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Pedro Escalona

Exposición / Galería Haurie / Guzman el Bueno, 9 / Sevilla, España
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Cuándo:
02 mar de 2012 - 19 abr de 2012

Inauguración:
02 mar de 2012

Organizada por:
Galería Haurie

Artistas participantes:
Pedro Escalona

       


Descripción de la Exposición

¿Por qué cuando nos paramos a contemplar un cuadro que refleja un determinado ámbito de la realidad nos sentimos en la obligación de justificar nuestras impresiones con el permiso de las vanguardias y los lenguajes abstractos? La historia del arte ha sufrido durante el pasado siglo una tiranía más cruel que la emanada de los regímenes autoritarios, y ésta ha sido la resultante de las modas, el consumo y el juicio magnánimo de críticos y gestores culturales empeñados en etiquetar los distintos estilos en nombre de la novedad. Esta simple clasificación -errónea en la mayoría de los casos- ha condenado al silencio a una serie de obras, artistas e incluso amplios movimientos que, por sus características, no han servido de inmediato para la ilustración de las teorías imperantes. Aún hoy, la expresión artística sigue debatiéndose entre el realismo y la abstracción, lo conceptual o figurativo, como si la realidad pudiese ser aprehendida desde un único ángulo y no a través de un prisma cristalino capaz de atrapar entre sus caras la continua vibración del tiempo y el espacio.

 

El mundo de Pedro Escalona procede aparentemente de la tradición, en el sentido más abierto del término. Es decir, representa una idea concreta ateniéndose a la libre disposición de objetos, paisajes o figuras desde una determinada perspectiva y unas particulares reglas armónicas. Aparentemente podríamos pensar, al contemplar algunos de sus cuadros, que se trata de un pintor de líneas clásicas y colores tranquilos, alejado de las turbulencias estéticas que han sacudido al arte contemporáneo. Incluso, si nos centramos en esta exposición, podemos sentir cómo sus motivos nos trasladan a un pasado que fue escenario de las formas grecolatinas. Sin embargo, caeríamos en la trampa enunciada anteriormente, si catalogásemos esta propuesta como pintura argumental o meramente narrativa. Solamente, el hecho de encasillarla constituiría el primer desacierto, porque aunque en estos lienzos se condense una parte de la realidad, ordenada según la voluntad del artista, su tratamiento es fragmentado, aislado de todo cuanto le rodea en el mundo real. Cuando en un óleo se representa una vasija, un cuenco o un capitel sobre una base de cristal, sólo existen esos objetos, su apoyo y su reflejo, sin otras referencias inmediatas que la propia asociación cultural del contemplador. A partir, entonces, de un antiguo pretexto, la realidad se vuelve subjetiva, apoyándose en bases limpias, geométricas, a veces sin principio ni fin, sustentada, a su vez, por fondos fragmentados donde domina la abstracción. O sea, que parafraseando a Magritte podríamos decir que 'esto no es una piedra o un cristal', sino cuanto refleja e ilumina en la dinámica del cuadro y en la imaginación de quien lo mira.

 

La primera sensación que producen estos cuadros es de una tremenda quietud, una especie de suspensión histórica, como si el tiempo se hubiese detenido de pronto y nos mostrara un fotograma fijo, imperturbable, solamente alterado por ciertas luces y sombras que nos señalan sus orígenes y, quizás, su continuidad, provocando paradójicamente un leve movimiento continuo en la imaginación. La arqueología estudia la antigüedad a través de sus restos, y el pintor, en este caso, es un singular arqueólogo que rastrea los vestigios arcaicos para interpretar el presente. Su interés por el yacimiento supera la curiosidad del aficionado y la obsesión del investigador, porque surge de la necesidad de alzar el testimonio que dormita en el subsuelo para saber quiénes somos realmente. De esta doble relación con el tiempo, de este debate con la tradición brota -creo yo- la primordial característica de la pintura de Escalona, que le hace ser moderno y clásico a la vez, actual y contractual, contemporáneo y extemporáneo, lo mismo cuando exhibe lámparas romanas, apoyadas en una mesa cúbica de cristal, que cuando dispone ajos, cebollas y legumbres en un limpio y cuidado bodegón, apartado de cualquier tipo de naturaleza muerta. El resultado de toda este planteamiento es un canto a la vida en su más estricto sentido poético, pues todos los objetos, por inertes que parezcan, están plenos de luz y vibración que, agrupados unos con otros en diferentes conjuntos, dan forma a un espacio personal y analógico de lo que es el mundo. No hay que pintar paisajes lejanos, ni grandes batallas, ni rebuscados mitos para crear un universo propio, capaz de reflejar la variedad de las estrellas y su disposición en el firmamento, sino que basta con reagrupar los elementos cotidianos que nos rodean, como a nosotros mismos, con los otros. Así, el pintor ha pasado años 'mirando' sus cosas, disponiendo en el cuadro sus materiales de taller, desde sus propios pinceles, hasta los tubos de pintura, jugando con formas familiares, jarras de bronce, cestas de nueces, hasta llegar a estos volúmenes remotos, por los que se aventura en la tarea de restituirles su luz original, el color natural de sus barros y mármoles, el brillo del cristal que un día encerrase algún ungüento o lágrima, la inscripción difuminada de la piedra, para posárnoslo delante de los ojos, no encerrados en las vitrinas de un museo, sino al alcance total de los sentidos, al aire, sobre bases o mesas cristalinas donde escuchar sus ecos y sentir el vacío del tiempo.

