Descripción de la Exposición ------------------------------------------------------- ------------------------------------------------------- 'Quedaba un árbol, su imagen y la noche. Inmóvil fiera, pegada y voluntaria, escarba con sus uñas, destruye con su aliento. La noche se trenza con el árbol. Duramente incorpora su espacio sobre el móvil río que la destruye caminando.' José Lezama Lima Mirando la obra de Rafel Joan (Ciutat de Mallorca, 1957), me acuerdo siempre de la del solitario y extraño pintor venezolano Armando Reverón (1889-1954), célebre por sus misteriosas pinturas monocromáticas, repletas de connotaciones simbolistas y poseídas de una luz esencial que no es sólo un medio para crear una atmósfera sino la naturaleza misma de su pintura. Reverón, que había participado plenamente en los círculos vanguardistas de Caracas durante una década, estudiando en su Academia de Bellas Artes y viajando a Madrid y Barcelona para conocer novedades estéticas, a principios de los años veinte decidió recluirse en su país, en la pequeña ciudad costera de Macuto. Allí se construyó una cabaña con piedras y troncos de palmera encontrados en la playa, además de fabricar sus propios muebles y materiales de trabajo, como las muñecas de tamaño natural que a partir de los años treinta le servirían de modelos para sus enigmáticas pinturas, al igual que su mujer. Reverón se quedó en Macuto durante treinta años casi en total aislamiento, durante los que prosiguió tenazmente su riguroso proyecto artístico, y sufrió dos importantes crisis mentales. Antes de ponerse a pintar, Reverón llevaba a cabo varios rituales, como atarse con fuerza una cuerda a la cintura para, según creía, separar su mente de su cuerpo, o taparse los oídos con algodón para trabajar en silencio. En la actualidad se le considera uno de los precursores de la modernidad en Latinoamérica, y en 2007 el MoMA organizó una retrospectiva de su obra comisariada nada menos que por John Elderfield, uno de los conservadores de museo más brillantes e influyentes de nuestro tiempo. Pues bien, antes de establecer algunos paralelismos entre la obra de los dos artistas, podemos hacerlo con sus trayectorias. Rafel Joan lleva tres décadas exponiendo con regularidad -su primera individual tuvo lugar en 1983- si bien no es un artista al que parezca preocuparle mucho lo que se denomina, por medio de un anglicismo, escena artística. Para empezar, la bibliografía sobre su obra es apenas inexistente. La causa de ello debe de hallarse en una decisión del artista, que en sus catálogos ha preferido publicar breves textos poéticos propios o de autores próximos, como Blai Bonet, Andreu Vidal, Arnau Pons y Antoni Bauçà, antes que análisis detallados de especialistas. Curiosamente, el texto más informativo sobre su obra publicado hasta hoy, el del catálogo de su exposición en la Sala Parés de Barcelona en 2001, no va firmado. Su trabajo, por otra parte, se halla bien alejado de las estéticas dominantes desde por lo menos la década de los noventa. También, y por último, debemos mencionar que Rafel Joan, quien en 1989 se había instalado en Barcelona, a partir de 1993 pasará largas temporadas en el campo en Mallorca, donde acabará instalándose en 1998, concretamente en Vilafranca de Bonany apartado de todo. Además de pintar, atesora objetos de color amarillo, de los que tiene una impresionante colección iniciada en los ochenta. Su rechazo por las estrategias profesionales es tal que se trata del primer artista que conozco que, al menos al empezar a trabajar en esta exposición, no conservaba fotografías de su obra, algo inaudito en nuestra era digital; ciertamente, es y el único caso que conozco. Ni que decir tiene que la idea de una retrospectiva le pareciese algo rancio y problemático que aceptaba con cautela. Este aislamiento, sin embargo, tal y como en el caso de Reverón, no tuvo lugar en su época de juventud. Cuando Rafel Joan se dio a conocer en los ochenta, participó de forma activa en las escenas artísticas mallorquina y catalana. Además de los escritores mencionados de su círculo de amistades, trató con pintores como Miquel Barceló y Lluís Claramunt; el