Descripción de la Exposición
Conocí la obra de Miquel Vilà hace casi veinte años, en una exposición en Sala Parés hacia 2005. El impacto que causó en mí fue absoluto. Las composiciones que presentaba en aquella muestra giraban en torno a interiores y bibliotecas que transmitían intenso dramatismo. Todavía las recuerdo, aturdido. Aquellas bibliotecas estaban repletas de vida, de nervio y vibraban con sus colores intensos y sus objetos dispuestos en ocasiones de un modo imposible y apilados en mesas y butacones. Eran bibliotecas en llamas, otras inundadas y algunas simplemente desordenadas con montañas de libros. Las perspectivas forzadas y cruzadas construían un interior que se retorcía en él mismo, generaban planos infinitos que aparecían y se perdían en pasillos interminables. Algunos de ellos se desvanecían en una profundidad abisal; otros estallaban luminosos como portales que conectan con otra realidad; otros se abrían a paisajes enmarcados por persianas curvas y celajes que amenazaban tormenta. La atmósfera inquietante de que algo tremendo había acontecido allí o estaba por ocurrir: una aparición, una revelación o un desastre. Pensé que el leitmotiv de esta serie era el asesinato, la batalla, o mejor, la resistencia violenta. Pero no una batalla física sino la lucha por una idea que intuimos a través del nervio del pincel, la rebelión abstracta que estalla en nuestro interior – y en el del artista, claro. Vilà capta la explosión de algo difícil de definir, de una inquietud, de una realidad que nos asfixia y se dinamita, y lo logra mediante interiores construidos con gran complejidad que, casi como escenografías barrocas, se encorvan, convulsionan y acentúan la sensación de angustia. Son interiores metafísicos que provocan con sus angulaciones y disposiciones artificiosas e imposibles. Los elementos arquitectónicos se dislocan y deforman. ‘Bibliotecas apocalípticas’, recuerdo pensar en el primer impacto.
El golpe de estas pinturas llevó a preguntarme de dónde procedían imágenes tan intensas, que me violentaron enormemente. Cuando hojeé su catálogo razonado – publicado tan solo un año antes – y pude apreciar muchos trabajos previos de Vilà, comprendí el sentido. Además, la lógica de esa potencia pictórica se confirmó cuando conocí ya no la obra casi en su totalidad, sino al artista.
Vilà no solo expresa sus ideas con fuerza y contundencia a través del pincel. También lo hace mediante la palabra. Conversar con Vilà es entrar en un mundo de referencias – no solo pictóricas – mediante las que el pintor, utilizando un lenguaje directo y mordaz, despliega un humor ácido que lo dinamita todo. Cualquier tema se tiñe de un sentido tremebundo, es cuestionado sin tapujos ni subterfugios y, a mi modo de ver, adquiere la misma potencia y verdad que su obra. Sus posicionamientos son críticos, claros y sinceros, fuera de toda anécdota o adornos. Vilà no necesita endulzar ni embellecer gratuitamente, su mensaje es duro y áspero, en ocasiones hasta cortante. Y como su discurso, su obra también está siempre teñida de la sensación de que algo tremendo va a suceder. Así, en sus interiores tortuosos, en torno a un objeto que se recorta en una playa de luz crepuscular, en un paisaje urbano abandonado o en un camino solitario y misterioso.
La presente exposición está conformada por un conjunto de naturalezas muertas, la mayoría pintadas en la última década. En todas ellas, Vilà retrata objetos cotidianos diversos, cuya vida logra captar magistralmente. Los dota de emoción, de verdad y de un carácter muy difícil de explicar, que habla por sí solo desde la propia pintura y que conecta con algo tremendo, a veces inquietante y violento. La vibración de una almendra o de un limón en un paisaje abierto coronado por una tormenta que se aproxima desde el mar. Los objetos son dignificados y dispuestos en una composición a priori caótica, aunque sumamente estudiada, y suelen enfrentarse al pathos de la naturaleza. Los elementos, como una idea, quedan presentados ante una tempestad que parece estar a punto de devorarlos. El desasosiego pone al espectador en alerta y, de manera natural, le despierta el deseo de proteger, sin éxito, dichos objetos frente al desastre inminente. Esa evocación dramática dota a los elementos que presiden las obras de una emoción única y, vuelvo a la palabra que mejor define la pintura de Vilà, tremenda, incluso tremebunda.
La luz crepuscular propia de la pintura de Vilà y que Fontbona en el catálogo razonado de 2004 definió como ‘atmósfera Vilà’, le permite recrearse en la consecución de contrastes muy marcados que atentan contra la mirada del espectador. En ocasiones pueden llegar a aturdirle. Esa luz casi de pesadilla lo baña todo y es el componente de la composición que permite a Vilà reflexionar sobre la fisicidad de la materia, consiguiendo dinamizar los objetos y hacerlos vibrar. En definitiva, el resplandor de tormenta los dota de vida, de personalidad y acentúa su soledad. Objetos autónomos, a veces acompañados de otros, pero no por ello menos solitarios.
La reflexión en torno a la temporalidad planea sobre todas las obras de la exposición. Vilà trabaja cada elemento con insistencia, reiteradamente, hasta que logra animarlo. Él no necesita anécdota ni historia alguna, solamente el objeto desborda e impresiona por sí mismo y su personalidad y vigor son adquiridos a través de la pintura pura. Vilà defiende escrupulosamente el oficio y, ante todo, se erige como un defensor de la pintura como lenguaje. La pintura es para él un refugio ante el mundo hostil que le rodea, pero también él es capaz de convertirla en el arma más hábil y segura frente a la adversidad. Sus composiciones son todo un canto de resistencia que ensalza la figuración y el lenguaje artístico en cuestión. Con ellas alcanza la permanencia del objeto fugaz que se transforma y desaparece a través del paso del tiempo, pero, a su vez, representan verdaderas embestidas contra la agonía que sufre la Pintura. Y es que, sin lugar a duda, Miquel Vilà encarna a la perfección la figura del creador que se rebela y lucha con maestría y dominio, obstinación y de manera obsesiva, contra la agonizante muerte de la Pintura.
¡Por la Pintura, Miquel!
Sergio Fuentes Milà
Dr. en Historia del Arte