Descripción de la Exposición
Este proyecto forma parte de la línea con la que viene trabajando la galería en la cual incluye grandes artistas mujeres de la historia de nuestro país que han sido valorizadas en una época y quizas hoy no tengan el lugar que les corresponde, como es el caso de Germaine Derbecq, Juana Butler y Mildred Burton.
Dignora Pastorello (Banfield, 1913 - Buenos Aires, 2001). Cursó sus estudios en la Escuela Nacional de Bellas Artes y los perfeccionó, entre 1953 y 1957, en los talleres de los pintores Jorge Larco, Ramón Gómez Cornet y Luis Centurión. Hacia finales de la década comenzó a realizar muestras individuales y colectivas. Integró el grupo Los Cinco. En 1967 fue invitada a participar de la muestra Primitivos actuales de América, realizada en Madrid. Expuso en diferentes ciudades de Italia en unión con doce pintores argentinos, y en Washington con el grupo de pintura ingenua. También participó de exhibiciones en Ecuador y México. Desde 1958 sus obras fueron aceptadas en salones nacionales y provinciales, por las que obtuvo numerosos premios. Sus obras forman parte de importantes colecciones públicas como las de los Museos de Bellas Artes de las ciudades de Avellaneda, Campana, Catamarca, Luján y Posadas; Museo Municipal de Bellas Artes Genaro Pérez de Córdoba; Museo de Arte Moderno de Buenos Aires; Museo de la Universidad de La Plata; Museo del Mar de Mar del Plata; Museo de Arte Moderno de Mendoza, entre otros. Asimismo, integran colecciones privadas del país y del exterior.
Querida Dignora
“En el saturado y vibrante paisaje del mundo, la pintura se ha desleído.
Como un fénix fatigado, es necesario sostenerla en cada escena, en cada aparición. Pero es gracias a esta negatividad, a su insistente capricho, que es capaz, a veces, de recuperar su aliento sagrado”.
Gumier Maier
“Avatares del arte” en La Hoja del Rojas, Año 2, Nº 11, junio de 1989
La casa de la calle Pico. Luis Pastorello y Blanca Acebo supieron construir una familia numerosa y unida. Luis era comerciante y Blanca, ama de casa. Tuvieron seis hijos con poca diferencia de edad: Luis (1909), Blanquita (1912), Dignora (1913), Horacio (1915), Atilio (1919) y Julio (1927). Primero vivieron en Banfield, provincia de Buenos Aires, y luego se mudaron a una casa amplia ubicada en la calle Pico, a metros de la Avenida Libertador, en el barrio porteño de Núñez. Allí se crio Dignora y allí vivió hasta pasados sus cincuenta años, incluso ya habiéndose casado con Eduardo Larco. De modo que la casa de la calle Pico es muy importante para entender el imaginario, las ideas y la personalidad de la artista.
Su padre falleció en 1927, teniendo Dignora por ese entonces unos catorce años. No se conocen antecedentes artísticos en su familia. Tampoco se sabe qué fue lo que la influyó. Pero sí existe el dato concreto de que a los quince años, en plena adolescencia, cursando la secundaria y sin que lo supiera su madre, Dignora decidió abandonar el colegio para asistir a la Escuela Nacional de Bellas Artes, porque allí estaba lo que le interesaba. Pasada la sorpresa y el enojo por esta decisión, la madre de Dignora pudo aceptar la vocación de artista de su hija, dejándola utilizar el comedor de la casa –un espacio con buena luz– para pintar. El recuerdo familiar es que Dignora pintaba todos los días, desde las 9 a las 17 horas, algo que nunca dejó de hacer. Más adelante, entre 1953 y 1957, se perfeccionó en los talleres de los pintores Jorge Larco, Ramón Gómez Cornet y Luis Centurión, comenzando inmediatamente a realizar exposiciones individuales y a participar de colectivas.
Con el tiempo, la casa de la calle Pico fue también un lugar de encuentro con amigos artistas. Todos los domingos podían aparecer pintores como Luis Centurión, José Luis Menghi, Jorge Larco, Primaldo Mónaco, Raúl Soldi, Aldo Altomare, para sumarse al almuerzo al que asistían nietos, sobrinos y demás familiares. María Isabel Pastorello, sobrina de Dignora y muy cercana a ella, recuerda aquellos momentos como sumamente divertidos por la cantidad de gente circulando por la casa, por los amigos artistas de su tía y por el volumen de las conversaciones, ya que se hablaba de todo tipo de temas.
Caseros 450. En 1965 Dignora y Eduardo Larco se mudaron a un elegante departamento ubicado en la calle Caseros, frente al Parque Lezama y a metros del Museo Histórico Nacional. Allí compartieron la vida en común y la pasión por el arte. En una habitación que abría a la calle, Dignora montó su pequeño taller. Era ordenada, prolija, despojada; tenía las herramientas listas para ser utilizadas en el momento justo y preciso. La rutina de trabajo no se modificó, la cantidad de horas fue la misma y más.
