Descripción de la Exposición ------------------------------------------------------- ------------------------------------------------------- Todo está reflejado en todo. Toda representación habla de muchas más cosas de las que pone de manifiesto su evidencia. Cosas que se asumen, cosas que se dan por hecho, cosas que están detrás de las apariencias, cosas obvias y cosas sutilmente escondidas, cosas que nos llevan a otras, y otras que nos descubren el verdadero sentido de todo aquello que tenemos enfrente. El mundo del arte es el mundo de la representación, y tanto todo lo que se considere arte como lo que se considere representación se sitúa en la umbral de lo consecuente: el arte como reflejo de una sociedad, de una forma de pensar y vivir el mundo a través de la mente creadora individual o colectiva, la representación como la herramienta que posibilita convertir en forma la idea sobre ese mundo. Enfrentarnos a la lectura de una obra de arte, a su interpretación, es un ejercicio de posibilidades que constantemente se multiplican hasta llegar a conclusiones muchas veces lejanas a la primera intención del autor. Cuando una obra de arte se expande y es contemplada y pensada por otro que no es el que la ha realizado, el creador debe asumir que a partir de entonces ya no es dueño absoluto del contenido intencionado que la obra porta consigo, sino que bajo el prisma de cada una de las miradas que se posen sobre ella podrán introducirse nuevos elementos capaces de hacer que se altere o cambie radicalmente su contenido hasta poder llegar a convertirse en algo con una intencionalidad absolutamente opuesta para la que fue creada. Es la absoluta libertad de las imágenes que libremente atrapamos, movemos, reinventamos o construimos a través de lo que el deambular por el mundo nos ofrece. Podemos agarrar una imagen, como hizo Warhol con la fotografía oficial de Mao o mucho antes Duchamp con La Gioconda de Leonardo da Vinci, y darle la vuelta de una forma sencilla. La imagen es la misma en su estructura. Todo lo demás, sin embargo, ha cambiado radicalmente a través de un apropiacionismo intencionado capaz de modificar el color y el signo de las cosas con una simple alteración en esa representación de la que se parte. Así, cuando hablamos de creación, de arte y representación, estamos hablando de un mundo siempre inasible y en constante cambio de interpretación y función. El mundo del arte traduce de esta manera el modelo de adaptabilidad que rige el comportamiento de nuestras sociedades. El ser y su historia en constante movimiento e incesante planificación de estrategias para sobrevivir al presente y abordar el futuro. Nuestra sociedad y el arte que en ella se genera mantienen las mismas reglas y estructuras de funcionamiento. ¿No es acaso la función de espejo o reflejo lo que define y relaciona el arte con su propia época? Pero mucho más allá de todo esto, está el mundo que tenemos enfrente. Un mundo que encontramos o construimos y que cobra sentido a través de la luz y nuestra mirada. El mundo siempre siendo fiel reflejo a nuestra mente y dejándose ser siempre perfecto modelo para nuestras particulares proyecciones, para nuestras representaciones. Todos los elementos que componen nuestro universo portan, según nuestra mente social e histórica, una carga simbólica capaz de ser objeto de todo tipo de miradas y pensamientos. En este sentido, un mundo repleto de cosas que no dejan de gritar qué es lo que abiertamente pueden ser y hasta qué punto pueden llegar a convertirse en imagen de una representación por parte del pacto común de significados de la mirada humana. De esta manera, el mundo aparece ante nosotros como un campo de infinitas posibilidades de imágenes a nuestra disposición, imágenes a través de las cuales nosotros hemos organizado el control del espacio y el tiempo y, en este sentido, de nuestra propia existencia. Cosas y más cosas configurando un todo en el que desarrollarnos, un todo repleto de preguntas que nunca cesan de aflorar y de respuestas siempre parciales e incompletas. Una vida configurada a través de elementos que nosotros modificamos a nuestro servicio, de estructuras y formas que construyen un panorama específico en el que navegamos o naufragamos, pero que no es otra cosa que nuestro propio paisaje vital. La obra de la mayor parte de fotógrafos radica en este apropiacionismo del mundo exterior. Todo está realmente cargado de significado para la mente humana y solo es necesario observar y jugar con las diferentes posibilidades que establece la mirada, y mediante la agilidad del proceso