Descripción de la Exposición
PRIMER PAISAJE reúne una selección significativa de fotografías de José Manuel Ballester (Madrid, 1960) inspiradas en obras de autores del Trecento y el Quattrocento. Para esta serie se han tomado de referencia frescos o cuadros de Giotto, Paolo Uccello, Sassetta, Maestro dell’Osservanza o Giovanni di Paolo, entre otros. Todos los pintores seleccionados desarrollaron su carrera en la Toscana, en un periodo el que esa región se colocó a la vanguardia de las artes y justo antes de que Florencia se destacara como capital del Renacimiento tras la irrupción de los Medici. Estas escenas primitivas en su mayoría representan la vida de Cristo, la Virgen o determinados santos. En ellas se abandona progresivamente el estilo bizantino de la Baja Edad Media para ir introduciendo una concepción tridimensional del espacio que, desde el norte de Italia, pronto se extenderá por Europa. Como se observa, la gran particularidad de estas piezas consiste en que se han eliminado los personajes y sólo permanece el fondo, un espacio normalmente silenciado por la trama de lo que se quiere contar. Al anular la acción que generan los protagonistas, se omite la parte narrativa y genera un intersticio misterioso. Ese vacío elocuente nos descubre una versión inédita de algo que creíamos conocer. Prevalecen, de forma sugerente, escenarios ambiguos, formas y colores. El trasfondo que soporta la composición nos descubre fortalezas y murallas, horizontes en lontananza, ermitas o cuevas. Sierras, montañas y árboles. Predominan los exteriores, donde la arquitectura esboza los inicios de un nuevo lenguaje formal que será el contexto que acoja a una incipiente sociedad humanista.
Al principio, el paisaje no existía, era un pretexto que enmarcaba al ser humano y servía de ventana para el espectador. Antes del siglo XIV, lo habitual eran las figuras frontales y la ausencia de fondo, en el gótico abundaban las áreas doradas. Giotto será uno de los primeros artistas que sepa concebir un escenario realista a partir de volúmenes y luces, traduciendo con sentido lo que estaba viendo. La Naturaleza y las personas dialogan en sus pinturas, mostrando un hombre que pertenece al medio natural y se integra en él. La ciudad y el campo coetáneos a los creadores de ese momento, se convierten a partir de entonces en los lugares donde ocurren las situaciones que exaltan los hechos que se cuentan de santos y mártires cristianos, una dislocación espacio-temporal que facilita la comprensión de las parábolas entre los creyentes.
La idea de paisaje está ligado a la percepción sensible de un entorno. En fotografía, la mirada construye el lugar. Ningún sitio existiría antes de ser imagen sin la determinación de alguien que contempla ensimismado un sitio. Con este trabajo, Ballester escarba debajo de la epidermis para llevar de atrás hacia delante una historia emotiva que permanecía latente. En vez de viajar hasta Italia con la cámara y ponerse a tomar fotos, investiga en los museos hasta encontrar el espacio inadvertido en obras que pintaron otros. Su punto de vista es tan sorprendente como sugerente, mezcla pensamiento y ojo. Se fija en aquello que nadie ha mirado para deconstruir por capas la organización de los planos. Al extraer el primer término, se potencian aspectos estéticos que acentúan la belleza inherente de un lugar que pasaba casi desapercibido. Para cada uno de nosotros, el paisaje conlleva la percepción de algo concreto relacionado con el entendimiento de un espacio geográfico, pero también algo abstracto cercano a lo emocional e incluso lo espiritual. Aquí, Ballester ha sustraído todo aquello evidente para revelarnos, con un ejercicio metalingüístico de reflexión que entrecruza pintura y fotografía, los estratos ocultos que subyacen más de allá de una mirada superficial.
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Si hay una categoría pictórica que desde sus inicios se preocupa por el entorno y cómo éste se percibe, esa ha sido el paisaje. Como género autónomo, se constituye tarde. Hasta el siglo XVII, era aquello que se hallaba detrás del protagonista, todo lo que no se vinculaba directamente con su figura. Será en la pintura barroca holandesa cuando comience a verse como motivo principal y no sirviendo de fondo a una escena o retrato. De hecho, esas vistas marinas iniciales que de inmediato alcanzan también a la vida en la ciudad y el campo, se convertirán pronto en un tema recurrente que se extenderá por toda Europa. Su evolución fue rápida, logrando su cénit en el siglo XIX, un momento en el que los artistas se vuelcan en la interpretación de la Naturaleza y rompen decididamente con la tradición. Primero, exaltando los sentimientos y los valores asociados a él a través del Romanticismo; luego, con las nuevas corrientes que incitan a pintar fuera del estudio. Bien al modo realista que promueve la Escuela de Barbizon encabezada por Corot, o según los efectos de la luz y el movimiento que auspiciaron los Impresionistas.
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