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Javier Lorente nos lleva a contemplar los paisajes gaditanos de siempre bajo otra mirada. Creíamos conocerlos cuando sus obras los revelan sorprendentes. El pintor re-crea, vuelve nuevo (o tal vez revela) lo que creíamos conocido.

Lleno de presencia humana ausente en las barcas varadas de Bonanza, en los cultivos henchidos de verde o de ajedrezados amarillos y ocres, en los muros guardando secretos de Sancti Petri o en la cálida fachada de la Alameda. De azulados contraluces haciendo inédito el habitual encuadre de Zahara de la Sierra. De líricos ecos en el jardín de Bornos (setos de luz temblorosos en la senda de Regoyos o Fortuny). De misteriosa épica en el vertiginoso panorama desde un Vejer umbrío; o en el ... caserío de Conil, varado como la blanca ballena de Ahab sobre agua, fango y fugaces verdores, y bajo el peso de la oceánica luz del Atlántico. De alburas esplendorosas y abiertas en El Algar o recónditas como perla en su concha en Setenil.

Maravillosas nubes orgánicas pintan, en secreta simetría, 'otras' naturalezas suspendidas en el aire. Matices llevados al límite cromático y siempre entonados. Óleos luminosos como los bravos pasteles de Chardin transformados en paisajes.