Dignora. Ojos muy claros, como un océano. Alta, castaña y con el cabello corto, tez de porcelana. Mirada dulce y penetrante. Hablaba tomándose su tiempo. Reiteró –en varias entrevistas– que pintar era el medio de comunicación que conocía, el que elegía para manifestar sus ideas. La poesía también fue de su interés: en cartas enviadas a su sobrina en el invierno de 1975, cuenta lo entusiasmada que estaba escribiendo; lo mismo sucede en cartas a Manuel Mujica Lainez, al punto tal que él le pide en una misiva de 1976 que le envíe los poemas para leerlos. Clásica en su modo de vestir, en sus lecturas, en la música que le gustaba. Solía recorrer los anticuarios de San Telmo para mirar antigüedades, ya que le encantaban. Amante de los viajes, realizó incontables travesías por diversos lugares del mundo, especialmente por el viejo continente. Viajó mucho con su marido, sola o con amigos. Siempre vivió en Buenos Aires. No tuvo hijos, pero sí sobrinos y sobrinas con los que mantuvo un vínculo estrecho. La visitaban en su taller, en su casa, paseaban con ella, tenían largas charlas. Apasionada, decidida, de pocas palabras y de muchos hechos, esa era Dignora. Tan segura de lo que hacía, que su pintura persiguió su propio deseo una y otra vez, hasta el fin. No es una frase hecha decir que pintó todos los días de su longeva vida, así lo manifiesta su sobrina María Isabel Pastorello, a quien pude entrevistar en reiteradas ocasiones.
Los Satanes. Amaba los gatos. En muchas de sus obras aparecen gatos negros. Su propio gato le ha servido de inspiración, reencarnando cuantas veces fuera necesario. Cada vez que el gato negro moría, otro de características similares llegaba al hogar de Pastorello-Larco y volvía a tener el mismo nombre: Satán.
Registro. Fue una gran observadora de todo aquello que la rodeaba, ya sea de los lugares que habitó en Buenos Aires, como de aquellos por los que estuvo temporalmente en sus travesías. No utilizaba fotografías para sus trabajos. Tampoco realizaba bocetos para pasarlos luego a la tela, sino que se servía de un lápiz y un cuaderno que llevaba consigo para tomar apuntes. Con algunas simples líneas, de modo rápido, creaba los diagramas que le servirían de ayuda memoria al momento de pintar. Todo lo demás estaba en su retina. Simple y rotunda, tenía su cuaderno con sus bosquejos y nada más. En una nota en el diario La Prensa del 13 de diciembre de 1987, Dignora comenta que viajaría a Punta del Este y que volvería a Buenos Aires cuando la ola de turistas llegase a Uruguay, para vivir el verano solitario porteño. Aclara que lleva sus elementos para pintar, ya que nunca dejaba de hacerlo, ni cuando estaba de viaje. Pintar como respirar.
Un largo recorrido. Luego de su etapa de formación, que comenzó a los quince y finalizó a los cuarenta y siete años, sus obras comenzaron a circular por salones y muestras colectivas, así como también realizó muestras individuales. Obtuvo una veintena de premios entre 1959 y 1985. En los catálogos de dichos certámenes se puede distinguir su nombre de una larga lista de artistas hombres. No es un dato menor, fue una de las pocas que pudo hacerse un lugar en un circuito hostil para las mujeres artistas. Tampoco es menor que haya integrado con cuatro amigos artistas “el grupo cinco”, integrado por Ángel Fadul, Juan Ibarra, Andrés Fernández Taboas y Mario Vuono. Su inserción allí es estratégica e inteligente, siendo la única mujer encontraba un lugar donde poder moverse y mostrarse. El beneficio de la unión era para todos, juntos podían acceder a más sitios y hacerse, por ende, más visibles. Lograron exhibir en varias galerías porteñas y tener una notable repercusión.
A nivel internacional fue incluida dentro de la exhibición Primitivos actuales de América realizada en Madrid (1967); integró junto con doce pintores argentinos un grupo con el cual expuso en diferentes lugares de Italia; participó de la exhibición de pintura ingenua que se realizó en Washington. Expuso también en México y Ecuador. Obras suyas forman parte de acervos públicos en instituciones nacionales, así como también de colecciones privadas en el país y en el exterior.
Dignora Pastorello es una gran pintora en la que se han fijado críticos avezados de la época: Nicolás Rubió, Osiris Chierico, Córdova Iturburu, Vicente Caride, Enrique Azcoaga y Manuel Mujica Lainez, con quien forjó una amistad en la adultez de ambos. Sin embargo, a fines de los ochenta y en la citada nota del diario La Prensa, el periodista hace alusión a que “algunas exposiciones esporádicas, algún cuadro colgado en la trastienda de alguna galería nos ha mantenido en contacto con su obra a través de los años. Pero la muestra importante parece no llegar para ella...”. Quizás, querida Dignora, está llegando al fin ese momento.
Paola Vega. Buenos Aires, febrero 2022.
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