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Pongamos que hablo de Madrid

Exposición / Instituto Cultural Cabañas - Museo Cabañas / Cabañas, 8, Plaza Tapatía / Guadalajara, Jalisco, México
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Cuándo:
23 nov de 2017 - 18 feb de 2018

Inauguración:
23 nov de 2017

Comisariada por:
Fernando Castro Flórez

Organizada por:
Ayuntamiento de Madrid

Artistas participantes:
Alfredo Alcain, Ángel Marcos, Bárbara Allende Gil de Biedma - Ouka Leele, Carlos Alcolea, Carlos Franco, Carlos Sánchez Pérez - Ceesepe, César Galicia, Concha Prada, Eduardo Arroyo, Eduardo Úrculo, Equipo Crónica , Gabriele Basilico, Guillermo Pérez Villalta, Hannah Collins, Javier de Juan, Javier Utray, José Alfonso Morera Ortiz - El Hortelano, José Manuel Ballester, Luis Gordillo, Manuel Franquelo, Manuel Quejido Villarejo - Manolo Quejido, Miguel Trillo, Pablo Pérez-Mínguez, Pepe Buitrago

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Descripción de la Exposición

EXPOSICIÓN. Pongamos que hablo de Madrid. Fondos del Museo Municipal de Arte Contemporáneo de Madrid. Actividad expositiva complementaria a la presencia de la ciudad de Madrid en la Feria del Libro de Guadalajara. Noviembre 2017. Comisario: Fernando Castro Flórez. Una consideración general. Madrid es una aglomeración sólo superada por L´Ille de France y Greater London, con un espacio que dispone de una eficiente estructura de comunicación (una red de metro de 293 km., la más extensa después de Londres) y, sin exagerar, se integra como ciudad global en el sistema mundial de las grandes metrópolis. Conviene recordar que Madrid es una ciudad moderna que comenzó a desarrollarse en 1561, cuando Felipe II decidió instalar la sede de la corte en esta ciudad, en una época en al que apenas llegaba a los 14.000 habitantes. Desde entonces el crecimiento de la ciudad ha sido muy rápido y, en su particular “mitología”, siempre surge la fórmula de que “Madrid es una ciudad muy acogedora” en la que no abundan los “nativos” (es inusual encontrarse con alguien que sea nacido, como suele decirse, en “Madrid Madrid”, una fórmula reiterada que subraya la sospecha de que los que pisan las calles de la ciudad son gentes “de fuera”) y en la que pareciera que no habría que “pagar peaje”. Ciertamente Madrid es el resultado de la política de un Estado Centralizado que ha favorecido que sea en esa ciudad donde se despliegue la actividad económicas más importante de España. Actualmente la aglomeración madrileña aporta alrededor del 12% del producto interior bruto español y ocupa el sexto puesto del mundo entre las plazas bancarias y el noveno en la capitalización en bolsa. España tuvo, aunque fuera durante poco tiempo y como en un festival de pirotecnia, sus instantes estelares que están marcados por la Movida Madrileña. Es una historia que ha sido contada de mil maneras y, seguramente, todas dicen la verdad porque no son otra cosa que testimonios de cómo se lo pasaban en el seno de la fiesta. Las primeras películas de Almodovar, los cuadros de las Costus y especialmente su impresionante serie sobre El Valle de los Caídos, donde la “pluma” revela su potencial crítico y capacidad para ridiculizar paródicamente al franquismo inercial, la cantinela de Radio Futura y aquel estar “enamorado de la moda juvenil”, las noches del Rockola, las fotografías recoloreadas por Ouka Leele, el mundo de rockeros y moteros de Alberto García-Alix, el arrebato filmico experimental de Iván Zulueta, el punk con ciertos complementos extrañamente casticistas, cierta reivindicación de lo cursi como elemento desmantelador de las jerarquías culturales, convirtieron, entre otra gran cantidad de manifestaciones culturales de la época, a Madrid en una capital de extraordinario capacidad para fascinar. Hasta en periódicos como el New York Times aparecían desaforadas apologías de la Movida madrileña. En buena medida lo que fue ese “movimiento cultural” fue una suerte de reivindicación de lo cotidiano, con una inequívoca dimensión pop. De una forma “retardada” se produjo la “metropolización” de una gran ciudad, sin que dejaran de aparecer elementos extraños como fue la alabanza del “neo-cateto”. La “movida madrileña” fue succionada por la institucionalidad y apadrinada, de forma anómala, por el Enrique Tierno