Un lugar extraño, fascinante e inhóspito. Ciudad del siglo XIX, ladrillo e industrialización, alza cada mañana su telón de futuro con desafiantes rascacielos sin pies y policías a caballo. El siglo XXI es un cristal tintado con neones de miedo.

La fotografía urbana de Jorge Conde humaniza los barrios, los acerca, nos aproxima sus silencios. El porvenir de un emporio oscuro está en su pasado, en sus calles y avenidas dibujadas con matemática precisión.

La mirada del fotógrafo es nostálgica y afectuosa. Un sutil punto de vista que consigue transmitir cercanía pese a la distancia; calor, pese al frío suicida del hierro. El objetivo capta con armonía el revés de la metrópoli y ambos, objetivo y paisaje urbano, forman una pareja de baile ... que se desliza -zapatos de gamuza azul, dry martini, vestido largo de gasa- al compás de las sensuales orquestas de los años 50. Blanco y negro, sombras, seres fugaces, retratos de cartón piedra: todos desnudan sus encantos. Los puentes, metales y clarines, acogen amores y automóviles, agitación y reposo. Igual que Lorca en Poeta en Nueva York (1930), la artesanía fotográfica de Jorge Conde -su cámara acaricia- intuye el drama.

Lorca pensaba: 'Un día / los caballos vivirán en las tabernas / y las hormigas furiosas / atacarán los cielos amarillos que se refugian en los ojos de las vacas.' Ese día, reflejada la luna en el Hudson, la capital del imperio caerá en el olvido y será para nosotros un recuerdo: Cartago.