Iáñez Ferrer concibe su pintura como superficie y profundidad y, debido a los ingredientes empleados, los pigmentos, los óxidos… y, todo aquello que utiliza como elementos pictóricos, conforman una masa unida y compacta, de la que emanan la gran variedad de sugerencias, matices y registros cromáticos que caracterizan a su propuesta artística.

Superficies horadadas y heridas, sustancias y texturas aglomeradas por una alquimia virtuosa, capaz de trascender lo obvio y generar en consecuencia una narración de evocaciones lejanas en el tiempo, enigmáticas, espirituales, arqueológicas, etnológicas… Una pintura matérica como la dermis de la corteza terrestre. Los propios materiales se convierten en ideas.

Combinaciones cromáticas que alternan formas –o zonas- geométricas con otras orgánicas y configuran unos trabajos reflexivos sobre los materiales y posibilidades de motivarnos y transmitirnos las impresiones que capta y siente, aquello que ... él hiere y le hiere.

Sus obras se hallan estilísticamente oscilando entre una línea expresionista por la introducción de elementos reconocibles como cuerdas, hierros, maderas, formas esquemáticas…, para desembocar en pinturas claramente abstractas, algunas con matices gestuales. El gesto metamorfoseado en sujeto netamente plástico, por otro lado ambiguamente trasgresor.

Iáñez Ferrer explora áreas espirituales imprecisas que se revelan en cualquier lugar…, una pared, una roca, una mancha. Zonas que motivan lo trascendente y, amalgaman el pasado y presente en una misma unidad espiritual…, la mera estética.             Investiga a través de su obra todo aquello que posee una significación pictórica susceptible de provocar emociones. Degradaciones cromáticas, una madera veteada, hierros oxidados… Materiales que continuamente nos remiten a la propia tierra. La primigenia piel de este mundo con sus limitados contrastes de belleza, huellas y mensajes. Sutilezas paradójicas de la vida que él describe y descubre para todos.