Descripción de la Exposición
'Flashback: regresar al pasado, revisar el principio'
por Sema D'Acosta
Es una afirmación fácilmente constatable, sostener que la trayectoria de Miguel Ángel Tornero (Baeza, Jaén, 1978) es de las más firmes y de mayor proyección de la fotografía española de los últimos años, destacando como uno de los valores de mayor futuro de nuestro panorama. Sin duda, es de los pocos artistas andaluces con verdadera trascendencia internacional. Sirvan de muestra algunos ejemplos. En el manual de referencia Photography Is Magic (2015) publicado por la editorial Aperture de Nueva York y escrito por la crítica y comisaria Charlotte Cotton, una de las especialistas más reconocidas del mundo, Tornero es el único español incluido. Igualmente, ha sido seleccionado por Joan Fontcuberta para un número especial de la prestigiosa revista italiana Mould (primavera, 2015) dedicado a las derivas de la imagen en el siglo XXI. Hace unos meses, también The British Journal of Photography, una de las publicaciones más respetadas y de mayor tradición en Europa, mostraba igualmente un amplio reportaje sobre una de sus series, además de recomendarlo como uno de los 25 jóvenes autores a tener en cuenta en los próximos años. No sólo fuera de nuestras fronteras es apreciado su trabajo, también es importante mencionar que su último libro, The Random Series, fue galardonado en 2014 con el premio a la mejor publicación artística del año, el máximo reconocimiento que concede el Ministerio de Cultura en este apartado. Este mismo ejemplar también obtuvo una mención especial en la pasada edición de Les Rencontres d’Arles. Asimismo, en las colectivas más representativas de los últimos tiempos sobre el estado actual de la fotografía en nuestro país, Tornero siempre ha sido señalado entre los nombres destacados (Contexto Crítico, P2P, Fotografía 2.0...).
Debido a su alcance, resulta pertinente en este momento reivindicar desde Andalucía su trabajo, re-visitando sus comienzos para desde la pausa, auscultar sus inquietudes iniciales a modo de flashback, volviendo al pasado para recobrar este proyecto germinal que denominó Pretérito Imperfecto Compuesto, una primera serie que adquiere precisamente ahora más importancia por el valor que ha tomado, con el tiempo, la carrera del artista. Acudir al punto de partida es reflexionar sobre el camino recorrido. Si examinamos los cimientos y observamos con atención estos tanteos de hace una década, podemos descubrir en ellos cuáles eran las motivaciones de Tornero entonces y cómo ha evolucionado su producción durante este periodo, un análisis que no sólo sirve para conocer su trabajo con una perspectiva más amplia, sino que además nos da pistas sobre el modo en que ha ido depurando sus conceptos, por qué ha ido desechando unas opciones y potenciando otras.
Su obra, grosso modo, trata sobre el potencial estético de lo cotidiano. Lo que ocurre es que el enfoque ha ido mutando con el paso de los años desde lo narrativo hasta lo sintáctico. En su arranque el relato tomaba mucha presencia. Sus fotografías nos muestran escenas descontextualizadas donde personajes extemporáneos aparecen de improviso, casi de cualquier manera. En ellas la realidad se fracciona y desnaturaliza, creándose situaciones que se mueven entre la tensión y la incertidumbre. Aquí lo extraño convive con lo verosímil, un juego de imposibilidades que logra desconcertarnos al mismo tiempo que nos atrapa. Sumido en una historia que desconoce, el espectador se ve retenido en mitad de una encrucijada enigmática, lugares desubicados en los que habita el desasosiego y el tiempo se detiene. Ya desde el principio, sobresale en sus procedimientos la praxis del taller. Primero descomponiendo lo que vemos en fragmentos que se yuxtaponen unos sobre otros, un juego entre figura y fondo donde indeterminados protagonistas anónimos se colocan sobre una tramoya ajena. Hasta 2007, su obra se centra en la construcción de collages digitales que funcionan de forma similar a un decorado, interludios teatrales sobre los que actúan personajes extraviados que pareciese hubiesen acabado en una función que no les corresponde.
Pretérito Imperfecto Compuesto retrata circunstancias cambiantes, trances mudables como los momentos del día o los estados de ánimo. De hecho, existe un paralelismo intencionado entre ambas situaciones. Abundan las horas crepusculares, instantes de indefinición que son el tránsito hacia las sombras. A veces, antes de que la oscuridad se cierre, captura cielos densos, casi bíblicos, que insuflan de personalidad la escena. En otras, la noche se compacta y su espesor lo rompe el destello de un flash, cegador, que deslumbra el primer término con una potente descarga. El halo de luz parece que no alcanza aquello que pretendía fotografiar la cámara. En estos ambientes la atmósfera es espesa e inquietante, rozando lo dramático. Sin llegar a la melancolía que rezuma la obra noctívaga del pintor belga Léon Spilliart, que en la primera mitad del siglo XX caminaba sin rumbo por las calles de Ostende tras la puesta de sol azorado por un insomnio perenne que le impedía descansar, Tornero se adentra en la periferia de los núcleos urbanos, normalmente parajes rurales, para descubrirnos esa parte indefinida de nuestro entorno (entre el campo y el pueblo, en los márgenes del extrarradio) que nadie atiende y en la que pocas veces reparamos. Estos sitios anodinos donde crecen a contracorriente pitas y cardos, verdaderas plantas de supervivencia, son lugares desapacibles que no comprendemos y tendemos a ignorar; entre otros motivos porque nos resultan enclaves incómodos, sin ubicación ni sentido claro. Son siempre la parte de atrás, tierra de nadie, solares baldíos. Para el artista, deambular por estos lugares inciertos es un modo de enfrentarse a los temores que nos acechan, darle forma a todo aquello que no comprendemos y emerge durante la noche de manera inesperada y sin que podamos controlarlo, como ocurre con los sueños o las pesadillas. Quizás hay algo de psicoanálisis en estos trabajos, una interpretación propia capaz de canalizar aprensiones personales a través de estas composiciones. Por el carácter autónomo de estas imágenes tenebrosas, las más ásperas del conjunto, alguna vez el artista estuvo a punto de separarlas y ponerles un título propio. Algo así como La noche menos pensada.