cineasta Agustí Villaronga -Joan fue extra en uno de sus primeros cortometrajes-; o el músico Pere Pla, para quien ha realizado posters y portadas de discos, tanto para Forats Negres como Furnish Time, las dos bandas que lideró a principios de los ochenta, así como diapositivas que se proyectaban sobre el escenario en los conciertos de los grupos, vestuarios y telones de fondo. Yo mismo le conocí en esta época, y eventualmente seleccioné su trabajo, años más tarde, para una colectiva que organicé en Londres. En Barcelona, y después de participar en la colectiva Gosa Gosar (1983), fue invitado a exponer individualmente en la galería Dau al Set (1984), y luego en Metrònom (1986), ambos espacios importantísimos en aquel momento. Rafel Joan participó, además, en dos exposiciones generacionales que tuvieron entonces un impacto considerable, 13 pintors neofiguratius a Mallorca, en Sa Llotja (1985) y Paisatges, en el Col·legi de Arquitectes, en Palma, que posteriormente viajó al Palau Moja de Barcelona (1986-7). En esos momentos la obra de Joan, de formación autodidacta, fue vista como parte de los retornos a la figuración neoexpresionista de la que tanto se habló entonces. Podemos recordar que dos de sus protagonistas principales, el citado Miquel Barceló y Ferran Garcia Sevilla, quienes gozaron de una gran proyección de forma casi inmediata, eran también mallorquines. El neoexpresionismo fue un movimiento internacional en el que destacaron figuras tan distintas como Francesco Clemente, Enzo Cucchi, Anselm Kiefer, Georg Baselitz, Per Kirkeby, Maria Lassnig, Julian Schnabel, David Salle, Susan Rothenberg, Jean-Michel Basquiat o Julio Galán, además de los mencionados artistas españoles. Estos creadores dominaron el mercado de tal manera desde finales de los setenta hasta finales de los ochenta que fueron atacados por algunos sectores críticos para quienes la vuelta a la pintura dejaba de cuestionar el arte como objeto de consumo. El neoexpresionismo había surgido, sin embargo, como algo liberador y contrario a las restricciones dogmáticas que el minimalismo y el conceptualismo habían impuesto en los sesenta. En el proceso se recuperó a los primeros expresionistas alemanes, como Emil Nolde, Max Beckamn o Georg Grosz, además de artistas difíciles de clasificar, como Francis Picabia, el último Philip Guston, Malcolm Morley o Luis Gordillo. Se pintaba a gran escala, plasmando imágenes reconocibles pero distorsionadas, con pinceladas gestuales y emocionales, armonías cromáticas difíciles, superficies ricas en texturas, y temas míticos e históricos, aunque también eróticos y cotidianos. En el caso de Rafel Joan, Autoretrat amb ràbia, el autorretrato de 1983 con el que se abre la exposición, puede englobarse fácilmente en este contexto, aun siendo un cuadro más bien pequeño. De 1980 a 1983, Joan había pintado sobre telas y cartones cuadros figurativos con formas inacabadas y pinceladas gestuales. Para pintar este autorretrato recubrió uno de estos trabajos anteriores. El artista está sentado frente a una mesa con el torso desnudo y se muerde el brazo derecho, que tiene levantado sobre la cabeza. Está sentado casi aprisionado entre la mesa que tiene delante y lo que parece una gran pintura de color marrón poblada por pinceladas verticales de color verde, situada a su espalda. El artista me explica que la rabia venía motivada por varias circunstancias, entre ellas tener que trabajar, lo que le quitaba tiempo para pintar. Sin embargo, tan sólo unos meses después Rafel Joan pintó Carn i fruita (1983-84) que, en contraste con la obra anterior, es una escena arcádica que aborda los apetitos humanos con sentido del humor. Aquí vemos a un personaje sentado a la mesa, esta vez al aire libre y con el mar detrás, comiendo una rodaja de sandía que sostiene con ambas manos. Come vorazmente y su rostro desfigurado por ello se disuelve en pintura. En la mesa tiene vino, en un vaso y en una botella, media sandía más, y un plato rebosante de frutas. Cerca se encuentra una mujer desnuda que está de pie, mostrando sus nalgas voluptuosas, que parecen una continuación de las frutas del plato. El azul intenso del mar