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Rafael Canogar. Una visión retrospectiva. Obras de 1958 a 2013

Exposición / Van Dyck - Sala de Arte / Menéndez Valdés, 21 / Gijón, Asturias, España
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Cuándo:
23 may de 2014 - 05 jul de 2014

Inauguración:
23 may de 2014

Organizada por:
Van Dyck

Artistas participantes:
Rafael Canogar

       


Descripción de la Exposición

Obras de las últimas etapas de Rafael Canogar (de 1994 hasta 2013).

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Cuando se contempla retrospectivamente la obra que ahora realiza Rafael Canogar, después de dejar tras de sí una trayectoria que se dilata ya más de medio siglo - el año próximo, 2014, habrán transcurrido sesenta años desde cuando celebró su primera muestra individual en la Galeria Altamira en 1954-, no solo se siente admiración por lo mucho y bueno que realizado en esta labor sin desmayo, sino un cierto vértigo al hallar en lo que ahora pinta, como en un compendio revelador, los trazos de lo que ha hecho casi desde que empezó hacerlo. Precoz discípulo de Vázquez Díaz, pues entro bajo la tutela de este maestro al comienzo de su adolescencia, Canogar se decantó por la abstracción justo en el ecuador de la década de 1950, unos años antes de formar parte del mítico grupo El Paso, una referencia obligada para la historia del arte español de vanguardia tras la Guerra Civil por haber logrado dotar con una personalidad vernácula el renovador lenguaje internacional del expresionismo abstracto y del informalismo. Entre esa primera abstracción y la de Canogar ahora practica media, en efecto, un medio siglo cargado de incidencias históricas y personales. Se han producido muchas vueltas y revueltas en el mundo y en su mundo, pero el vértigo al que antes me he referido no es el producido por la emulación de incidencias y cambios, sino la sensación de revalidación de este formidable proceso. Porque, en cierta manera, como les suele ocurrir a los artistas que logran serlo hasta el final, la obra de su madurez constantemente nos remite y nos explica todo desde el principio, desde los primeros pasos de esa aventura aún felizmente inacabada y, por tanto, constantemente recomenzada.

 

¿Quiere esto insinuar que ha sido el llamado arte abstracto lo que hay que considerar como el genuino lenguaje de Rafael Canogar, recordándolo ahora precisamente cuando nos presenta su trayectoria unificada por el patrón de so obra abstracta? Aunque cabría hacer eta lectura, e, incluso, documentarla de esta manera sesgada, no creo que esta sea la intención del artista y, en todo caso, de hacerse así, podría interpretarse como una simplificación. Porque la dicotomía, planteada durante la primera mitad del siglo XX, entre un arte figurativo y otro abstracto, aunque se pueda explicar por razones sociológicas, no se sostiene ni desde un punto de vista artístico, ni estético. En realidad, todo arte se genera por una abstracción, incluso el más redomadamente figurativo. Los propios griegos, que fueron, que fueron los inventores del arte, lo plantearon como una imitación selectiva, es decir: como un producto que seleccionaba entre lo visible un ideal. En este sentido, tiene razón Ramón Andres, en su reciente ensayo titulado El lutier de Delft. Música, pintura y ciencia en tiempos de Vermeer y Spinoza (Barcelona, 2013), cuando afirma al respecto lo siguiente: 'Ciertamente, y muy importante en el sentido propuesto por Deleuze, ningún arte es figurativo porque no se trata tanto de reproducir o de inventar formas como, en palabras suyas, de captar fuerzas, de sentir la gravedad o la atracción que tira de un rostro, de un cuerpo o de un paisaje hacia su confín, hacia su extremo'.

 

Aunque no sea este el lugar para ahondar en estas disquisiciones, hay que dejarlas insinuadas, entre otras cosas, porque cuadran a la perfección en la trayectoria de Canogar, cuya obra seguimos dividiendo, con perezosa inercia académica, mediante periodos o etapas cortadas por el patrón figurativo y abstracto. Chirría esta clasificación, si se tiene en cuenta que su primer maestro, Vázquez Díaz, fue un introductor en España del lenguaje cubista, raíz y fundamento de toda la abstracción posterior, pero el siguiente paso de un Canogar, más autónomo y maduro, estuvo determinado, como ya se ha dicho, por la asimilación de la vanguardia informalista y del expresionismo abstracto, y sus subsiguientes pasos, ya a partir de la década de 1960, tuvieron asimismo que ver con la deriva abstracto-figurativa de Rauschemberg, el Pop o la abstracción post-pictórica; esto es: con las líneas de innovadora experimentación vanguardista internacional. En cualquier caso, sean cueles fueran las influencias que determinaron la evolución de Canogar, lo verdaderamente relevante ha sido cómo las hizo suyas, o, si se quiere, cuál ha sido su personal impronta.

