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Las esculturas de Ramón Carrera (Madrid 1935), ubicadas en el Refectorio S. XIII/XVI, potencian la estética postindustrial de una metalurgia en estado de crisis. Sus fundiciones dinamizan tanto el espacio circundante como el interior, conjugando ritmos, volúmenes y texturas expresionistas.

Las pinturas de Iñaki de la Fuente (Bilbao 1954), en el Refectorio S. XIII/XVI, evocan lejanos paisajes magmáticos mediante un singular continuum cromático cuya consciencia lingüística está constituido por superficies estructurales y anchos brochazos de colores diferentes.

Las obras escultóricas de Iratxe Larrea (Bilbao 1972), en la Cámara Abacial S. XIII/XVI, atienden tanto a la función objetual como tienen entidad plástica por sí mismas. La artista dignifica no sólo unos materiales comunes, caso del abalorio y la silicona, sino también el proceso manual del tejido, transformando sus apariencias ... y dotándolas de nuevas significaciones.

No exentas de ironías y dobles sentidos, las esculturas de Alberto Peral (Santurce 1966), en la Sala de los Monjes S. XIII/XVI, son exquisitas y se distinguen por el uso de formas puras y volúmenes brillantes de cerámica o de madera que dialoga con la historia de la escultura.

Las fotografías de Paco Polán (Pamplona 1963), en la Cocina S. XIII, ponen el acento en la construcción figurada de hechos basados en la realidad y reconstruyen alegóricamente las muertes de grandes arquitectos del siglo veinte, como Aizpurúa o Le Corbusier.

Mientras que los muros de la vergüenza ofrecen los conflictos de la sociedad contemporánea, los diseños de los habitáculos que realiza Sonia Rueda (Bilbao 1964), en la Sala de los Monjes S. XIII/ XVI y Antiguas Letrinas S. XIII, propician sensaciones psíquicas de mundos enigmáticos de significación energética.

Las esculturas de Dora Salazar (Alsasua 1963), en la Cámara Abacial S. XIII/XVI, muestran seres humanos desnudos como calcos de la materia viva cuya superficie anatómica es la máscara que envuelve a la identidad individual.

Fernando Villena (Bilbao 1974), en el Refectorio S. XIII/XVI, crea continuos equívocos entre la fotografía y la pintura, realiza auténticos trasvases entre ellos y explora la doble experiencia de lo manual y lo artificial, mostrando un universo abstracto que se desliza hacia la estética de lo sublime.