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El actor Jordi Mollá ha interpretado personajes característicos del ámbito de la escena y la cinematografía, entre la ternura y el drama, pero sus planteamientos plásticos deberán ser definidos por menos realistas o quizá incardinados en esa otra realidad en la que antes que el creador catalán han oficiado trabajadores del arte como Dubuffet o Tápies, que hicieron del verbo informalista o expresionista abstracto los signos de sus identidades, que también fueron etiquetados como precursores del Arte Povera y que hallaron la magia en las tradiciones orientales heredadas a través del conocimiento de la cultura, además de transformar su discurso, fieramente humano que diría el poeta Blas de Otero, en un ancestral ditirambo contra la injusticia.

Todas las características anteriormente citadas asimismo se encuentran en la expresión plástica de Jordi Mollá, en sus cuadros, que tienen fondos monocromos, y que la materia que los constituye arranca del centro del soporte expandiéndose hacia los lados, como si quisiera partir del caos hacia el orden, de la ebullición telúrica hasta la seguridad de unos límites que no permiten ser desbordados, aunque a veces los pigmentos salten lejos del cuadro con la intención de conquistar lo celestial, el aire en el que lo mismo anida el luctuoso negro, el pasional rojo y el sereno blanco, porque Mollá traslada a la tela sus estados de ánimo, la torturada dicción que habla de sangre coagulada y que , sin embargo, no renuncia a lo salvífico, como si existiese incluso una predeterminación expresiva en la que cupiesen todos los alfabetos estéticos, esos que entrecruzan los garabatos lúdicos de los niños con las líneas sabias de un artista que guarda todos los siglos en las líneas de sus obras más perfectas.

De todos modos el arte de Mollá todavía se permite la pirueta de la fantasía, posiblemente porque reconoce en su funambulismo que todo se gasta menos los sentimientos , que se hallan en purísimo estado en estos cuadros en los que los óleos, los collages y los papeles confraternizan en un espacio en el que se batalla por llegar, a través de mensajes pictóricos, al corazón de los seres humanos, exigiéndonos habitar los ojos de sensaciones, permitiéndosenos que nuestras manos, en la que caben los mejores sueños y las peores pesadillas, saquen las conclusiones de los liróforos al acariciar ese lugar donde germina el llanto y en cuyas rugosidades y profundidades queda silente la provocación de un artista que desea que el espectador desbroce las últimas sombras de estas existencias plásticas que nos anegan de emociones.

Carlos GARCIA-OSUNA,  Editor de la revista Tendencias del Mercado del Arte