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'Viajar es vivir en el sentido pleno de la palabra'. (Alejandro Dumas ).

Cuando el viajero inicia un viaje lleva preparada su maleta con la ropa necesaria para afrontar el clima de la zona. También lleva formando parte de su equipaje la información necesaria para ... reconocer monumentos y paisajes, y ha reunido aquellos datos que le permitirán comprender un poco mejor los modos de vida y el carácter de las gentes que habitan el lugar. Lo que no sabe es cómo va a impactar en su espíritu todo el universo de sensaciones nuevas que se abre al llegar a su destino, ni de qué manera sus sentidos van a percibir y su cerebro va a asimilar toda la información que constantemente estará recibiendo.

Desde el mismo instante en que el viajero pone el pie en el lugar objeto de su viaje, todos los sentidos se precipitan en el despertar: el ojo se convierte en miles de ojos que captan los colores, las formas, las luces y las sombras..., pero antes ya se han disparado un montón de antenas en la pituitaria que reciben olores nuevos y su oído capta también los sonidos de esa tierra.

De toda la enorme cantidad de información que el viajero recibe a cada paso existe, de forma más o menos consciente, una selección que se imprime en la memoria y que constituye la 'marca al agua' del viaje único, personal e individual. En un viaje se producen mil variadas formas de seleccionar la información. Los golpes de vista recogen panorámicas que, como en el teatro, sitúan al espectador frente a todos los elementos que constituyen un paisaje que, una vez localizados y organizados, permiten entender las relaciones que el hombre ha establecido con la naturaleza, o con sus semejantes.

Después, la mirada se enfoca hacia determinados puntos, y es entonces cuando se recogen aquellos detalles que, dentro de la visión general, pueden tener un valor insignificante o pueden constituir exactamente la esencia de todas las panorámicas. Para conseguir captar esa esencia es necesaria una mirada diestra, ojos expertos en la práctica de la observación, y gran capacidad de síntesis en el procesado de la información.

Esta es la mirada de Maria Luisa Sanz, capaz de resumir en un objeto la cultura de un pueblo, los rasgos que le son propios y los asuntos que le ocupan - más que los que le preocupan-. María Luisa tiene una mirada positiva que selecciona lo bello, y destaca y trasmite con emoción aquellas cosas que marcan el carácter de cada lugar, las que a pesar de la globalización, enriquecen la vida del viajero.

Así, a través de la selección de su mirada, plasmada luego en lienzos de colores luminosos, podemos recrear el saber hacer de los artesanos venecianos, expertos en el arte del cristal a lo largo de los siglos, o la exquisita textura de las sedas chinas trabajadas desde hace milenios. De los millones de objetos que se pueden encontrar en China, Maria Luisa escoge el babero de un 'pequeño emperador' - niño mimado hasta el extremo por ser el único hijo permitido - y extrayendo el motivo bordado que lo adorna, lo plasma con sus pinceles de mil formas diferentes, como quien da vueltas a todas las situaciones personales y familiares que provoca tan extremado control de la natalidad en China.

De oriente a occidente, de los pies a las manos, de los zapatos a los guantes. Chapines, babuchas,...calzados femeninos capaces de conducir tu imaginación hasta los pies que los calzan, y de ahí a la silueta erguida y elegante que se alza desde el suelo y que, enfundada en un sari, camina suave y acompasadamente ante el escenario de una ciudad bulliciosa o por la vereda que conduce a un pozo. Otros sugieren pequeños y saltarines pasos que silenciosamente atraviesan las sombras de la habitación, vislumbrándose la figura cubierta por el quipao, que se dispone a verter un poco de té en el pequeño recipiente de laca. Todos ellos traducen distintos modos de vida de mujeres, la diferente elegancia de sus posturas y movimientos, su original belleza. Pero también son huellas, huellas de colores que las experiencias de cada viaje van dejando en el corazón del viajero - de la viajera en esto caso, de María Luisa Sanz-.

Los objetos representados en sus cuadros evocan viajes de otra época cuando simplemente el itinerario ya constituía una aventura que duraba varios meses. El shampan con sus velas desplegadas, además de otros significados, siempre será un símbolo del viaje romántico, relacionado con la búsqueda del YO.

Y así pinta ojos, seductores y seducidos por lo que están mirando, enamorados de lo que ven, y lo verbalizan: LOVE! Y pinta bocas seductoras que musitan la palabra ¡ Tchang ¡, toda una alusión a un mundo de aventuras que, teniendo a Tintín como protagonista, ha ilustrado nuestra infancia, ha excitado nuestra imaginación viajera, y sigue siendo un referente para muchos de nosotros en la actualidad.

Y de este mundo de vivos, a los vivos que recrean la muerte como una parte lúdica de la vida, esqueletos mexicanos, aderezados con chiles y cactus. Porque ella, mujer viva donde las haya tampoco podría recrear la muerte con un sentido trágico. M. Luisa es vida, es color, es alegría, es seducción. Su pintura es vibrante.