(...) Las constantes referencias al entorno, a los elementos urbanos y paisajísticos, pequeños reductos donde Ana Martínez desarrolla sus vivencias, es una de las claves fundamentales de su discurso, una faceta capaz de retroalimentar la mirada del espectador desde una gramática visual de corte ético y poético. Porque sus composiciones son una claro ejemplo de la honestidad del artista, un fuerte posicionamiento ideológico que tamiza desde una mirada pulcra y despojada de artificios, y que siente la necesidad de comunicar.

(...) Más allá de sus inquietantes fondos, paisajes por descubrir, manifiesta un interés por una puesta en escena donde coexiste la contaminación constante de los elementos que utiliza con el significado de cada uno de ellos. En sus piezas todo está conectado. Cada forma, cada mancha, cada objeto, tiene su continuidad en otro elemento que, a su vez, enlaza con ... otro y así sucesivamente. Se trata de un complejo entramado de vasos comunicantes que unen distintos trozos de un mismo todo y constituyen una parte esencial de su ideario artístico. Esos ensamblajes se revelan como activos de una realidad orgánica y corporal que representa al hombre, un hombre sobre el que todo gira, pero que se oculta en los numerosos pliegues de la ausencia, de lo intangible, de lo que no puede ser contemplado pero existe.

Ana Martínez se convierte en la con(s)ciencia de un espectador al que le queda por explorar lo más íntimo de su existencia, aquella que encuentra en él y en el entorno, un espacio deshabitado al que necesita regresar de forma vital. Y es que como indicó Paul Valery lo más profundo que tiene el hombre es la piel.