Descripción de la Exposición
"Oxidación 9" es el último proyecto expositivo de Adrián Rodríguez, un proyecto inscrito en una corriente artística claramente marcada por una visión actualizada sobre el empleo y la utilización de los soportes plásticos en el alumbramiento creativo de gran parte de la pintura del S. XXI. En ese sentido, lo que demuestra su última apuesta, es una evolución donde lo bidimensional ha ido dando pasos de gigante hacia una pintura nítidamente matérica y tridimensional; llegando en esta ocasión a unas formas que bien podríamos acuñar como pintura expandida, y liberada de los formatos propios del lienzo sobre bastidor. En ese sentido, su paso por la asignatura “Nuevos Soportes, Materiales y Poéticas Pictóricas” impartida dentro del Máster que ofrece la facultad de bellas artes de Murcia, tiene mucho que ver con las propuestas que hoy nos presenta. De este modo, Adrián, reflexiona y experimenta con la temática de la oxidación para acabar introduciéndonos en un universo donde la materia, puede tener por parte del espectador, múltiples e infinitas lecturas. Los títulos de las obras, y los caminos aquí trazados son tan sugerentes y abiertos, que permiten indagar en la evolución y consolidación de materiales en principio ajenos a la propia tradición pictórica. En esta ocasión, el poliestireno extruido o XPS, ha sido empleado como soporte de sus obras. Del mismo modo, la posibilidad de contar en el proceso creativo con la colaboración de la empresa Dereineco Ibérica, y su experiencia en acabados con efecto óxido para superficies, ha permitido que esta muestra sea toda una declaración de intenciones donde el arte y la industria no tienen por qué vivir a espaldas el uno del otro. De este modo, en Oxidación 9, podremos atisbar, la belleza de las formas per sé; el disfrute de la pura experimentación plástica en su sentido más abstracto, y la irrupción de otros conceptos como pueden ser la metamorfosis, o el simulacro, no tan visibles en un primer vistazo, pero que están asociados a la nada inocente elección de los materiales empleados. Podemos afirmar, que nos encontramos ante un autor que a pesar de su juventud, ha gestionado de un modo eficiente su periodo de aprendizaje, y que hoy es capaz de realizar un trabajo de alta madurez creativa, de dinamizar nuestra mirada, de generar un discurso propio, y de rotunda factura. Ya dio muestras de esa creatividad en su última individual titulada System Failure, materializando el tercer entorno (2016) realizada en la Facultad de Bellas Artes. En aquella ocasión, realizó un proyecto artístico donde metafóricamente nos hablaba de la sociedad contemporánea, del drama del reciclaje de productos electrónicos en el tercer mundo; la invasión cada vez más pronunciada de la tecnología en nuestra vida cotidiana, y en nuestro cuerpo; así como la marcada obsolescencia tecnológica que se enmascara en el capitalismo contemporáneo. En gran medida, Oxidación 9 mantiene vivas muchas de esas pulsiones iniciales, aunque el lenguaje ha dado paso a formas más maduras, donde cabe otorgar mayor protagonismo a la figura del espectador. Según el propio Adrián, ha buscado con su trabajo, trascender los objetos cercanos que nos circundan, escapar de una contemporaneidad asfixiante, repleta de figuras humanas, de colores intensos, publicidad y ruido, y plantear una vuelta a lo primario, a la madre tierra, a la quietud y el silencio previo a nuestra propia irrupción en el planeta. Al parecer, pretende redirigir nuestra mirada a lo físico del suelo que pisamos, a las energías que permitieron su formación, a las capas que a modo de sedimento se acumulan bajo nuestros pies como testimonio del paso del tiempo, pero también a lo efímero y frágil de nuestro presente; un suelo que ya estuvo aquí y que seguirá aquí mucho tiempo después de nuestra propia desaparición. En cierto modo, Adrián parece revisitar el cobertizo que un artista como Nigel Henderson (Londres, Reino Unido, 1917 - Thorpe-le-Soken, Reino Unido, 1985) perteneciente al Independent Group, presentó en la célebre exposición This is Tomorrow (1956). En aquella ocasión, Según Banham (1966)*, era inevitable sentir que este cobertizo, con sus ruedas de bicicleta oxidadas, una trompeta abollada y otros desperdicios domésticos, nos mostraban una idea de lo que podría ser “el día después”, de un holocausto atómico. La idea de muerte y destrucción, aun siendo original en cuanto a su forma, dado el contexto de la era nuclear, no era en su término estricto, nueva, ya que la historia de la pintura barroca, y en particular géneros como la vánitas, habían insistido lo suficiente en plasmar la fugacidad de nuestra limitada existencia. Algo que siglos después, seguía presente en derivados contemporáneos como el Melodrama cinematográfico, donde se cargaban las tintas en la irreversibilidad del paso del tiempo, introduciendo una idea de nostalgia muy poderosa. En cualquier caso, y sin ánimo de ponernos, melodramáticos o trágicos, Adrián se aproxima a ese asunto con una mirada mucho más sosegada. De ahí, que ésa probable autodestrucción, se muestre irónicamente como algo no necesariamente terrible, y se enmarque dentro de los ciclos de la evolución del planeta y del propio universo. En ese sentido, la elección del óxido y sus procesos como pátina y recubrimiento, no es para nada inocente, y muestra la belleza precisamente de esos procesos naturales donde una reacción química permite un cambio del estado de un determinado compuesto. En definitiva, la oxidación en sí misma, puede entenderse como una evidencia, de un proceso donde la naturaleza impone sus propios ciclos. Como personas nos oxidamos y por tanto envejecemos, incluso bromeamos con el término cuando decimos que “estamos oxidados”, para aludir a nuestra falta de rendimiento físico o mental. Esa idea de oxidación asociada al envejecimiento, puede trasladarse a nuestros enseres y utensilios, y todo lo que nos rodea acaba sucumbiendo al paso del tiempo. Por tanto, en sí misma la oxidación puede connotar un estado donde percibir mejor esa transformación de algo que en tiempo debió presentar un aspecto diferente. Esta reflexión, también podría extenderse a nuestro propio planeta como ecosistema altamente degradado. Sin duda, la sobreexplotación de recursos, modifica el aspecto de nuestro entorno, pero su energía primigenia permanece. De este modo, la oxidación, no puede desligarse de esa idea de metamorfosis donde según los principios de conservación de la energía, ésta no puede crearse ni destruirse, si no que muta y adopta formas diferentes.
