Descripción de la Exposición El anticuario Ramón Portuondo ha declarado recientemente que su decisión de dar cabida en su espacio expositivo a una serie de artistas eclécticos cuya obra se resiste a la clasificación se debe, principalmente, a su personal gusto por lo raro -no tanto en el sentido de extraño cuanto en el de especial y escaso- y a su voluntad de tomarle permanentemente el pulso a su época, de permanecer atento a las exigencias, necesariamente fluctuantes en esta 'modernidad líquida' (Z. Bauman), de los creadores y de los amantes de la belleza y de la cultura. Clausurada la perturbadora exposición del outsider canadiense Étienne Zack con la que el anticuario-galerista inició esta nueva andadura, llega al espacio de la calle Álvarez de Baena la obra de otra artista singular, Nuria Alcaraz (Castellón de la Plana, 1965), quien hace unos años estuvo representada, como Zack, por la recordada galería Marina Miranda. En aquella ocasión Maurizio Lanzillotta, pintor de espejismos, conjunciones y coincidencias imposibles y maestro de nuestra artista, escribió sobre 'sus ovejas que no nos dejan dormir, amigas que juegan telepáticamente al ajedrez o que, como la Oveja masoquista, nos hacen esclavos del sueño' y concluyó que tal sueño es 'aquel que una oveja tranquila consiguió fumando en pipa y contando hombres de humo que saltaban la valla': se trata, también ahora, de un imaginario onírico y delirante, de raíz surrealista y ramaje irónico, donde las ovejas humanizadas -y también los hombres aborregados- se confunden en un paisaje de objetos e imágenes comunes reelaborados y transfigurados. En efecto, lo que mejor define el trabajo que Nuria Alcaraz ha venido desarrollando a lo largo de estos últimos años acaso sea su investigación sobre los problemas de unidad y discontinuidad de la superficie pictórica: se trata de esa misma mezcla de lo que W. Hoffmann llamó 'capas de realidad' que caracterizaba al arte prerrenacentista -en cuyas producciones coexistían dibujos, objetos preciosos, reliquias, materias y materiales dispares, 'realidades', connotaciones y sugerencias separadas en fin- y que el collage cubista recupera para dar origen al arte moderno. Así, tanto en los cuadros dedicados a la figura de la oveja como en aquellos otros, más abstractos, centrados en el mapa emocional femenino y en los que los elementos minerales, vegetales y simbólicos se hibridan para dar lugar a extrañas e inidentificables entidades concentradas, fondo y figura tienden a conformar una única superficie ininterrumpida sobre la que se inscriben signos, iconos, formas y texturas aparentemente incompatibles entre sí. Es esta coexistencia de realidades la que le confiere a la obra de Nuria Alcaraz su carácter perturbador y contemporáneo: posmodernismo e hibridación, sí; pero, también, una lúcida percepción de que el colapso de la modernidad tras el fin de la historia (Fukuyama) exige una total reconstrucción del individuo. Y esa disciplina de artista, que se manifiesta de un modo ejemplar en la cuidadosa, casi obsesivamente meticulosa ejecución de sus cuadros, es de hecho la expresión de un nuevo hacer limpio de fórmulas agotadas; o, lo que es lo mismo, de un nuevo ser que trasciende los viejos conflictos y logra integrar en su nuevo cuerpo híbrido -tecnológico, orgánico, fotográfico, sintético- ese inmenso conjunto de historias deshilvanadas al que llamamos mundo.