En otro grupo de fotos afines, nombradas como Meteosat, observamos que continuamente aparece la televisión encendida retransmitiendo el parte meteorológico. En este caso, a Tornero le interesaba plantear una correspondencia entre el tiempo, variable, y la disposición emocional de las personas, igualmente tornadiza. Sin duda, los anticiclones y las borrascas son una metáfora idónea para ilustrar cualquier cambio de humor. Habitualmente, las condiciones climáticas también contribuyen a incrementar o disminuir ese frágil equilibrio afectivo (eutimia). Aunque ambos flancos de este proyecto comparten una misma intensidad psicológica en grados diferentes, una característica distintiva entre estas obras y las nocturnas es la luminosidad. Son imágenes más amables a primera vista, pero siempre esconden de forma velada algún resquicio siniestro, ese aspecto rebelde de lo cotidiano que distingue el extrañamiento que define el carácter de su obra. Al estar planteadas en espacios de confort fijados en nuestro inconsciente colectivo a través del imaginario del cine, parecen escenas de interior ya vistas que nos resultan familiares, la disposición del observador es más relajada, una laxitud que permite al artista desconcertarlo con detalles ilógicos y proposiciones inverosímiles, guiños que atrapan nuestra atención y convierten la normalidad en un artificio impregnado de zozobra. Gaston Bachelard en su Poética del espacio reitera que podemos llegar a lo esencial del refugio a través de las situaciones soñadas, por muy imposibles que nos parezcan. Hay que abrir de nuevo el campo de las imágenes primitivas que han sido, tal vez, los centros de fijación de los recuerdos que se quedaron en nuestra memoria. Siguiendo esta alegoría, acaso estos montajes aparentemente sin sentido, son capaces de desvelar mejor que otras parábolas la complejidad de relaciones que establecemos en la intimidad, de puertas adentro.
Progresivamente, Miguel Ángel Tornero pasa de recortar las imágenes con un software, a hacerlo directamente con tijeras y sus propias manos, un proceso experimental que lo aleja de la ortodoxia del medio, a la par que distancia sus fotografías de los acabados usuales y de la estandarización. Cada vez le preocupa más una fotografía que fuese físicamente protagonista y no sólo una herramienta de salvaguarda al servicio de la memoria de una apariencia. El resultado final se convierte así en un objeto único, irreproducible, que se desprende de su parte narrativa y supera la mera iconicidad, adquiriendo nuevos valores plásticos derivados de las texturas del material, que pasa de ser simple sostén a componente esencial de la pieza. Este punto de inflexión poco a poco va entrecruzando contenido y continente, representación y soporte, alejándose de la tradición y dando cada vez más importancia a los elementos constitutivos de una fotografía, indagando en aquellos aspectos gramaticales que pueden llegar a sintetizarse en elementos mínimos o establecer entre ellos relaciones de color, forma y peso visual. En casos extremos, Tornero entiende la imagen desde la modulación lingüística, desentrañando sus estructuras de manera similar a los procedimientos con los que desciframos la música, la escritura o la pintura, tres manifestaciones humanas capaces de reducir la emoción hasta unidades básicas (notas, fonemas, pinceladas) en un proceso agudo de lixiviado. Esta búsqueda del grado cero de la imagen es característica en una serie como Photophobia, estadio último de sus investigaciones. En este proyecto usa un léxico complicado y abstracto donde lo fotográfico se confunde con lo espacial hasta llegar, incluso, a hacer dudar al espectador sobre los límites de algunas piezas. Antes que a nombres clásicos de la fotografía del nivel de Richard Avedon, Sebastiao Salgado o Henri Cartier-Bresson, la dificultad para entender el calado conceptual de estas obras acerca sus preocupaciones artísticas a compositores transgresores como Morton Feldman y John Cage, escritores como James Joyce y Samuel Beckett, o pintores como Robert Ryman. Realmente, todos ellos han trascendido por cuestionar desde dentro la integridad ontológica de sus respectivos territorios expresivos.
Exposición. 13 dic de 2024 - 04 may de 2025 / CAAC - Centro Andaluz de Arte Contemporáneo / Sevilla, España
Formación. 01 oct de 2024 - 04 abr de 2025 / PHotoEspaña / Madrid, España