y los colores vivos del emparrado que da sombra a los personajes, otorgan a todo el conjunto un aire festivo, como de decorado, como una versión punk de un cuadro de Alma-Tadema. Desde el principio mismo de su carrera, pensamos, la obra de Rafel Joan oscila entre estos sentimientos psicológicos contradictorios, de la rabia a la quietud contemplativa, y también de la visión objetiva de la realidad a su interiorización personalizada. Otra pintura de los ochenta, Cala Bóquer (1986), muestra un paisaje bellísimo en el que el azul, de nuevo, impregna las montañas y las rocas, como si fueran extensiones del mar y del cielo. Este hecho confiere a la imagen una atmósfera casi onírica, ya que el paisaje queda envuelto por la neblina, lo que enfatiza un entendimiento de la plenitud y de la felicidad como asuntos transitorios. El cuadro parece inacabado, con zonas del lienzo sin pintura, sobre todo en su parte inferior, reforzando la idea de que lo que vemos es un instante fugitivo, que se desvanece en el mismo instante de captarlo. Los paisajes de Rafel Joan, como éste y otros como Sa Cova Foradada (1983-4) o Ca Ses Soleretes (1985) a diferencia de los de un artista como Kiefer, que siempre tiene a la Historia como referencia, son casi siempre obras líricas y contemplativas. Pero no sólo eso, son también estudios sobre la luz y cómo ésta provoca que todas las cosas se hallen en un precario estado de mutación constante. Las variaciones de la luz dan vida a las imágenes, pero también las destruyen. Caramull (1984) presenta por primera vez el tema del montón de basura, que luego será frecuente en el trabajo de Rafel Joan. Aquí vemos lo que parece un montón de algas, botellas, plásticos y tal vez redes o cuerdas, de un polvoriento color azul, como si el color y la luz, de nuevo, desintegraran la materia. Es una imagen alegórica pero que sugiere también la idea de pintar con el detritus del pensamiento, como una forma de exorcismo. El montón fue un tema frecuente de la escultura povera o posminimalista, por ejemplo en la obra altamente radical de Barry Flanagan en los sesenta, inspirada en ideas procesuales, como ringn'66, un cono de arena vertida en el suelo. Antoni Tàpies también exploró este ámbito en su escultura, en este caso desde una perspectiva espiritual, digamos que oriental, que tal vez sea más cercana a la de Joan, que habla de lo transitorio con humildad monástica. Otra gran pintura de Rafel Joan de esta época, El món conegut (1985) es un atlas en el que sólo están pintados, como meras acumulaciones de materia, los países que el artista conocía en esos momentos. Todos los demás, que son por supuesto mayoría, están sepultados bajo el mar. En estas pinturas matéricas, las imágenes surgen de la materia misma, algo semejante a como en las pinturas de Francis Bacon o Miquel Barceló, aunque pronto esa materia se irá disolviendo, para presentar o crear atmósferas. La presencia física o literal de la materia, pues algunos cuadros parecen incorporar algo semejante a la arena dentro de la pintura, recuerda a una prueba visible de la densidad de la luz y del aire. S´estudi (1985) pertenece a otra serie de pinturas de gran formato, en las que aparece el artista como protagonista, y que fueron realizadas a mediados de los ochenta. En este caso, vemos al artista de espaldas y sentado, con la espalda curvada y alargada como en una pintura manierista de Pontormo o Tintoretto, trabajando sobre una mesa. Está dibujando pero no vemos cuál es el tema del dibujo y, mientras trabaja, introduce la mano con la que no pinta en el cajón abierto de la mesa, sugiriendo alegóricamente que está buscando algo. A su lado, en la parte superior izquierda de la pintura, vemos una lámpara que había construido el artista con una lata de tomate de cinco litros, y un pie hecho con una varilla retorcida de hierro oxidado. A su derecha entra la luz a través de una puerta de cristal. S'estudi es una metáfora del trabajo del pintor poseído o absorto en lo que hace, pero también, otra vez, es una pintura sobre la luz. A esta época pertenece también Ateuxus (1986) en el que vemos al artista desnudo y tumbado en un paisaje, en