fotográfico trasvasarlo a su lenguaje trasparente y universal. El mundo, en este sentido, es un inmenso escenario abierto a todo tipo de interpretaciones, un mundo capaz de generar tantos tipos de miradas como de aproximaciones individuales existan hacia él. La mente del fotógrafo sabe de ello y, haga fotografías o no, tiende a valorar la carga inherente a cada espacio o cada objeto. El mundo no es nunca una abstracción, sino un cúmulo de infinitas formas con una carga metafórica o simbólica mutable. En toda la obra de Ángel Marcos, a pesar de su variedad de temas y formas, reside siempre la constante lucha de entender y descifrar la compleja disposición en la que se desarrolla el mundo y sobre la que establece su estructura de control y poder. Desde que asume su postura de autor en aquellos primeros paisajes de la meseta castellana hasta su visión de la ciudad de Las Vegas, o en sus últimas instalaciones, encontramos una obra que está hablando de las disfunciones y contradicciones de los modelos o formas de poder en nuestro mundo a través de diferentes temas y lugares. El mundo exterior es para Ángel Marcos ese gran escenario en el que verter sus obsesiones o en el que plantear su mirada crítica. Todo está allí fuera para ser mirado, pensado y trasformado en imagen o, como ocurre en esta muestra, ser convertido en un espacio metafórico. En su serie Paisajes (1998) lo que encontramos es un duro retrato de un mundo abatido, un mundo sin esperanza repleto de árboles en constante invierno, de paisajes poblados de ruinas, de caminos sin destino, de escombros y frío, de cadáveres de animales y cosas esparcidos en un lugar que ha sucumbido al paso y al peso del tiempo. Paisajes de un país donde el último suspiro de un galgo, colgado por un gesto antiguo y cobarde, resiste como última prueba de su agonía. Esta primera gran serie de la ya amplia obra de Ángel Marcos puede ser leída e interpretada desde diversos puntos de vista, desde el más poético al más político. Quien quiera ver los Campos de Castilla los encuentra, quien quiera ver a Los Santos Inocentes los encuentra también. Lo importante es que esa obra abierta a tantas posibilidades es concebida desde un conocimiento propio autobiográfico que le confiere un grado de implicación y sinceridad, que supondrá un acicate en su desarrollo creativo posterior, en el que abordará otros espacios lejanos y ajenos a sus raíces. Castilla así, en la lectura personal que yo hago de esta obra, aparece a través de este trabajo como un guerrero vencido del que ya apenas quedan los huesos en los que se posaron los buitres. Castilla, la tierra tan laureada y abarrotada de historia, es en esta obra de Ángel Marcos un espectro de una idea, un mundo que se ha desvanecido y del que no podemos esperar otra cosa que su desintegración definitiva en otro tiempo, en otra historia. Son paisajes crueles, directos y, sin duda, un retrato del poder visto a través de lo que el tiempo ha dejado tras de sí. Años después, el mismo paisaje volverá a aparecer en la serie Rastros (2001), pero ya será un paisaje frondoso, lleno de luz. Es esencialmente un paisaje irreal que no tiene la pretensión de ser acoplado a ninguna geografía que no sea la que pertenece a los propios sueños, y que para ese nuevo trabajo estará siendo escenario de una idea más que un lugar en sí. Más evidente aparece la representación del poder en la serie Los Bienaventurados (1999), en la que la extensión urbana del anterior mundo de los paisajes de desolación autobiográficos se convierten ahora en escenario en el que se suceden toda una serie de personajes, a modo de metáforas de exclusión social. Escenas construidas con un artificio no fingido en el que se acentúa el carácter doloroso y sarcástico de lo representado. ¿No estamos en esta serie sobre una representación en doce actos sobre la injusticia y el dolor asumidos en nuestra sociedad? ¿No son estos bienaventurados ya de por si juzgados y condenados por la sociedad, que ya los ha bautizado como objeto de sufrimiento y compasión? De nuevo en la serie posterior, Obras póstumas (2000), nos encontramos con un mundo dual, un mundo del que pende una gran tensión, esta vez provocada por la introducción forzada de un elemento visual discorde. En escenas de la vida cotidiana, como una ventanilla de una oficina, un bar, un cine, una parada de autobús o una consulta de un hospital, se introduce un elemento capaz de distorsionar el evidente orden en el que sucede lo cotidiano. Una imagen alterada por otra imagen. El propio título de la serie nos aproxima a la compresión