Descripción de la Exposición Carlos A. Schwartz nació a la fotografía en una habitación de corcho. Aún recuerdo el olor de aquel cuarto y me imagino a Carlos cuidando su espalda recta sobre camas impasibles. Luego hice un largo viaje con él y con una bufanda interminable. En Ámsterdam nos encontramos Julio Cortázar, un hallazgo que fue inolvidable, y en Venecia perdimos la tapa negra de una cámara de fotos. Entonces los dos éramos jovencísimos, y nos reíamos mucho cuando nos encontrábamos por casualidad en cualquier esquina de los lugares a los que íbamos por separado. Recuerdo que le esperé sentado, durante horas, sobre una máquina de escribir roja en la estación de Milán. Hace poco, dieciséis años después, volví a aquel sitio y me emocionó mucho notar que ninguno de los tres estaba allí. La máquina de escribir hizo el viaje de vuelta, pero desapareció de pronto y ya no sé nada de ella. De Carlos sí. Carlos es mi amigo. Iba con una cámara de fotos a todas partes y caminaba con un gran respeto por el peso de su equipo: siempre andaba esquinado, con un puro exiguo entre los dientes, dispuesto a disparar ante la menor excitación que circulara por el aire. En aquel tiempo era un fotógrafo del aire, un retratista del sentimiento que guardan los objetos. Su obsesión eran las paredes, los puentes y las ventanas. Con un gran respeto por los signos que deja la edad sobre las cosas, Carlos se sentaba con la paciencia de un dibujante a adivinarle el rostro a la vejez de los objetos mudos. La consecuencia siempre fue poderosa y cordial, jamás lejana y seca. Silencioso y risueño, Carlos es un hombre que escucha, acaso quien mejor escucha entre todas las personas que he conocido. Ausente por completo de los territorios de la envidia, es también un personaje entrañable. Por esa razón, supongo, sus fotografías son las fotos de la ternura, caricias textuales sobre la piel tersa y a veces distante de las cosas. Su fotografía es el reflejo de un carácter: las fotografías son el espejo de aquellos que aparecen retratados. Cuando el fotógrafo es bueno, la fotografía es además el retrato del autor. Como él mismo sólo se retrata en cuclillas, con amigos que le ruegan que aparezca también en las instantáneas, alternó la fotografía de la naturaleza de las cosas con el retrato de las personas, acaso para verse a sí mismo en el rostro de los otros. La consecuencia está a la vista: Carlos ha trasladado al rostro de los otros su profundo sentido de respeto por los demás. Es un respeto intelectual, sentimental y hondo, como el respeto que siente el sol por la necesidad de las sombras. Por esa razón la suya es una fotografía esencialmente humana, llena de la brisa que el tiempo deja sobre las caras; y es más humana cuanto más anónima se mantiene la identidad del retratado. La seria de fotografías que ahora presenta este retratista del lado sólido del humo son la confirmación de que la foto también es sonido. Siempre he soñado con la fotografía que reproduzca todos los elementos que habitan la geografía difusa del instante, incluidos el sonido del silencio y el propio sonido de la palabra. Carlos A. Schwartz, un filósofo del blanco y negro, un convencido de que la vida se ve de noche y de noche todo es en blanco y negro, nunca hará ese experimento, sobre todo porque no lo necesita: sus fotos ya tienen esos sonidos. Los que los percibimos sabemos que estamos ante la reivindicación de la ternura, ante la fotografía del tacto. Con el respeto con el que siempre ha mirado a los otros, Carlos trae el respeto del rostro. Así pues, no miramos sus fotos. Sus fotos nos miran y son como una sábana cálida sobre los hombros de los ojos. Madrid, mayo de 1989
Exposición. 19 nov de 2024 - 02 mar de 2025 / Museo Nacional del Prado / Madrid, España
Formación. 23 nov de 2024 - 29 nov de 2024 / Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (MNCARS) / Madrid, España