perfecta comunión con su entorno, jugando con un escarabajo. Algo anterior es Dormint dins s´estudi (1984), realizado también en el estudio que el artista tenía en esta época en las Avingudes de Palma, y que es también un autorretrato. El pintor duerme en su estudio sobre un colchón rojo y tapado con lo que puede ser una manta pero también un lienzo, envuelto por tanto en pintura. La figura y el colchón están, inusualmente, en posición vertical. Y me parece inusual porque la horizontal es más adecuada con la idea de reposo, a no ser que tal vez se quiera subrayar que el sueño es una actividad. El pintor catalán Lluís Claramunt (1951-2000) fue gran amigo de Rafel Joan. Compartieron una cartografía vital común en Palma, en los bares nocturnos de la Plaça Gomila, y en Barcelona, en los barrios de La Ribera y El Raval. Claramunt, que exponía en los ochenta con la galería Ferran Cano de Palma, al igual que Joan, visitaba frecuentemente Mallorca. También estuvo en Marruecos, una experiencia que quedó reflejada en algunos de sus mejores trabajos. Fue Claramunt quien le sugirió a Joan que viajara a Marruecos. Este país, tan cercano físicamente como exótico por su cultura, ha atraído a muchos artistas occidentales, de Delacroix y Matisse a Jane y Paul Bowles, Roland Barthes, Esther Freud o Juan Goytisolo. Rafel Joan viajó acompañado por el poeta Arnau Pons, y permaneció allí dos meses en el verano de 1987. Se quedaron en Marrakesh pero también en Sidi Rahel, una aldea sin luz eléctrica. Como a Claramunt, el Marruecos que interesó a Joan fue el Marruecos cotidiano, el de las medinas antiguas, con sus zocos laberínticos y callejones oscuros y bulliciosos, o la igualmente frenética actividad de la plaza Xma el Fnáa, tal y como queda reflejado en pinturas en las que retrata a vendedores, fumadores o bebedores de té, adecuando su paleta cromática a los colores norteafricanos. En Un poc de tot (1987-88), que nos muestra a un mercader en la penumbra de un zoco, predominan los tonos ocres y amarillos, sobre los que destacan los ojos y el bigote negro del vendedor, y una única especia de color rojo. Las formas parecen estar dibujadas con el dedo. El paisaje abierto Femater, aigües brutes i cementeri (1988), por otra parte, refleja el calor, el viento y el polvo. Aquí hasta el cielo es rojizo, y únicamente el cauce de las aguas residuales del título del cuadro es de otro color oscuro. Las cinco palmeras en el centro de este paisaje parecen estar resecas, retorciéndose cerca de un fuego que quema basuras, todo ello cerca de un cementerio. En Filera (1987) observa las sombras de un grupo de personas que probablemente esperan un taxi colectivo, sentados uno al lado de otro. Curiosamente, la imagen de las largas sombras provocadas en el desierto por una luz cenital atrajo también a Barceló al año siguiente cuando viajó a Malí por primera vez, tras cruzar el Sahara argelino. Dutxa (1989), por último, presenta otro ambiente. Vemos a un hombre duchándose y sentimos la frescura del agua en un clima cálido, algo que sugieren los colores fríos que dominan la escena: el azul intenso de las paredes y el verde igualmente intenso de la persiana. Es en Marruecos, en todo caso, donde algunas pinturas de Rafel Joan se vuelven por primera vez monocromáticas. El color rojo de la tierra y de las murallas de Marrakesh es vivo y no pasa desapercibido a nadie que visite la zona. Igualmente rojizo es el color de la tierra en el paisaje que rodea esta ciudad. La luz aquí, en este sur pre-desértico, es todavía más fuerte que la de Mallorca, y en los momentos frecuentes de ventisca, ésta se vuelve densa, ya que incorpora la tierra en suspensión que se introduce por todas partes. Rafel Joan pintará escenas marroquíes durante dos años después de este viaje, lo que da testimonio del impacto que tuvo para él. Después de un viaje a Nueva York en 1989, Joan se instaló en Barcelona, donde vivió cerca de una década, aunque en los últimos años de este periodo, como ya hemos dicho, pasó largas temporadas en Mallorca. Su estudio, durante el primer año, estaba en la Plaça Reial, de proporciones clásicas y llena de palmeras, un lugar