A este joven artista le gustaría poder decir que su obra surge de la observación del mundo, de su entorno y de su vida, pero no es así, más bien al contrario es fruto de la negación estética y sistemática de la realidad, a veces demasiado pulcra, demasiado pulida y, casi siempre, demasiado fea.

Trabajando con pallets y materiales que encuentra, éstos le llaman y le hacen un guiño, tentándole al paso, encontrados y no buscados, no como una decisión premeditada sino como respuesta natural a esa rara necesidad de no tomarse demasiado en serio a sí mismo, de ellos surgen relieves por pura necesidad compositiva, a medio camino entre escultura y pintura ya que le permiten trabajarlos desde dentro hacia fuera, modificar sus elementos estructurales desde las mismísimas entrañas del cuadro, de nuevo, el dibujo dentro del dibujo.

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Son cuadros que nacen (y los siente) como dibujos, quizá corpóreos, pero siempre dibujos. No hay accidente ni recargo por exceso, es más bien una textura que escapa de la excesiva sobriedad del minimalismo, como un rasgado de fondo que no es agresividad sino experiencia plasmada, registrada en la pared, líneas trazadas como sombras sobre el terreno, planos que luchan por ordenar la entropía de su particular mundo.

 

El grupo de obras que presenta estos días en Cuatro Diecisiete es fruto de estas inquietudes y contradicciones, y del esfuerzo por concretarlas en dibujos, relieves, dibujos.

 

 

 

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