-------------------------------------------------------

-------------------------------------------------------

La Colección fotográfica del Ayuntamiento de Vigo supone un importante archivo que permite analizar algunos de los momentos clave de la historia de la fotografía. En esta nueva aproximación a los fondos de la Colección, ... RETRATOS DE OTRO SIGLO propone un recorrido por el siglo XX —ya el siglo pasado— a partir de una selección de retratos; uno de los primeros géneros con los que experimenta la fotografía y que evoluciona paralelamente al desarrollo de la técnica.

Cuando Manuel Ferrol retrata, en 1957, la partida de los emigrantes hacia América, elige un fragmento que no sólo enseña, también significa, la realidad política o social de la que formamos parte. En ese encargo, que le hace la Comisión Católica de la Emigración, el punto de vista del fotógrafo se une al registro "objetivo". En las fotografías de Virxilio Vieitez, realizadas en la misma época, encontramos una Galicia teñida por la subjetividad. Los escenarios, en plena naturaleza, sustituyendo el tradicional estudio, se ven habitados por gentes —quizás las mismas que retrataba Manuel Ferrol— que miran frontalmente a la cámara, acompañadas de referencias, iconografías, disfraces, que nos sugieren ir más allá de la imagen.

En un pequeño ensayo, John Berger recurre reiteradamente a la frase "he decidido que merece la pena registrar lo que estoy viendo" para decodificar el papel del fotógrafo ante el acontecimiento que va a detener con su cámara. Ese acontecimiento, que se encuentra no sólo en la imagen sino en el contexto y el momento en el que fue tomada, se refiere a la ausencia y a la presencia, al contenido visual y contextual y al papel interpretativo del autor. Las diferentes visiones que se muestran en RETRATOS DE OTRO SIGLO nos animan a contemplar la fotografía como mediadora y testigo de nuestra realidad histórica, social y política.

Ricard Terré realiza estas fotografías en la misma época que Ferrol o Vieitez. Sus composiciones, sus planos, su punto de vista, fuera de cualquier encasillamiento, se alejan del carácter documental-social de aquellos. Se aproximan en forma al William Klein de los contraplanos y grandes angulares o al Giacomelli del movimiento y la borrosidad. Difieren en forma del humor de Manuel Álvarez Bravo y de su discípula Graciela Iturbide, que nos arranca una sonrisa con el posado de un hombre travestido, así como del estatismo de la indígena mexicana de Flor Garduño y de la mirada desafiante en Antoine D’Agata. El retrato actúa, en esta exposición, como representación y reconocimiento, de nuestra historia, de nuestras sensaciones o, por qué no, de un instante en la vida que para siempre quedará impregnado en la mirada de un desconocido que deja de serlo.

La fracción de segundo, que algunos fotógrafos acuñaron como base de su obra se evidencia en los retratos que Federico Fernández toma, en el año 1979, de una Venezuela destino de tantos gallegos emigrados y exiliados, condición familiar de alguien cuyos retratos lúdicos, de ambiente festivo, contrastan con sus luchas políticas en la época. Estos rostros se oponen a los de las fotografías de Dorothea Lange —una madre "hambrienta y desesperada" de 32 años—, Jack Delano, Arthur Rothstein o Russell Lee, testigos de la crisis económica que, medio siglo antes, asoló los Estados Unidos y dio pie al proyecto de "documentación pictórica de zonas rurales y problemas rurales" emprendido por la Farm Security Administration (F.S.A.).

Los acontecimientos con los que introducíamos nuestro discurso adquieren una connotación literal cuando analizamos la revolución sandinista a través de las imágenes de Claudia Gordillo, las fotografías de El Salvador del Frente Farabundo Martí (Archivo Panateca) o las de Raúl Corrales, reportero que ha sabido plasmar momentos únicos de la revolución cubana. Son claros ejemplos de fotografía documental que nos animarían a reiniciar el debate sobre el carácter plástico del fotoperiodismo. Pero eso es ya otra historia.