que pintó numerosas veces. Esta plaza bella y monumental, que había sido un lugar de copas para la juventud más alternativa en los setenta y ochenta, se fue convirtiendo poco a poco en un lugar para turistas. En la época en la que vive allí Rafel Joan todavía está repleta de inmigrantes y traficantes de drogas, muy cerca de un sinfín de callejones donde trabajan prostitutas y duermen mendigos que se protegen del frío con cartones. Esta Barcelona, con sus calles oscuras, comercios antiguos y personajes marginales le resultará muy atractiva, y será el tema de muchas de sus pinturas, como Putes Sagrades (1990). Esta obra recuerda a la célebre obra de Edouard Vuillard, Intérieur, mère et soeur de l´artiste (1893), en la colección del MoMA, en la que Marie, la hermana del pintor francés, parece desaparecer ante nuestros ojos, ya que su vestido se confunde con el papel pintado de las paredes. Se convierte así en algo parecido a un mueble, o al menos algo meramente ornamental, mientras que su madre, sentada en el centro del cuadro, de negro y con una pose masculina, domina la escena. La habitación de Vuillard tiene algo de ser vivo y amenazador. En Putes Sagrades, las prostitutas que trabajan en la calle parecen fundirse con las paredes y la oscuridad de la calle estrecha, como si fueran cariátides de un templo griego. De esta forma se sugiere también que están atrapadas por ese lugar y esa forma de vida. Lletreros (1990) nos muestra la convivencia de negocios diurnos y nocturnos en una zona muy abigarrada, probablemente el Carrer Escudellers, pues se ve el letrero que anuncia el restaurante Los Caracoles. A pesar de su tema, la señalización comercial, no se trata de una pintura pop, en la que destacarían colores y superficies planas y brillantes. Es un cuadro, de nuevo, sobre la luz y la atmósfera, que sugiere, en este caso, ideas de supervivencia, muchos negocios juntos que pugnan por su lugar en el caos urbano. Barcelona vivirá pronto un cambio radical en su aspecto, con motivo de las Olimpiadas que se celebrarían en 1992, por medio del que perderá su identidad de ciudad portuaria. Defenestració (1990) es una vista de la Plaça Reial, que muestra la fuente en el centro y las altas palmeras que crecen en ella, además de los edificios que la rodean. El artista afirma que pintar esa vista era como tirarse por la ventana, de ahí su título. Es un cuadro que remite con fuerza a la obra de Reverón, aunque sea inconscientemente, puesto que Joan no conoce el trabajo del artista venezolano, dado que vemos palmeras de color blancuzco, sucio y monocromo, y las imágenes parecen pintadas con cenizas. No sabemos muy bien qué momento del día es el que estamos viendo, aunque probablemente sea la hora del crepúsculo y de las sombras. Reverón, en palabras de Rina Carvajal, veía las cosas bajo una cegadora luz tropical capaz de disolver cualquier imagen en su propia incandescencia, algo sin duda semejante a lo que vemos aquí. En 1991, Rafel Joan se muda a Vallvidrera, pero en 1992 vuelve a Ciutat Vella y se instala en Carrer Riereta, donde permanecerá cinco años. Rafel Joan pinta entonces algunos bares cercanos, el tema de pinturas como Nada de cuentos, Eleazar o Marsella, todos de 1992, y que presentan ambientes alejados de la Barcelona olímpica oficial. Joan me dice que pintaba estos cuadros de memoria y no en los locales mismos, y que tampoco había tomado notas, sino que eran meros recuerdos de miradas apresuradas y fugaces. Por ello, tal vez, los personajes que pueblan los bares, se parecen a los hombres de Giacometti, meros espectros despersonalizados, casi sombras, que se mueven en espacios arquitectónicos que tienen más presencia y solidez que ellos. Rafel Joan pintó también el solar del Liceu quemado, tal y como Ed Ruscha pintó uno de los museos de Los Ángeles, la ciudad donde vive, ardiendo. Sólo que el Liceu ardió de verdad. También pintó las azoteas de las casas repletas de antenas de televisión que le rodeaban, como en Antenes Riereta (1992). Además, y a mediados de los noventa, Joan pintó personajes que se paseaban por los callejones de Ciutat Vella, con carritos repletos con sus pertenencias, como