 

Los soportes actúan de contrapunto con la esencia y condición de los objetos que sostiene. La vejez de estos últimos e incluso la información que condensan su materia y forma contrastan con la frialdad casi aséptica del mueble o la repisa donde reposan: elipses y curvas de las piezas cóncavas, espirales de capiteles, círculos casi perfectos de barbotinas frente a la línea recta y el diseño desnudo de sus sustentos. Mundo clásico frente a modernidad podríamos pensar en un principio; pero más bien es lo contrario, antigüedad en el presente, como si un persistente flujo los uniera al margen de los tiempos.

 

Detrás del trazo virtuoso del artista, empeñado pacientemente en contornear las figuras, otorgarle el relieve de sus incrustaciones, la porosidad del barro, el adorno original del esmalte, la textura de la cerámica o la transparencia del cristal, se combinan una serie de planos amplios y límpidos que, cortados por el color o el relieve, configuran un sugerente 'paisaje' abstracto, dominado por la propia materia pictórica y matizado por un impresionante manejo de la luz: una luminosidad que se expande poco a poco como el amanecer, desde su más silente pianissimo hasta su rotundo sonar. Es una luz que viene de algún hueco entreabierto y que se diluye en su recorrido, dialogando levemente con la sombra, en una compleja escala de grises, ocres, tonos verdosos y azulados; una luz que desvela otras figuras, alguna mancha imperceptible, unos rostros apenas reflejados dentro del cuadro, que el espectador puede confundir con su propia silueta, lo que otorga al ambiente una dimensión extraña, algo inquietante, en medio de su permanente sosiego. Estos reflejos casi imperceptibles, que si no le prestamos la suficiente atención pueden pasar desapercibidos o, todo lo más, como una anécdota, me parece que abren puertas a un futuro campo de indagación en el mundo plástico y poético del pintor, una posibilidad que posiblemente le ofrece el haber trabajado la materia bañada por la tierra y la pátina, haber escuchado atentamente las palabras que permanecen en el fondo de los cántaros y entrever la constante actividad de las manos que amasaron el barro, el espíritu que le dio forma al ánfora o los labios que bebieron del labrado vaso amarillento. Son sombras que le invitan a recorrer un sugestivo sendero, posiblemente no exento de sobresaltos y desconciertos, no ya hasta el principio de la historia o el origen de estos objetos, sino hacia un espacio paralelo e impalpable que coexiste con las formas reales. Así, ya en algunas tablas, el pintor apunta un mundo difuminado que contrasta con la diafanidad de las piezas representadas en primer término, concediéndole a la realidad una categoría mucho más rica y extensa que la propuesta por sus apariencias. Quien contempla se siente contemplado, observa su propia silueta en el ámbito representado por el artista, borrando por un instante a frontera que divide los dos lados del cuadro. Más que una técnica pictórica, que requiere una indudable maestría, o seguramente quizás gracias a ella, el pintor trasciende su plasticidad en la cimentación de una poética colectiva donde tiempo y espacio, ayer y ahora, dentro y fuera, nosotros y los otros compartimos el suspendido instante de una realidad tan compleja como diáfana.

 


Imágenes de la Exposición
Pedro Escalona

Entrada actualizada el el 26 may de 2016

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