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Cuando en los primeros años noventa regresé a Madrid de Estados Unidos, donde había terminado mis estudios de Bellas Artes, fui a visitar a mi amigo Diego Escrivá, que había conocido en Los Ángeles. Vivía en una preciosa casa en una antigua colonia de Aravaca. Me sorprendió la cantidad de arte que poblaba las paredes; Diego me enseñó el resto de la casa donde vivía su madre Isabel y entre una colección de arte japonés, grabados de Guinovart y pintura del siglo diecinueve lo que poderosamente me llamó la atención fue una serie de retratos en blanco y negro dispuestos en un distribuidor de los dormitorios. En ellos pude reconocer a mi amigo Diego cuando era niño. Recuerdo que apuntaba sonriente con un arma de juguete al objetivo fotográfico.

Era una copia bastante grande (60 x 90 cm) y le pregunté sobre la autoría de esa serie. Descubrí a Isabel Giró fotógrafa. Tras el almuerzo tuvo la amabilidad de enseñarme copias originales de los años 50 y sesenta en las que se veía una Barcelona desaparecida retratada desde una perspectiva moderna, atrevida en sus encuadres pero clásica. Pensaba en Cartier Bresson al ver sus intenciones, luego me dijo que trabajó para el gran Catalá Roca y fue entonces cuando comprendí el talento y la osadía de aquella joven barcelonesa que fotografiaba con su leica las labores de los pescadores mediterráneos, perseguía un burro (no puedo recordar su nombre) con el que proyectaba ilustrar la obra de Juan Ramón Jiménez. Tal vez demasiado adelantada para su tiempo.

Después y gracias a ello tengo un grandísimo amigo, su talento como fotógrafa pasó a un segundo plano y se dedicó a su familia y posteriormente al interiorismo.

Luis Asín, noviembre de 2010