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El proyecto de Íñigo Aragón no obedeció a ninguna pretensión documental o descriptiva: En el verano de 2009, a medida que se efectuaba la mudanza de la colección al Colegio de San Gregorio y las salas se iban preparando para recibir las obras de arte, se consideró la posibilidad de contar con la presencia de un artista que ofreciera una visión personal de un proceso único e irrepetible, cuando el museo aún no era Museo. Y no hay medio más adecuado que la fotografía para captar esa parte fugaz y fortuita de una colección.

De esta forma, Íñigo fotografió 'formas y figuras, bultos aislados, cajas, ... fardos que sólo tenían cualidades físicas y materiales' planteándonos posteriormente las siguientes cuestiones a través de sus imágenes: ¿Cómo afecta el contexto al contenido? ¿qué sucede cuando una pieza, cuya lectura es habitualmente unívoca, está fragmentada, velada o semioculta? ¿qué ocurre con el mensaje cuando hay interferencias en el medio?

Tal y como señala María Bolaños, el tema de la exposición no es el museo, sino su vulnerabilidad. Aunque todo museo juegue con la ilusión absoluta de construir un mundo o recapitular las etapas históricas del arte, en el fondo es una institución lagunar cuyas imágenes sólo existieron una vez y por un momento. En este sentido, la exposición nos brinda toda una enseñanza necesaria para la mejor museología.