en Carret a la Riereta (1995), y lugares en donde se habían derribado edificios viejos. La suya fue una Barcelona muy alejada de las vanidades. La experiencia urbana de Rafel Joan tiene algo de marginal. No es sólo la ubicación de sus escenas sino también la preferencia por la luz nocturna. Otra pintura importante del periodo de Barcelona fue Mon Judici (1992-93), que ya no existe y originariamente era una vista nocturna y apocalíptica, que pertenecía a una serie de tres obras. Era una vista de la colina de Montjuïc que estaba siendo transformada con nuevos edificios olímpicos, desde su casa en Riereta. Había en este cuadro varias formas de antenas, manchas blancas que representaban luces eléctricas, un cielo gris tal vez humeante, y algunas formas circulares que sugerían un parque de atracciones. Blai Bonet, en el texto que escribió para el catálogo de la exposición en que se vio por primera vez la obra, habla del infierno de Dante. El título parece referirse al juicio final, y quizás este sea el momento de señalar que a Rafel Joan le gusta crear juegos de palabras con los títulos de sus obras, con la sensibilidad de un lector de poesía. Hemos hablado en pasado al referirnos a esta obra, porque Rafel Joan ha trabajado sobre ella recientemente y la ha modificado, y ahora se titula Mon Jui (1993- 2011). Esta última versión del cuadro sugiere todavía más un gran fuego. Han desaparecido las formas circulares como de parque de atracciones, que también tenían algo de alambrada, y muchas de las manchas blancas que parecían luces. Ahora todo es negro, como inundado, y se han añadido unas pinceladas azuladas y amarillentas, que sugieren que lo que arde son productos líquidos, venenosos y corrosivos. Como veremos más adelante, Rafel Joan realizará cuadros de vistas submarinas que han influido en la nueva versión de este cuadro. En 1997 Rafel Joan regresa definitivamente a Mallorca, después de algunos años en que los temas rurales empezaban a dominar su pintura, debido a los largos periodos estivales que pasaba en la isla. Allí trabaja en una antigua cantera cerca de Felanitx. En este lugar y durante el verano, Joan pintará cuadros como Ple de Set-Embre (1994) y Figuera venturera y La Nit que feia set (ambos de 1994-95). Esta cantera, en el mismo lugar en el que hubo una cueva de enterramiento, y que simboliza la fuerza telúrica, inspiró toda una serie de trabajos de gran belleza. Son pinturas que generan sensaciones de plenitud. En Figura venturera vemos las ramas de una higuera en su momento más frondoso y recortándose contra un cielo luminoso. Joan empieza también, sin embargo, a pintar paisajes nocturnos en los que domina el gris, como en las dos otras pinturas mencionadas, y que sugieren un maravillarse ante la noche y su luz ambigua. Son pinturas calmas, como la música de Frederic Mompou o Erik Satie, sumamente poéticas y cercanas al simbolismo. Hablan de la soledad, del silencio y la quietud, pero también de alguna forma de la plenitud, y del paso del tiempo -el día y la noche, o el ciclo de las estaciones-, y los efectos cambiantes que todo ello tiene sobre árboles y plantas Lo mismo sucede en Solanum Sodomaeum VI (1996). Debemos decir que en la cantera Rafel Joan no tenía luz eléctrica y por eso estaba tan atento a estos matices luminosos. Muchos cuadros de Mallorca sobre árboles nos hacen pensar también en los cuatro sonetos que conforman Variaciones del árbol, un poema del cubano José Lezama Lima, y de donde hemos tomado prestados unos versos al comienzo de este texto. El segundo de esos sonetos viene titulado, 'Destrucción de la imagen del árbol por la noche', y trata sobre temas similares. Sin embargo, no todos los paisajes de Rafel Joan son contemplativos. En Figuera VIII (1995), por ejemplo, el tronco parece quemado, las ramas parecen espinos y la pincelada es violenta y gestual. En este cuadro, negro y azul, la noche es un lugar que también puede ser inhóspito y hostil. Brulles (1996) también responde a este tipo de obra, en el que se sugiere la desolación. La concentración de la mirada de Rafel Joan, abocado a registrar todos los matices posibles de la luz mediterránea