Galván, el alcalde que le gustaba ser calificado como “el viejo profesor”. La Movida tenía la condición de un “inmenso happening” que algunos entendieron como un momento cuasi-punk de agotamiento del sentido o de lúdica clausura de cualquier dimensión utópica. Declaraciones como “la vanguardia es el mercado” de La Luna de Madrid son ejemplos del peculiar postmodernismo hispano. El ludismo de la década de los ochenta “asfalto” el camino de la euforia cultural que llegó a su cima en los eventos feriales, expositivos y olímpicos de 1992 en la antesala de la firma del Tratado de Maastrich que trató de “consolidar” el mapa europeo. Con una cultura que podría caracterizarse como un ejemplo singular de postmodernismo vitalista, se ha señalado que la estética de los años ochenta en España, y de forma más acentuada en Madrid, se revela como “hibridismo cultural”: “La política artística socialista -apunta Guilia Quaggio- apostó por aquellos por aquellos contenidos culturales que se acoplaban en el debate más actual de los ochenta, esto es, la polémica en torno a la posmodernidad. Eclecticismo, imposibilidad de difundir normas estéticas válidas de forma absoluta e intemporal, fin de las grandes narraciones, pluralidad de estilos y lenguajes, una cultura tradicionalmente concebida como elitista que se difundía con el gusto por el folk y el flujo comunicativo de regusto kitsch propiciado por los mass media: España hizo suya, exaltándola, una cultura que fusionaba tradición y modernidad, lo popular con lo erudito, lo provinciano en lo urbano, demostrando la voluntad de superar los límites del proceso de modernización caótico y desigual de los tecnócratas franquistas para alcanzar, de una vez por todas y de un modo original, la contemporaneidad”. Se trataba de una versión de lo postmoderno en clave acrítica, esto es, entregada al hedonismo narcisista y consumista, con una tendencia a confirmar las obras de arte y los productos culturales como pastiches. La imagen internacional de la cultura española ha perdido, no cabe duda, su poder de “fascinación” y todo ha cambiado desde la movida a la “movilización”, del arte de “colocarse” al “antagonismo” en las plazas. Recordemos una de las pancartas que se exhibieron en el 15-M los “indignados” en la Puerta del Sol: “Perdonen las molestias, estamos construyendo el futuro”. Todo lo que era sólido (si es que alguna vez lo fue) se desvaneció en el aire; acaso lo construido estaba destinado, simbólicamente, a caerse, como esas La Torres Kío marcadas (de forma satánica), en su proceso de construcción, por la película El día de la bestia. Episodios recientes del mundo “burbujeante” serían Seseña o Gamonal, formas (de)constructivas de un país que naufraga, no cabe duda, en sus particularismos, en el que la solución a lo nacional difícilmente se puede hacer, como pretendiera Ortega, desde el “localismo”. Hace cincuenta años, concretamente en 1965, Juan Benet hizo una cruda declaración sobre la distancia crítica adoptada por los intelectuales españoles con respecto al Estado: “Yo no soy capaz de descubrir en el artista español -en el escritor en particular- del siglo XVI en adelante una absoluta compenetración con su país. Me he referido antes a una generalizada incompatibilidad de ese hombre para con el Estado cuyas empresas nunca llegó a ver del todo claras, pero que el español, celos de su seguridad y despectivo como nadie a una formulación doctrinaria de aquella postura de disentimiento, jamás se preocupó de manifestar sino haciendo uso de aquellas metáfora y retruécanos que tan diestramente aprendió a utilizar”. Si la movida era una estética del “presentismo”, lo que hoy parece dominar es el “postureo”; de aquella ruptura de la barrera entre alta y baja cultura, hemos derivado a un tortuoso debate sobre la cuestión de lo popular. En 1983, Warhol “aparecía”, como el rey de los pasmados, en la madrileña Galería Vijande, para inaugurar su exposición de cuchillos, pistolas y crucifijos. Era la época de la “actomanía”, con toda su agitada “promoción publicitaria”. El Estado Cultural, defendido a mediados de los ochenta como un elemento imprescindible del Bienestar colectivo, ha sido sometido tanto a demoledora crítica cuando frenado en seco por la crisis económica que (todavía) estamos viviendo. La cultura ya no