de un trabajo en el que el paisaje (el de las ciudades de Castilla que sobreviven a la debacle de su entorno), las personas (todas bienaventuradas) viven ahora en una sociedad ordenada en costumbres, ordenada a través de diferentes taxonomías capaces de anular el propio sentido de la existencia. Todo es póstumo cuando la vida ha desaparecido. ¿No se está realizando con esta serie una crítica directa y evidente al sistema de control de las emociones y hábitos humanos que rige el sistema de poder unitario al que ha abocado sin contemplación el mundo occidental al que pertenecemos? ¿No es un retrato de la deshumanización y exceso en el que nos desenvolvemos? ¿No es esta serie urbana una llamada de atención sobre la urgencia del abuso de la imagen que estamos acostumbrados a producir y consumir sin pudor, constantemente? En 2001, unos meses antes de que el atentado terrorista más mediático de toda la historia echase abajo uno de los símbolos más importantes del poder occidental norteamericano, Ángel Marcos recorrió Nueva York con la intención de captar in situ las mismas obsesiones de convivencias de imágenes que le venían obsesionando en las series anteriores. Estaba en la capital visual del mundo, una ciudad hecha a través de su propia imagen, una ciudad en la que todos los elementos gritan exultantes, y orgiásticamente se regodean en la evidencia de sus significados. Una ciudad construida con ladrillo, hierro, piedra, ambición y, sobre todo, imágenes; una ciudad capaz de generar hacia el resto del mundo una insolente y propia imagen de poder. Un plató recto perfecto donde poder estructurar una nueva idea de horizonte. La imagen aparece de esta manera convertida en uno de los pilares básicos del poder, algo que es obvio si se observa hasta qué punto la sociedad norteamericana intenta no perder el control sobre la producción audiovisual mundial. «El que controla la representación tiene el poder, el que controla la ficción controla los sueños y en los sueños radica la esencia de todo poder». La consigna norteamericana mirada desde una prudente distancia capaz de desnudar sus entresijos tan obvios y groseros, abuso de todo aquello capaz de amansar, de adormecer, de controlar. Alrededor del sueño es el título de esta amplia serie en la que, además de imágenes de la ciudad, el autor fotografía a algunos de sus trabajadores y los contrapone a los grandes rascacielos, absolutos símbolos de poder. A través de un políptico en el que a modo de damero se yuxtaponen las imágenes, Ángel Marcos intenta hacer que esta obra funcione como una metáfora de la misma construcción de estos edificios. El diálogo entre los rascacielos y los rostros de los trabajadores es la base de esa obra. Ellos y ellas, todos inmigrantes, la mayoría latinos que acuden a ese centro del mundo para permitir que, a través de sus pésimas condiciones e ínfimos salarios, la máquina continúe al ritmo de crecimiento que precisa. Nuevos esclavos en un mundo en el que el adormecimiento ha enterrado los sueños y los anhelos de una sociedad más justa, pero que a cambio se ha encontrado con una promesa de progreso que no es más que eso, una promesa, y a través de ella se han dejado apartados diferentes aspectos del sueño de una mejor dignidad humana. Con este trabajo, Ángel Marcos inicia una serie de viajes a diversos lugares del planeta en busca de retratar las diferentes formas en las que el poder se desenvuelve a través del uso de imágenes, de frases o de grandes edificios u obras públicas. Así, después de Nueva York recala en las antípodas de ese mundo capitalista y se dispone a abordar con imágenes otra nueva contradicción de poder llamada Cuba. De nuevo las ruinas, pero en todas ellas las imágenes, las frases que gritan desde las paredes o los carteles, las consignas y símbolos de un poder retrógrado y arruinado que se resiste a abordar el presente en su desesperanza de futuro. El trabajo de Cuba es un gran catálogo del despropósito de lo absurdo del ser humano, y al mismo tiempo es una retahíla de esperanzas hueras que, sin embargo, luchan para no sucumbir a la corriente única que domina el mundo. Contradicción tras contradicción, el mundo es representado a través de estas frases que brotan en las esquinas, en todo espacio libre y comunicativo; frases que sustituyen a las grandes imágenes fotográficas que hemos visto en América por dos motivos: el primero que aquí no hay nada que vender, y en segundo lugar, qie el presupuesto no va más allá de los botes de pintura y las brochas. Con Cuba y Estados Unidos desnudos a través de este trabajo, la