Sam Drukker trabaja en Amsterdam. Su estudio, el ático de un antiguo taller de litografía, está en un viejo barrio popular. “El taller está orientado al Norte y tiene luz durante todo el día; pero, gracias a tres tragaluces, la luz es interrumpida en las zonas donde no hay buhardilla, lo que me permite jugar con luces y sombras a la hora de colocar a los modelos. Los fuertes contrastes de luz son elementos básicos con los que juego, y de los que más me interesan en el Arte. En cierta manera soy un poco un buscador del drama, o sea un pintor barroco. Me gusta el contrapunte entre tonos muy oscuros y muy claros, entre pintura muy pastosa y grasa y partes tan diluidas que podrían parecer acuarela”. De los contrastes también surge el movimiento, que siempre es el resultado de una tensión entre extremos. En su mundo no ... existe la mera belleza. Para él, lo más bello no puede existir si al mismo tiempo no se le contrapone lo más feo. Lo uno existe gracias a lo otro. Allí encuentra la verdadera fascinación. “Todo lo que podría inventar yo mismo, nunca sería tan rico e interesante como la realidad. Por esto siempre trabajo con modelos. No me gustan las posturas académicas, forzadas o complicadas. Simplemente, tienen que estar allí y ser ellos mismos. Me interesa el momento en el que, de forma natural, sin darse cuenta, levantan la mirada de la realidad. Entonces les pido de mantenerla y me concentro en la fascinación producida por todo lo que percibo. El comienzo de un cuadro es siempre muy rápido. A menudo tengo el 80% esbozado en una sola mañana. Terminarlo resulta más difícil. Tiene que madurar y crecer. Pueden pasar meses antes de que se pinten los últimos trazos en el lienzo”.

Nacido en Goes (Holanda) en 1957, Sam Drukker vive y trabaja entre Amsterdam y Barcelona. Es profesor de arte en la Wackers Academie de Amsterdam y fundador del “Netherlands Group of Portrait Painters”.