y sus juegos con las hojas y las ramas de algarrobos, almendros o emparrados, llega hasta el punto incluso de mostrarnos aspectos visionarios, alucinógenos o psicodélicos. En pinturas como Solanum Sodomaeum VII (1996) o Brancam (1997-98) aparecen luces extrañas y partículas flotantes, en el primer caso, y unos pequeños seres misteriosos, incluso, que se mueven entre las hojas y las ramas de los árboles, en el segundo. Estas pinturas hacen pensar en las de un excéntrico pintor victoriano, el inglés Richard Dadd (1817-1886), que realizó sus obras más conocidas, caracterizadas por obsesivos detalles minúsculos, mientras estaba recluido en un hospital psiquiátrico. Dadd pintó bosques llenos de hadas y seres sobrenaturales. La concentración de estos artistas, observando los fenómenos de luces siempre cambiantes entre las hojas, les lleva a la alucinación. Estas pinturas misteriosas también nos remiten a Miró, de quien se sabe que lograba alucinar permaneciendo largo tiempo en ayuno y mirando fijamente la pared de su estudio en París, hasta que de sus grietas o imperfecciones veía salir formas y colores. Hablamos del Miró visionario de sus autorretratos de los años treinta, con ojos en llamas o formas estelares, y de las extraordinarias constelaciones. Ella ets tu (1996) es también una pintura negra y misteriosa, de pincelada rápida y gestual, que recuerda debido a su composición a una Anunciación, un tema frecuentemente tratado por los grandes pintores italianos del Renacimiento y el Barroco. En la parte inferior derecha del cuadro vemos lo que parece la silueta de la cabeza de una mujer, que es simplemente una mancha oscura, como si fuera una esfinge y que el artista me explica que era una piedra que guardaba y que tenía la forma de la cabeza de una mujer, la que veía como la talla de una diosa primitiva. Esta forma está como oculta por las ramas y las hojas de un árbol, de una forma tal vez expectante. El fondo blanco del cuadro tiene algo de pantalla de cine. En el ángulo superior izquierdo flota otra forma oscura y curva, de formas orgánicas, que es un embutido secándose. En 1998, Rafel Joan se traslada a vivir a Son Bachs en Vilafranca de Bonany, y deja de trabajar en el interior de la cantera, para concentrarse en las vistas exteriores del campo que ahora le rodea. Pintará la serie titulada Ull astres, en la que hace un juego de palabras con la palabra ullastre que significa acebuche en catalán, y que al dividirse en dos significa ojo y astros, y que es también una serie sobre lo que parecen visiones alucinadas provocadas por la larga contemplación. El resultado no tiene nada de realista, y lo que vemos son imágenes casi abstractas, aunque sepamos que tienen un origen botánico. Es como entrar en el interior de las cosas, disueltas mediante la luz. De nuevo, en pinturas como Satellites (1994-2003), Llimonera (2004) o Bosses d´anses (2009), este último emparentado con Caramull (1984), vemos objetos desintegrados por la luz en formas y colores que no son realistas, aunque sin duda son lo que ve el artista, lo que le interesa en sus periodos de observación. El acto de mirar y de pintar es más importante que la verosimilitud o los temas que refleja. En Niu (2001), las ramas de un árbol en donde hay un nido parecen disolverse en la luz; algo parecido ocurre en Sa Figuera de sa somera (2004-06), donde hasta los colores parecen desvanecerse con la fuerza de la luz y convertirse en formas que se desprenden de los objetos y vuelan. El siguiente paso en la pintura de Rafel Joan tiene que ver precisamente con el vuelo. En 2006 consiguió que le llevaran en un avión ultraligero a sobrevolar las zonas cercanas a su casa y su estudio. Toma apuntes mientras vuela, enfrentándose a un horizonte siempre cambiante. En una exposición reciente en el nuevo Centre Georges Pompidou en Metz se demostró cómo los primeros viajes aéreos en globo aerostático, y más adelante con los primero aviones, influyeron enormemente en el desarrollo de la abstracción. Esa exposición estudió cómo las perspectivas elevadas, desde las primeras fotos del francés Nadar en la década de 1870 hasta las imágenes de satélites