 

Miramos la obra reciente de Canogar, la que realiza a partir de 2009, y, en efecto, sentimos vértigo al reconocer en ella su cuño, pues nos remite no solo al comienzo, sino también a cada uno de sus pasos posteriores, porque claro que cambia, pero para resolver la tensión, para captar las fuerzas, con las que su propio cuerpo se proyecta en el lienzo. Esa es su aportación. La gestualidad empastada con que tacaba el lienzo generando figuras disruptivas, como si se tratase de un refulgente barro negro impactado, que, a su vez, producía un efecto de violento contraluz, tal y como se nos manifiesta en sus cuadros de fines de 1950, se mantiene viva en los años posteriores, aunque se haga visible mediante cortes, desgarros, troceamientos. Pero, en la medida en que esta violencia se expande y cobra relieve, el espacio se calma y ordena, como los desencuadernados restos tras una catástrofe. Parece como si la energía vocánica de Canogar coagulase de una forma mineral, con visajes cristalinos, como el paisaje después de una erupción. A fines de los setenta, tras un periodo de plasmación de sombras espectrales, que parpadean sobre fondos blanquecinos, Canogar cubre el lienzo mediante un trenzado tejido de pinceladas, que cubren la superficie como si se tratara de un muro maculado de cicatrices. La materia que se hace espacio y el espacio que se transforma en una endurecida masa impenetrable. En el embate de estas energías liberadas, también, por supuesto, podía tener cabida lo anecdótico-simbólico, pero sin quebrar el sentido de estas fuerzas en acción. Al filo del 2000, Canogar se replantea el cuadro como objeto y reinventa su arquitectura, aunque lo haga para reestructurar y expandir el campo de la acción pictórica. Hay, entonces un encalmamiento sideral, como si el artista se hubiese elevado fuera de si mismo para fundirse en un paisaje cósmico, en una suerte de intemporal memoria de la noche de los tiempo, que siempre revira en azules marinos, como corresponde a un campo de estrellas. ¿Una meditación sobre el devenir, como solo es capaz de afrontar ese misterioso lugar de la conciencia, que no hemos sido capaces de ubicar, porque intuimos que transita por entre los cuerpos? Es, en todo caso, una meditación trascendental, que, a veces nos parece percibir en la obra de algunos antiguos maestros cuando alcanzan esa libertad de la alta edad. Estoy pensando en el Goya de los Disparates o en el último Rothko.

 

Pero si pienso en esto y en lo otro, es porque la obra que viene haciendo Canogar desde 2009 me arrebata hasta ese punto de producirme el vértigo de desandar su trayectoria hasta su comienzo, el vértigo del origen, que es el vértigo creativo original: la deconstrucción de lo escenográfico hasta arribar al minimalismo de lo fundamental. Porque es pintura sobre pintura; es barra cilindro o franja, fraguados por un denso cromatismo, sobre un aplanado campo monocromático, y es, en fin, figuras verticales y horizontales versicolores, de perfil quebrado por la acumulación de pinceladas que realzan su relieve, sobrepuestas sobre un fondo uniforme de color. Una dialéctica de fuerzas convergentes y divergentes que se multiplican arropadas por una misma tensión. Una dialéctica de soporte y superficie amasada, en este caso, por la pintura y para la pintura. Una celebración del don de la pintura desde la pintura, como solo puede lograrse desde una libertad extrema. Tan frugal y deslumbrante belleza solo es producto de una vida entregada a la pintura, cuando atisbado el final, se ha comprendido que constantemente este remite al principio. Con esta obra última, Canogar paga el hermoso tributo de volver a empezar a pintar, y a nosotros, esta acción liberadora, que salta por encima del tiempo, nos produce vértigo.

 


Imágenes de la Exposición
Rafael Canogar, Bastida

Entrada actualizada el el 26 may de 2016

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