medio hacer, supeditados a una repetición infinita que llega a anular el sentido de sus actos. Pero al margen de mi lectura, su reiterado visionado me permitió conectar Rockit con la práctica artística de Rosana Antolí, que de eso se trataba.
Próxima siempre a la performance, y por tanto al desarrollo de una experiencia en tiempo real, la artista encuentra en dicha pieza videográfica una suerte de declaración de intenciones sobre su manera de entender el arte. Al fin y al cabo, una cita directa que marca el tono y el ritmo específico de su primera exposición individual en Espai Tactel.
A mi entender, Rockit sintetiza tres de los intereses principales que definen su trabajo en la actualidad. En primer lugar, la coreografía de lo cotidiano; en este caso movimientos rutinarios (levantarse, comer, caminar, cocinar, bañarse...) saturados hasta convertirse en pura disfunción. A continuación, la teatralización de la realidad; un entorno identificable y reconocible (el hogar) que se desvirtúa mediante un devenir sobreexcitado y convulso. Por último, la alteración del ritmo (el scratch) como dispositivo sensible que nos aprisiona y a su vez nos libera de la experiencia repetitiva del espacio social.
En este sentido, todas las obras de la exposición se sitúan próximas a las teorías ritmo-analíticas defendidas por Henri Lefebvre. El filósofo francés explora los múltiples condicionantes rítmicos que determinan nuestra vida cotidiana; un cúmulo de convenciones que convierten nuestras rutinas en una consecuencia directa de cierta regularidad cíclica derivada de lo productivo. A partir de ahí, fija su atención en posibles fisuras, posibles sistemas de transformación rítmica más sensibles a lo improductivo. Del mismo modo que Lefebvre fuerza la rutina hasta hacerla estallar y convertirla así en otra cosa (lo mismo sucede en Rockit), algo parecido ocurre también en las piezas de Rosana Antolí.
My canvas is the dance floor. How to register a dance n 1. y n 2 son dos actos perfomativos donde la artista escenifica un sistema de traducción literal del gesto cotidiano al acto de pintar. Una búsqueda utópica sobre la posibilidad de llegar a realizar un movimiento continuo que convierte el espacio bidimensional de la pintura en un escenario performativo: un lugar físico y emocional construido a base de capas de gesto y tiempo. Como bien indica su título, el lienzo se transforma aquí en una pista de baile destinado al cuerpo.
Siguiendo el mismo esquema, Sisyphus (2016) condensa una serie de dibujos de pequeño formato en los que Antolí se marca un nuevo reto: hacer varios dibujos iguales, intentando imitar sus gestos y sus trazos para que resulten exactamente iguales. Para ello, decide tomar como punto de partida un patrón cotidiano: las medidas (a escala reducida) del patio de su estudio y los diferentes movimientos diarios que en él suceden: hojas que caen, un perro que sube y baja las escaleras... Pese a su perseverancia, los pequeños cambios propios del devenir cotidiano la abocan irremediablemente al fracaso.
Entre otras, la muestra incorpora Las sirenas escupen Foxtrots de Amor (2016), una vídeo-proyección en la que vemos, en primer plano, el rostro de diversas personas gesticulando de un modo absurdo, casi vergonzoso. Sus facciones, correspondientes al acto afectivo de besar a alguien en los labios, obedecen a unas frías instrucciones dictadas por una computadora. La inexistencia de la persona a besar, así como el relato insensible de la máquina, vacían de contenido la gestualidad íntima del amor.
En definitiva, la exposición de Antolí nos invita a un diálogo cruzado entre obras recientes de distinta naturaleza que apuestan por otro tipo de complicidad y empatía con los gestos repetitivos y anodinos que definen el día a día. Y ahí, en ese análisis de lo mundano, es donde reside la carga política y social de sus coreografías. Ritmos vitales descontextualizados que adquieren un nuevo poder: el de volverse imprevisiblemente disfuncionales.
David Armengol
Crítico de arte y comisario independiente
Actualidad, 12 ene de 2017
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