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Pedro Txillida

Exposición / Galería BAT Alberto Cornejo / María de Guzmán, 61 / Madrid, España
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Cuándo:
13 nov de 2008 - 13 dic de 2008

Organizada por:
Galería BAT Alberto Cornejo

Artistas participantes:
Pedro Txillida

       


Descripción de la Exposición

Pintura y escultura recientes

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Es bastante probable que el primer cara a cara con la obra de Pedro Txillida transmita al espectador algo muy parecido a la vibración de un apabullante vigor creativo, una pasión por el hacer dispuesta a encarnarse en cualquier material o formato plástico sobre el que el artista alcance a poner sus manos. Y la sensación no sería inexacta. En las dos o en las tres dimensiones- una distinción casi agónica en su caso, como se verá- las piezas de Txillida materializan una potencia ávida, inquieta por hallar un cuerpo en el cuerpo de la obra.

 

La impresión es particularmente imperiosa ante sus bronces o sus maderas. Se trata del tipo de obra cuya rotundidad parece negar con la mera presencia no ya de esos vacíos o ausencias que forman una parte esencial de la poética de otros escultores, sino los conceptos mismos de vacío y ausencia; y con ellos, cualquier complacencia en la imprecisión, la delicuescencia o la melancolía. Pero el trabajo de Txillida también transmite puro apremio creativo a través de su variedad y de los recursos que emplea, cuya riqueza evidencia la posición de un artista que no parece dispuesto a renunciar a nada, desde el dibujo hasta el volumen, desde la textura hasta la escritura. A primera vista, dentro de su contemporaneidad, esta obra parece penetrada por el más apolíneo espíritu del clasicismo grecolatino, filtrado por la versatilidad, la curiosidad y el sentido de la escala humana que redondearon por sus herederos renacentistas: un genuino homo faber a despecho de las incertidumbres de estos tiempos y lo que ha venido después o, casi mejor, italianizando la expresión y encerrándola en el ajetreo caliente de una fragua, un fabbro seguro de sus intenciones, sus medios y la solidez de su obra.

 

Sus cabezas humanas o animales, sus torsos u escorzos de cuerpos, sus ropajes casi carnales, sus estructuras antropomórficas u orgánicas parecen testimoniar a favor de esa sensación de plenitud creativa y de los argumentos que la confirman. Hay sensualidad e incluso un sobrio erotismo- el obvio, pero también otro tipo muy distinto de erótica del poder- en esta obra; los que transmiten las piezas misma en referencia a su propio interior, pero también los que emanan de las trazas del propio proceso, en el que evidentemente el artista ha puesto con pasión sus manos y sus herramientas sobre el metal, la madera o el soporte del cuadro. Y lo mismo parecen decir esos lienzos donde una misma superficie superpone, en un triple plano, lo gráfico, lo pictórico y el relieve, que evidencia siempre la tentación de lo escultórico, que quizá Txillida tiene por la máxima expresión de la presencia artística; registros materiales de su apetito creador reforzados por esas notas manuscritas (apuntes de taller, reflexiones, pero también confesiones de una sinceridad casi desconcertante) que confieren al conjunto el aspecto de una página, una entre tantas, arrancada del cuaderno de trabajo de algún maestro de Quattrocento o el Cinquecento como testimonio de su exploración en descubierta de las rutas de su arte.

 

Y, sin embargo, me parece que todo esté dispuesto en torno a la plenitud y a la presencia, sin ser erróneo, muestra solo una parte de ella; importante, pero muy posiblemente no la esencial. Hay síntomas, creo que también muy evidentes, de que el troquel de la ausencia, la plena conciencia de la caducidad, la melancolía, socavan y contrapuntean el vigor inmediato que parece representar esta obra en el primer contacto. En la escultura, esos huecos del sé, se abren a través de la delicadeza de las terracotas, porosas y quebradizas, como restos erosionados por el tiempo con esa equívoca persistencia de lo arqueológico; en pintura se puede, se pueden descifrar en el modo en que Txillida reduplica las formas dibujadas de sus cuerpos en otros cuerpos que aparecen como un negativo de los primeros, casi físicamente troquelados sobre la materia rugosa y liviana que les sirve de fondo, y a veces en la propia representación de sus formas de un modo que, más que permanencia o eternidad, sugiere la condición esencialmente pasajera de su plenitud. También en la fluidez de los colores, que no se fusionan con la materia para formar una unidad plástica compacta, sino más bien parecen bañarla, empaparla, darles una tinción superficial sin perder su condición líquida, susceptible de alterarse e incluso evaporarse al mero contacto con la atmósfera. Las figuras humanas de Txillida evocan formas robustas pero en realidad están inmersas de una materia imprecisa e inestable con las que forman, en el fondo, una unidad, en la medida en que se muestran no muy lejos de su disolución, de su sublimación en ese medio precario y sin formas.

 

Todo ello añade una suerte de impregnación secretamente trágica al brío de la obra de Pedro Txillida que la acerca a un inesperado fondo barroco. La apoteosis de la creación, la fragua del creador, aparecen así instaladas en mitad de un proceso natural e irreversible en el que las formas se desmoronan, van de la nada a la nada, o al menos de lo informe a lo informe, aunque queden registradas vigorosamente en el momento de su aparente plenitud. La pasión por hacer declara, así, una batalla perdida de antemano contra una naturaleza cuya forma de crear es justamente hacer que las formas que surjan, cambien o finalmente desaparezcan; la creación artística emula esa otra creación, y la emulación más perfecta es la que deja inscritos en ella los rasgos de esa fatalidad, la tensión de la resistencia a desaparecer, ahí con plena conciencia de que la desaparición llegará. Pero la nitidez de la certeza no es suficiente para anular la voluntad de crear algo que se le oponga al tiempo que lo revela, que se tenga en pie, aunque solo sea un instante, en la permanente marca de las formas.

 

Cuenta John Berger que alguien preguntó alguna vez a Giacometti por el destino de sus esculturas cuando por fin abandonaban el estudio. "¿Dónde irán? ¿A un museo? Y él respondió: No, que las entierren, así podrán hacer puente entre lo que está vivo y la muerte". En mitad de ese mismo puente parecen construida y expuesta, como testimonio y quizá justificación misma del transitarlo, la obra de Pedro Txillida.

 


Entrada actualizada el el 26 may de 2016

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