y Google Earth, han transformado nuestra percepción del mundo. De estos cuadros aéreos, volviendo a Rafel Joan, destacan La mar antiga III (1985-2007) y Esgarrinxades (2006-07), cuyos formatos cuadrados subrayan que no son paisajes convencionales desde un único punto de vista. De hecho la altura destroza la perspectiva tradicional, y la vista panorámica hace que todos los relieves y lugares destacados se transformen en una cosa plana sin puntos de referencia. Esgarrinxades se refiere mejor a esta experiencia, ofreciéndonos una visión líquida, casi abstracta. En los años 2011 y 2012 Rafel Joan se vistió de buzo para caminar por el fondo del mar. Luego plasmó de memoria esos paseos en pinturas azuladas de formatos cuadrados u horizontales, como La mar eixuta (2011), Entorn submergit (2012), Cala (2011-13) y Abaix i endins (2013). Como cabía esperar, estas pinturas son más reflexiones sobre la experiencia de mirar unas imágenes cambiantes que representaciones de algo inmutable. En este caso se trata de las imágenes provocadas por la luz que se filtra desde la superficie del agua del mar, y cómo ésta afecta a los movimientos de los peces y otros seres marinos, como las algas propulsadas por las corrientes, en un mundo líquido y de gran riqueza cromática. El resultado son cuadros casi abstractos sobre todos estos acontecimientos, que constituyen imágenes hipnóticas repletas de detalles. Las imágenes han sido pintadas de memoria, rememorando la experiencia y transformándola en imagen. Actualmente Joan sigue trabajando en esta serie, presentada en Barcelona en 2013. En el estudio, y refiriéndose a una obra en la que todavía está trabajando, Caramullador, dice que lo que vemos es lo mismo que vería un pez o un cangrejo oculto entre rocas. La pintura de Rafel Joan ha ido cambiando con el tiempo, aunque lo haya hecho con lentitud. De sus grandes estudios con figuras humanas a las vistas aéreas y submarinas, pasando por los nocturnos y los estudios botánicos, podemos constatar que existen ciertas características comunes. Su tema principal, como hemos visto, es un análisis de los efectos de la luz. Joan es, entonces, un pintor bastante próximo a Bonnard, cuyo tema principal era precisamente la percepción fenomenológica de la luz, que obsesionaba al pintor francés hasta el punto de tratar el tema de una forma científica y objetiva. Hace unos años, una galería de Nueva York presentó una muestra que relacionaba a Bonnard con el pintor americano Mark Rothko, que fue reveladora, al presentarlos como pintores de atmósferas y espacios luminosos. En el caso de Rafel Joan, el asunto se complica algo más porque entra también en juego su subjetividad, y lo que le interesa es la visión misma, pintando cómo se ven las cosas con la luz desde de sus estados de ánimo concretos. Su pintura deja de ser, por tanto, objetiva o científica. La atmósfera de las pinturas es siempre densa, con unos colores terrosos que nunca son brillantes ni primarios. Es un pintor de la luz, que pinta siempre sombras, amaneceres y crepúsculos, momentos de transición. Todo es finalmente inasible aunque busque la fijeza, y esa tensión otorga a su pintura un punto siempre inquietante.
Es Baluard presenta la primera retrospectiva de la obra de Rafel Joan (Palma de Mallorca, 1957), artista que tuvo su primera muestra individual en la Galeria 4 Gats de Palma en 1983, y cuya trayectoria abarca ya algo más de tres décadas. Aunque durante los primeros años de su carrera fue tal vez posible entender su obra en el contexto del Neoexpresionismo y los llamados retornos a la figuración, tendencias que iba a dominar en la década de los ochenta en buena parte del mundo, de EEUU y México a Alemania e Italia, su estilo se fue depurando pronto en búsqueda de una esencialidad meditativa que tiene en realidad poco de expresionista, y su temática se centra en los últimos años, casi exclusivamente, en el paisaje que le rodea. Rafel Joan vive en la actualidad en Vilafranca de Bonany (Mallorca).
Exposición. 13 dic de 2024 - 04 may de 2025 / CAAC - Centro Andaluz de Arte Contemporáneo / Sevilla, España
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