serie se amplía y llega a su cumbre cuando el autor decide, como tercer capítulo, abordar el retrato del gran poderoso que ha irrumpido vorazmente en la economía mundial y que con su crecimiento está dando indicios del inicio de una nueva era de dominio económico: China. El gigante asiático es analizado desde su grandeza hasta sus recovecos más íntimos. Espacios en los que la vida cotidiana se sucede a diversos ritmos, en el que nuestros conceptos de primer, segundo y tercer mundo dejan de existir, pues todo se mezcla en la consecución de un objetivo de crecimiento desaforado en el que el ser humano se convierte en engranaje de una máquina y olvida al máximo los derechos que universalmente parecía que se habían reconocido como recompensa del progreso. Todo rápido y en constante eclosión, en un gigante que se levanta y que quiere ostentar un poder que reclama por la evidencia de su posición y número. En el retrato que de China hace Ángel Marcos, aparecen mezcladas todas las obsesiones que habían sido motor de toda su obra anterior: el mundo antiguo que se descompone, el mundo urbano que avanza, la contradicción de vivir y habitar en torno a imágenes. Todo y más está en estos paisajes desmesurados donde parece que eclosiona un nuevo mundo, una nueva era del poder, que una vez más aparece utilizando las imágenes en su instauración. Como colofón de toda esta serie Ángel Marcos decide ir a la ciudad norteamericana de Las Vegas y recorrerla despacio, recalando de una forma particular en sus vertederos de símbolos. En los desechos de los aparatajes de los elementos del sueño, el autor encuentra la definitiva metáfora que llevaba tiempo buscando. Todos aquellos carteles derruidos u oxidados, todos esos trastos de luces fundidas y colores apagados, apartados o acumulados en ese vertedero inútil, parecen resistir únicamente para ser objeto de estas fotografías. Allí, los sueños están tan apagados como esas luces artificiales antes exultantes en la construcción de esa carcasa hipnótica de desaforada superficialidad; las consignas de su brillo y éxito han fracasado en el momento que han sido sustituidos por otros nuevos, lagartija que pierde el rabo para sobrevivir y que rápidamente lo sustituye por otro nuevo con el que caminar equilibradamente y poder seguir acumulando más energía del sol. Cementerio de antiguos disfraces ya inservibles, vertedero de todo lo que fue un día, y hoy solo es presencia de la futilidad de todo esplendor y resultado final de toda empresa humana o vital. Con Las Vegas, con el radical y trasparente retrato que hace del alma de Occidente a través de esta ciudad imagen, el autor parece poner punto y aparte a un trabajo en el que de una forma radical ha sido capaz de analizar el escenario en el que se mueve la humanidad en el nuevo milenio que ahora empieza. Nueva York, La Habana, Shanghái o Las Vegas como espacios que el artista ha elegido para hablar de un tiempo de contrastes y contradicciones, un tiempo que vive en números, obsesiones, resultados y apariencias. Finalmente, en las últimas obras, la fotografía vuelve a presentarse como fragmentos engarzados en la configuración de una idea amplia, como ya lo había hecho antes en otras instalaciones o en la serie norteamericana. El poder, su asunción, sus testigos, sigue siendo el tema esencial en una obra que traslada su objetivo de las grandes urbes a otros espacios en los bordes del mundo, ya sean estos en los espacios de una mina o en los cayucos que todos los días arriban a las costas europeas desde África. En La mirada oculta (2010), una instalación de varias imágenes enmarcadas en torno a una silla, el autor se sitúa de nuevo en otro margen de nuestro mundo, en el del trabajo bajo tierra, para plantear un mundo otro, la heterotopía que supone el mundo de las minas, el mundo invisible y secreto que habitan y trabajan los otros, un mundo en el que, de nuevo, se está desnudando la estructura de trabajo y sometimiento en el que se asienta todo lo que está más arriba, bajo el sol. La galería de la mina, contraposición de la galería de arte, es el espacio de la no contemplación, el espacio que transitar rápido, el espacio del peligro, donde la oscuridad reina y no existe posibilidad de recta alguna. El espacio de la galería de arte donde la obra es mostrada es todo lo opuesto, es el cielo, es la perfección, es la recta línea y el perfecto blanco. Más radical es aún la instalación Bajo el negro sol (2010) en la que, como ocurriese ya en la serie Alrededor del sueño en Nueva York, contrapone el objeto de poder -esta vez representado por un