Pero además de esas posibles lecturas, existen otras más mundanas relacionadas directamente con la pura materia, con su comportamiento, con las alteraciones que sufre, y que nos permiten mediante la prueba del carbono catorce, identificar restos pertenecientes a otras épocas. Así, el material en sí mismo, se convierte en el centro de la cuestión, y en el verdadero protagonista de movimientos artísticos como el Constructivismo o la Bauhaus, que a principios del s. XX, fueron pioneros en la utilización del nuevos materiales como el plástico. Estos por lo pronto consiguieron debilitar las marcadas diferencias que entonces existían entre disciplinas como la pintura y la escultura. Cuestión nada baladí y que hizo que algunos como Lazlo Moholy- Nagy (Bácsborsód, Hungría, 1895 - Chicago, Illinois, EE.UU. 1946)**, se animaran a prescindir progresivamente de la pintura al óleo sobre lienzo. Posteriormente, otros movimientos como el Pop Art, el Arte Póvera, el Mínimal, asumieron que el plástico era un bien de consumo económico, popular y presente en todo lo que nos rodeaba. Pero es evidente que hoy en día la utilización del plástico como material artístico, ya no tiene esas connotaciones tan positivistas y pone el acento en nuestra responsabilidad ecológica, enfrentándonos a un tiempo futuro incierto. Y es aquí donde Adrián, nos formula algunas preguntas: ¿Cómo imaginar las huellas de nuestro paso por la tierra?, ¿serán restos similares a los que hoy en día nos permiten imaginarnos como fueron las civilizaciones que nos precedieron?
Llegados a este punto, y como parte de su imaginativa respuesta, entra en escena otro gran protagonista, el simulacro. Tenemos el material XPS, Poliestireno extruido, muy utilizado en la realización de decorados para ficciones cinematográficas. Tenemos los acabados Aanti***, que imitan perfectamente colores y texturas donde el cubriente-pátina y el soporte, pueden simular objetos que no son. Pero cuál es el motivo, por el que Adrián insiste en engañar nuestro ojo y nuestro cerebro, con formas grandes, oxidadas, aparentemente pesadas y que ocultan su ligereza. La respuesta a esta cuestión puede encontrarse en la necesidad de devolver el protagonismo a la superficie pictórica como manifestación autosuficiente en sí misma. De este modo, Adrián, nos permite recordar las antiguas leyendas que recogían el duelo entre los pintores griegos Zeuxis (de Heraclea) y Parrasio (de Efeso, posteriormente Atenas) que según Plinio llevaron su destreza hasta extremos donde la pintura era capaz de engañar al ojo más experto. Anécdotas que siglos después y con variantes, se recogieron por autores como Vasari cuando nos hablaba de la broma que Giotto entonces joven aprendiz, le gastó a su maestro Cimabue, pintando una mosca realista sobre la nariz de un retrato. Mucho después, ya en pleno surrealismo, René Magritte (Lessines, Bélgica, 1898 - Bruselas, Bélgica 1967), en su famoso, Esto no es una pipa (1929) se permitía el lujo de cuestionar nuestra mirada representándonos objetos que luego negaba. Todos estos testimonios, aluden a esa idea de la pintura entendida como simulacro; de la capacidad del artista para crear mundos imaginarios, pero igualmente creíbles. En definitiva, nos hablan tal como lo hace Adrián, de un engaño superficial, capaz de mostrar las verdades más ocultas.
* BANHAM, Reyner: The New Brutalims: Ethic or Aesthetic?. London, 1966. p. 85
** MOHOLY-NAGY, L. La nueva visión: Reseña de un artista. Buenos Aires: Infinito, 1997, p. 134
*** Para tener información sobre los productos Aanti distribuidos por la empresa Dereineco Ibérica, véase: http://www.aanti.es/
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