Definirse es una lata. Pero esta lata, el barullo de las definiciones, es el objeto implícito en mis cuadros y esculturas. En realidad, la pintura como forma de pensamiento no ordenada racionalmente, sigue procesos altamente misteriosos y casi autónomos, y sus definiciones plásticas son sinuosas, contradictorias, flexibles y también, aunque está mal que lo escriba yo, hermosas. El arte es una actividad que precisa de una enorme cantidad de energía mental y física, difícilmente sostenible si no fuese porque al mismo tiempo se comporta como un motor creador de vida capaz de generar más energía de la que consume.

Las esculturas suelen ser dóciles, pero hay cuadros que se comportan como tozudos detectives persiguiendo al malo (en este caso yo), y no abandonan su presa hasta que consiguen su objetivo, que no es otro que el de Ser. Y si ... el cuadro no fluye hay que donar sueño, el tiempo propio y el de los demás y lo que haga falta para que sea atrapado por la realidad, y el malo, una vez liberado, pueda delinquir con otra obra.

Algunos cuadros nacen de un error, o de muchos errores, y si están aquí es porque contenían en sí mismos la valentía suficiente para abandonarse y renacer de manera diferente. Luego están los cuadros que han nacido líquidamente, de forma feliz y placentera. Y aún hay otros que aparecen en sueños y se desvanecen al alba para reaparecer en la siesta y ser terminados en largas sesiones vespertinas. Pero en todos están agotadas mis posibilidades y, desde este punto de vista, estoy satisfecho.