Descripción de la Exposición
La pincelada está viva, se mueve, serpentea, sube y baja por la tela, da un giro, vuelve, se enrosca, ondula, se espirala, zigzaguea. No se detiene. Sturgeon se revuelve los pelos, mordisquea el pulgar, se ríe, achina los ojos. Es ese conjunto de gestos que se repiten: la picardía, la aventura, el movimiento. Hay algo de aquel chico travieso que fue –que es– en su forma de encarar la pintura y la vida. El desorden. Esa libertad.
Sturgeon se aburre rápido de las cosas. El cambio es su forma de vivir. Y de pintar. “Mi obra es ecléctica. Sin estilo. No me interesa el estilo. Me parece deprimente”, desafía. Y así va de un exabrupto en otro. Sus cuadros pueden volverse tumultuosos, eróticos, agresivos, caóticos, dramáticos, sensuales, irónicos, rituales o humorísticos. De una paleta saturada vira a los pasteles brillantes que mezcla en latas de sardinas y asesta con pinceles chatos. Como un acróbata del color, va dando saltos mortales en el aire.
La figuración es un tema recurrente. Aparecen figuras y situaciones en espacios no estructurados, yuxtapuestos. La pintura de Sturgeon es, como él, gánica. Después de años torneando figuras humanas, hoy se siente más cómodo en la abstracción. Le da pereza la línea. No la necesita para su poesía cotidiana con el bastidor. Lo atrae la mancha, la impronta rápida, impulsiva, no razonada. Sin especulaciones, se deja fluir. Se desboca en grandes tamaños (2×2 metros) o en pequeños papeles. Pintar es su manera de no aburrirse. Y eso es lo que se siente frente a su obra: un latir, un expandirse, una vibración alegre. El deseo de perderse en ese entramado, en esa fiesta. Un goce. Multiplica la felicidad del acto de pintar. Intuición, expansión… La pintura, para Sturgeon, no se piensa: se siente.
La suya es una carrera solitaria, con amigos artistas pero no con adhesiones a grupos o movimientos. El trabajo se logra en la oscuridad y en lo subterráneo, dice Gilles Deleuze y Sturgeon lo hace carne. En un trabajo de conexión consigo mismo, inspirado por la transvanguardia local y los artistas alemanes (Georg Baselitz, Anselm Kiefer, A.R. Penck), se abocó al cuadro. También lo motivan Dubuffet, Gaston Chaissac, Cézanne, Matisse, John Singer Sargent, David Salle. Los cita y homenajea.
Su conexión con el mundo siempre fue sensorial e impulsiva. Se crió en Mendoza, donde se recostaba de espaldas en las acequias heladas para que el berro salvaje del fondo lo acariciara. Una madre artista formada en la Academia de Brera lo estimulaba. Otra huella dejó su padre viajero y dandy de sangre irlandesa. A los 18 años, frente a una tormenta de Turner, se descubrió artista para siempre. Desde entonces, sigue dando giros. En sus últimos trabajos, el ritmo parece ser el tema. Enarbola la bandera de la bad painting, inspirado por el alemán Albert Oehlen. Pretende acechar al espectador con lo más auténtico de sí mismo, en un expresionismo acalorado, de pincelada suelta. O quizá, entra en contradicción consigo mismo y se pone a hacer unos apretados dibujos chinos. Lo que retumbe bien en su alma inquieta, tanto como el jazz, los libros de Ítalo Calvino, cocinar verduras o volar en su moto.
Está en pleno recambio de energía. El Gran Premio de Honor del Salón Nacional y el principio de su cuarto matrimonio lo invitan a dar otro salto. No se apega. Fluye dentro de su obra y su vida. Las únicas constantes son el amor por sus cuatro hijos y la pintura. “Voy en busca de la descomposición más que de la composición”. Se achina, revuelve el pelo hacia arriba. Suelta una carcajada y huye de todo lo serio. Rescata la alegría.
María Paula Zacharías
Premio. 27 ene de 2025 - 10 mar de 2025 / Vitoria-Gasteiz, Álava, España
Formación. 01 oct de 2024 - 04 abr de 2025 / PHotoEspaña / Madrid, España