gran manjar como metáfora del sueño de la abundancia de Occidente-, a los retratos de diferentes personas que rodean el sueño de embarcarse en una aventura arriesgado, a través de la que poder abordar el futuro posible a través de un siempre incierto viaje en patera hacia el norte anhelado. Con Rabo de lagartija. Planificación y estrategia, el autor sigue la tónica de plantear en el espacio otro grito poético, en este caso a través de diferentes estancias que se superponen, para ofrecer de nuevo su particular lectura del funcionamiento de supervivencia de las estructuras de poder en nuestra sociedad. De la misma forma que en la naturaleza sobreviven los que mejor se adaptan a los cambios, los sistemas políticos y económicos que ostentan el poder se ven obligados a actuar de una manera similar. La estrategia pasa siempre por asumir los cambios y dar respuesta a todas y cada una de las nuevas condiciones. En un momento como el actual en el que los países que han ostentado hasta ahora el poder están asistiendo a una crisis económica sin precedentes y en el que, a diferencia de otros momentos de la historia, nuevas economías como la China han irrumpido y están plantando cara al, hasta hace pocos años, predominio occidental, observamos cómo la estrategia de la lagartija está vigente constantemente. El dominio de la especulación inmoral provoca todo el tiempo derrumbes de partes del sistema que son engullidos rápidamente por un sistema que se refuerza a través de rescates capaces de esclavizar a sus nuevas víctimas. De la misma manera que los rabos de estos anfibios se desprenden aparentando un verdadero sacrificio, el poder, y su herramienta fundamental, el dinero, se refugian rápidamente en este juego de reflejos en el que nunca sabemos realmente cuál es nuestro verdadero papel como individuos. La representación del poder es evidente en toda la obra de Ángel Marcos. Desde que el autor toma conciencia de su sentido constructivo y creativo, define una mirada crítica para abordar todos y cada uno de los temas que decide tratar, sean estos objetos de sus obsesiones, de su biografía o de sus propios sueños. A través de la fotografía, y de su lógico diálogo con el espacio y el tiempo, para el que no duda en requerir del uso de otros elementos como el vídeo o el propio espacio, Ángel Marcos ha logrado construir en estos últimos quince años un cuerpo de obra desde una mirada unitaria rica en matices y siempre pendiente de su sentido comunicativo para con el espectador. Sin duda, estamos ante una de las aventuras más serias que, partiendo esencialmente de la visión fotográfica de la realidad, se han llevado a cabo en nuestro país en este tiempo.
Como es habitual en el trabajo de Angel Marcos, éste se efectúa alrededor de un amplio espacio conceptual, en cuyo desarrollo va tomando diferentes orientaciones y perspectivas que dan lugar a series de fotografías y objetos muy localizados que invitan a mirar de nuevo el mundo sobre el que interaccionamos. Planificación y estrategia es el título general del proyecto que inicia su andadura en ARTIUM y que tendrá futuras aplicaciones a lo largo del tiempo. La columna que vertebra el proyecto se basa en la relación de la parte con el todo, que aplicada a la idea de organismo, reformula conceptos como forma, función, identidad, etc, e introduce otros como adaptación, supervivencia, etc., tan utilizados por el modelo de análisis sociológico basados en el medioambiente. La lagartija es un todo orgánico con funciones determinadas, tanto de funcionamiento interno como de interacción con el medio que habita. En su todo orgánico, una parte de su cuerpo, el rabo, es creado a priori para despojarse de él en caso de necesidad y que éste mantenga una aparente vida propia mientras ella se esconde de agresiones externas. El todo (el organismo) propiciará el crecimiento de un nuevo rabo para restaurar una función concreta en un nuevo estado de excitación extrema. Tomamos la lagartija como ejemplo por la condición de una parte concreta de su organismo: el rabo. La relación de éste con el organismo entero de la lagartija, y cómo este rabo es diseñado a partir de la planificación de futuros, lo cual representa ya un sentido de anticipación de lo que está por venir. Esta anticipación en la creación, esta planificación y diseño de esta herramienta estratégica, es la matriz conceptual que articulará el proyecto.
Exposición. 13 dic de 2024 - 04 may de 2025 / CAAC - Centro Andaluz de Arte Contemporáneo / Sevilla, España
Formación. 01 oct de 2024 - 04 abr de 2025 / PHotoEspaña / Madrid, España