Descripción de la Exposición Philippe Monteagudo, hijo de padre español y madre francesa, nació en París en 1936. Desde 1970, vive en Fuentealbilla, pueblo albaceteño. Cursa estudios de bellas artes en París. Su vasta carrera a atravesado distintas etapas, todas ellas jornadas de éxitos, elogios y críticas favorables. La pintura de Philippe Monteagudo es caliente, tanto que a veces parece quemarnos en su irresistible fogosidad. El rigor del dibujo, la intencionalidad del color, la pasión que late bajo las formas atraen al espectador que no tienen más remedio que someterse ante lo que ve. Dos constantes se aprecian en la obra de Monteagudo: el paisaje y las figuras. En cada una de ellas el pintor se comporta de manera diferente, aunque bajo ambas se adivine la misma intencionalidad. El paisaje lo sabemos vivo por ese sometimiento constante a la luz y a la fuerza de un viento ante el que se doblega la mies olas ramas del árbol. Castilla entera, y La Mancha en concreto perfilan su realidad transformada a veces en sueño. La tierra es por momentos ocre, o verdinegra, o incluso, en un afán de mares lejanos, adquiere el tinte de azules oceánicos. La sublimación de la estética es un corcel desenfrenado que se le escapa al pintor fuera del contorno del cuadro. ¡Cuánto alma en esa tierra que muestra su fuerza aguantando el árbol que, en actitud rebelde –rebeldía que lo viene del pintor- pretende escaparse del limitado espacio de la realidad! El paisaje es casi humano y, desde luego, masculino; lo femenino lo dejará Monteagudo para otros entornos. Por otra parte están los paisajes urbanos, naturalezas casi muertas que no tienen más sentido que el de crear ambiente para las figuras. Monteagudo aquí se desborda y enloquece el instante con una fuerza difícilmente repetible. El será ahora un color más, con personalidad propia, con intención de drama. Los pinceles se mojan en la propia pasión del artista, y el efecto es brutalmente desgarrador. Las figuras aparecen en un abigarramiento festivo que desmiente la inexpresividad de unos rostros más cercanos a la mueca de dolor que a la risa..Son personajes desembocados a la tragedia, pero que el pintor parece contemplar a través de un espejo deformante; el resultado es el esperpento. En cada cuadro el candor de una niña (la inocencia) se mezcla con símbolos de deseo y marginación: dos caras de una misma moneda. Las figuras parecen detenidas fugazmente en su devenir inexorable hacia la destrucción y el dolor. El marco festivo es un contraste más, y sólo eso. Pero al pintor le queda el recurso de la burla y por ese camino, la pincelada oportuna mitiga el dolor. La cámara que rueda la vida ha detenido la imagen, y lo seres ven interrumpido su propio caminar en la más extraña postura, en el más desenfadado gesto, en la más insinuante desnudez. Y sobre las figuras, frenadas bruscamente, un silencio de siglos, un ademán de esperanza, un gesto provocador. Y así, por obra y gracia del color y la forma, concluimos que el mundo está bien hecho; por eso nos sonríe. Para el hombre nos quedan el dolor y la mascarada trágica, y la pasión y la inocencia y la circunstancia brutal.
Formación. 01 oct de 2024 - 04 abr de 2025 / PHotoEspaña / Madrid, España