Para Francisco Crabiffosse, comisario de esta exposición en el texto que abre el catálogo que acompaña a la misma, "…El primer impulso de la mirada ante estas obras es sentirse liberada en los campos abiertos de las geometrías. No siempre ocurre así; hay pintores que hacen de la abstracción geométrica verdaderas cárceles de signos, celdas de espacios comprimidos y líneas como barrotes, que fuerzan una reclusión que siempre limita la apertura a nuevos horizontes.

Los presupuestos conceptuales de la pintura de Chana Crespo-Joglar se hallan en las antípodas exactas (por emplear una certera expresión suya) de esos posicionamientos que hacen círculo sobre sus propios pasos, como los ejercicios forzados de una cadena de presos. Su planteamiento e s lo suficientemente abierto como para permitir una serena interpretación por parte del observador, que más que nunca puede percibir sensaciones encontradas en las que la tensión se hermana con el sosiego y la ... permanencia con la huida. Pero sin duda, el término que mejor define este conjunto de obras y la atmósfera que crean en la sala es armonía.

La pintora se autotitula como paisajista; un término ambiguo, lastrado por el conservadurismo propio de la tradición, pero prestigiado por los nuevos enfoques que permiten su adecuación a los lenguajes contemporáneos. Tampoco debemos obviar cierta carga irónica, ese guiño que hace juego de despiste con la palabra, que es el que, en parte, practica Chana para definir su obra sin querer traicionar herencias ni renunciar a su propia expresión para insertarla en el complejo generacional. Herencias de ese paisajismo puro que se condensa en líneas y campos de color, de ese abstracción que más que color es luz sobre el espacio; pero también una gestualidad algo oriental, un grafismo evanescente que explota y se dispersa en manchas como si surgieran de un volcán hasta entonces inactivo, cuyo cráter esconde el secreto, la imagen original.

Las composiciones y la rotundidad cromática se subordinan en gran medida a ese secreto, que no es otro que una imagen fotográfica más o menos disfrazada que actúa como desencadenante de la expresión, como núcleo argumental que le permite desarrollar la narración de un recuerdo, de un hecho acaecido o de una paisaje concreto, que ha señalado su sensibilidad y que no actúa como pasado sino que tiene una presencia constante, una permanencia.

Ese santuario de la memoria es el que consagran esas fotografías reconocibles en las imágenes cautivas o fundidas en un magma de formas. Son la reconstrucción, la interpretación de esos lugares que están señalados en el mapa de su biografía. Lugares lejanos o cercanos, referentes de un momento preciso, descubrimientos en el curso del viaje. El sentido del viaje se suma al concepto de armonía. No es el movimiento, el continuar la ruta marcada; tampoco la pasión por conquistar y apropiarse de lo que siempre, de un modo u otro, se nos escapa. Este viaje es el del aprendizaje, el de la búsqueda del verdadero conocimiento, el que no tiene origen ni destino y se transforma siempre en sueño. De ahí que nunca tenga comienzo y fin, y sea recurrente o perpetuo porque forma parte de nosotros mismos.

Esta pintura de Chana Crespo-Joglar es el resultado de la íntima constatación de la vigencia inagotable de ese viaje que sintetiza el curso de la vida, de esas imágenes que graban a perpetuidad los momentos trascendentales. Estas obras interpretan su valor y actúan como exvotos del tiempo, con el preciosismo de las reliquias de las horas. Se hacen geometrías de color, y nos legan la inquietud o la lección esencial de una pintura hecha paisaje íntimo y reconocible por todos aquellos que comparten el sentido de la búsqueda y de la memoria."