Color, color, color, líneas de color, trazos de color, color acumulado, color opuesto y saturado, color abstraído. ¿Dónde la imagen? ¿Dónde la forma y la luz?

Vuelve a colgar Juan José Gómez de la Torre sus cuadros como haikus.

Su obra sigue estando cada vez más elaborada desde la sencillez. Sí, he dicho elaborada y sencillez -y no es contradictorio- pues no son cuadros simples lo que ves, sino obras sencillas, auténticas y honestas. Pues pocas cosas hay tan difíciles como lo sencillo.

Nace lo sencillo de lo singular, es decir de lo excelente en tanto que único, de la particular visión del autor, de su análisis, de la propia elaboración mental ... e instrumental de Juan José nace la excelencia de la pincelada.

Esa pincelada lleva dentro una vida, ese tocar el lienzo como acentuándolo con el color preciso, con ese color definitivo y definitorio es lo que construye la sencillez aparente.

Porque Gómez de la Torre es un poeta de la pintura, -ahí tienes los sonetos de sus barcas- su instrumento es el color y en la primera mirada nos perdemos porque nos obliga a deletrear cada trazo y cada mancha. Estos cuadros hay que mirarlos sin prisa. No te pierdas en la pincelada, intenta ver el poema completo. Mira con atención y abandónate en la atmósfera global, ante tus ojos se despliega entonces toda la lírica conceptista. Podrás ver ahora el juego poético y el cromático.

Fíjate bien en la dilogía de los amarillos maduros y tiernos de la hierba y de las aguas, obstinadamente distintos, permanentemente iguales. Observa la antítesis de los rojos de sangre oscura y de luminosa penumbra, que no son rojos sino negros que se tornan oro o naranjas encendidos. Vuelve a mirar los verdes y violetas que creías ver y dime si no son sino hipérboles que se enfrían o acaloran en el complejo discurso del cuadro. Y los blancos.

Dijo Demócrito que la palabra es la sombra de las cosas, Juan José nos vela las imágenes porque en el color ha escondido la sombra cegadora de las cosas, igual que el alegre filósofo.

Los que gozamos a diario del placer de sus cuadros sabemos que crecen con el tiempo, porque nacen de un platonismo hondo y nos ciegan de color para que saturada nuestra retina comencemos a ver el otro mundo, su propio mundo que es su propia visión.