es, en ningún sentido, una fiesta y no tenemos, como recordaba Rafael Sánchez Ferlosio, ni el “elitismo barato” (defendido en el Juan de Mairena de Machado) ni tampoco puede mantenerse el vértigo del “faraonismo institucional-cultural”. De aquel “postmodernismo español” (en buena medida marcado por las dinámicas madrileñas) solo quedan la nostalgia y la ruina, con la certeza de que nuestro tiempo desquiciado favorece más la opacidad que la “transparencia”: aquella “beatería artística” que pretendía impulsar un “cambio cultural” tiene que asumir la precariedad presente y tratar de ofrecer una imagen digna de Madrid, en un momento en el que la de Europa no puede estar más “descompuesta”. Exposición “Pongamos que hablo de Madrid“. Este proyecto de exposición, desplegado como actividad paralela a la presencia de Madrid en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, plantea una revisión del arte madrileño a partir de las colecciones del Museo Municipal de Arte Contemporáneo de Madrid. Es absolutamente oportuno realizar una exposición representativa de las artes plásticas madrileñas en un evento de la importancia de la FIL y, sin duda, la colección del Museo Municipal de Arte Contemporáneo de Madrid tiene piezas excelentes que permiten articular una exposición de calidad. Sin duda, esta muestra permite reivindicar un Museo y unas Colecciones que nunca se han presentado en México y que dan cuenta de un patrimonio excelente. Con el comisariado de Fernando Castro Flórez se plantea una revisión, a través de medio centenar de obras, de lo que ha sucedido en el arte contemporáneo, concretamente focalizando la cuestión en la ciudad de Madrid, en las últimas cuatro décadas. En esta muestra se presentan pinturas, fotografías, dibujos y obra gráfica de artistas de reconocido prestigio. El espacio expositivo en el que tiene mejor presentación es el Instituto Cultural Cabañas de Guadalajara. Las obras del Museo Municipal de Arte Contemporáneo de Madrid se articulan en seis secciones: 1. El mapa y el territorio. 2. La estética de los esquizos. 3. Los años de la Movida. 4. Instantáneas Metropolitanas. 5. La ciudad hiperreal. 6. Visiones singulares. En la sección “El mapa y el territorio” se dispone un mapa de la ciudad de Madrid de Fernando Bellver confrontado con el proyecto de las pinturas de Carlos Franco para la Casa de la Panadería de la Plaza Mayor. Una serie de documentos ponen en contexto tanto la colección del Museo Municipal de Arte Contemporáneo de Madrid cuanto la época que contempla la selección, esto es, las últimas cuatro décadas del arte vinculado con la ciudad de Madrid. La parte dedicada a “La estética de los esquizos” revisa la generación de artistas que en los años setenta, en diálogo con Luis Gordillo, transformaron la práctica pictórica en cierta sintonía con fenómenos internacional como la Transvanguardia. Artistas como Carlos Alcolea, Manolo Quejido, Guillermo Pérez Villalta o Javier Utray son los protagonistas de esta parte de la exposición. “Los años de la Movida” recogen obras de artistas como Javier de Juan, El Hortelano, Ceseepe o Ouka Lele. Fotografías de Pérez Minguéz o Miguel Trillo permiten ofrecer una visión de uno de los momentos “míticos” de la cultura madrileña, incidiendo en los aspectos artísticos más allá de los difundidos aspectos musicales o cinematográficos. El capítulo titulado “Instantáneas Metropolitanas” está articulado por una selección de fotografías de la ciudad de Madrid realizada por creadores como Ángel Marcos, Pepe Buitrago, José Manuel Ballester o Concha Prada. También se presentan importantes obras que reflejan esta ciudad en la mirada de artistas internacionales como Gabrile Basilico, Hannah Collins o Roland Fisher. Una parte de la exposición, “La ciudad hiperreal”, recoge cuadros de carácter realista que focalizan la capital, obras de artistas Manuel Franquelo, José Manuel Ballester o César Galicia. El último capítulo de Pongamos que hablo de Madrid, titulado “Visiones singulares”, está protagonizado por artistas que realizaron personales versiones del pop y lo figurativo, desplegando relatos sobre la “historia madrileña”, desde Equipo Crónica a Eduardo Arroyo, de Eduardo Úrculo a Alfredo Alcaín.


Entrada actualizada el el 09 nov de 2017

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