Descripción de la Exposición El pintor de oficio, eso que es Pablo Angulo, puede hacer lo que le dé la gana. Por ejemplo, coger su inmenso amor por las cosas (sentimiento en principio ajeno a técnicas y maestrías) y tirárnoslo a la cara. Su pericia es su escopeta. Su colección Ribera del Manzanares nos pone ante un científico alumbrado por la neta inspiración, eso que es tan inaprensible y difuso como prensátiles y concretos son los sentimientos que provocan estos lienzos. Haya caído el autor donde haya caído (en el curso del Manzanares, en este caso) y caiga quien caiga entre su público (como ustedes van a caer, ya están cayendo). El abajo firmante se dio un día el gustazo de aparecer por el estudio del pintor. Se regodeó en la experiencia de ir a la gruta de un artista y salir tarareando canciones y con el alma contenta, con ganas bravuconas de dibujar, con ansias temerarias de pintar. De salir con deseos de contarle a alguien lo que ha visto, en vez de salir muerto de vergüenza y con el cerebro seco de inventar desvíos técnico-sentimentales para salvar los muebles. Se topó con una obra restallante que no se detiene ante nada, que despanzurra igual figuras humanas que bloques de cemento, vegetación municipal y reflejos acuáticos. Con su forma de encuadrar tan particular, tan sorprendente, tan celebrativa, tan de cachondeo. Tendiendo una mano, nunca mejor dicho, al campo adyacente de la escultura, con sus piezas sobre lamanificación de los cuerpos o antropomorfización de las manos... Búsquenlas. Lo que hoy se muestra es un festival de impresiones, en sentido literal. El del impresionismo puro, del que se teoriza tanto y al que se saca tan poco jugo. Este de la Ribera del Manzanares es el barrio afectivo-visual del pintor. Quien no lo conozca, ya se puede ahorrar el viaje: hasta ahí llega su capacidad para transmitir una sensación global y exacta. Pero ver Ribera del Manzanares habiendo paseado por sus calles urbano-rurales es una sorpresa identificativa mucho más que sabrosa. Ante su pintura, la impresión impagable de estar ahí, ahí fuera, en el sitio pintado, sobre unos zapatos de calle y dentro de una chupa de exterior, oliendo la verde humedad del río. De estar por tanto fuera de la casa de uno, pero dentro de la casa-jardín que es el alma de quien ha pergeñado estas tomas. Del alma generosa del señor D. Pablo Angulo, el químico que soluciona a base de (di)soluciones de encanto, trementina, atención, linaza, ojo presto, cadmio, música aérea, pelo de marta, inspiración desbocada y blanco de titanio. Fragmentando las superficies y las líneas como las fragmenta nuestro ojo, aunque nos creamos otra cosa, y produciendo por eso una ilusión de inmersión en la realidad tan fascinante. Un sujeto que domina así la luz debería pintar sólo cuadros circulares, de derredor en torno al espectador. Pero pone la guinda a sus ganas de juerga cuando se arranca a seleccionar la realidad para traérnosla a trozos. Y se ensancha en el dulce lirismo de un banco de parque, de un par de tajamares prosaicos o de un pato a lo suyo. Atención a la bestial comunión con los retratados que expone el cuadro del coche azul (pintar al óleo la foto de móvil que se habría hecho la pareja, enseñando posesiones, para que se vean bien). O a ese portal que parece un sagrario hogareño, cuya lamparita advierte de la presencia del Altísimo (el dios del refugio) consagrado. Pablo Angulo ama las cosas como se tienen que amar: con tacto, con ciencia, con experiencia, con estudio. Con pulso. Y del amar con pulso al amar compulsivo, no hay casi ni medio sufijo.
Exposición. 12 nov de 2024 - 09 feb de 2025 / Museo Nacional Thyssen-Bornemisza / Madrid, España