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Por parte española se incluyen las hermosas e impactantes esculturas de Martín Chirino, que hace décadas rompió fronteras superando en España momentos muy difíciles para la libertad y contactó con otras culturas, desde sus propios símbolos, manteniendo su perenne pasión por la forja, el espacio y el lugar.
... Otro veterano aquí presente, el fallecido Lucio Muñoz, fue también testigo de una época fundamental, el informalismo de la segunda mitad del siglo XX, y mantuvo hasta sus últimos trabajos la coherencia de aquellos principios. Son dos grandes artistas internacionales con un sinfín de exposiciones individuales, galardones y reconocimientos, cuya obra reposa en las principales colecciones del mundo. Ambos formaron parte de una generación que revolucionó el circuito artístico español, sacándolo de la apatía y del espíritu conservador que dominaba nuestro país en los años cincuenta del siglo XX. El primero fue, además, miembro activo del mítico grupo El Paso, y el segundo compartió con ellos y otros grupos muchas experiencias comunes.Junto a ellos, otros artistas cuya emergencia se sitúa en torno a los años ochenta como Carlos Franco, Pelayo Ortega, Abraham Lacalle o el bonaerense afincado en Madrid Alejandro Corujeira, cercanos a distintas tendencias que conviven sin prejuicios, alternando corrientes mitológicas, culturales, metafísicas o filosóficas, tan misteriosas como concluyentes. En los años setenta y ochenta hubo una nueva revolución pictórica en nuestro país inspirada, principalmente, por las generaciones jóvenes, que alternaban figuraciones y abstracciones con filias y fobias diversas, para defender la pintura con mayúsculas, lejos de cualquier recurso dogmático. En esas condiciones se desarrollan los trabajos de estos otros pintores aquí presentes.
El trabajo de Carlos Franco manifiesta una intensa preocupación por la historia desde postulados pictóricos, con fuertes ingredientes iconográficos. Desde los postulados neoimpresionistas, simbolistas, románticos, surrealistas o metafísicos hacia el expresionismo norteamericano o la fuerza baconiana, su interés por fundir planos de color con descripciones naturalistas, su respeto por las técnicas tradicionales y sus experimentaciones con nuevas herramientas son una lección de inteligencia y buen hacer.
Si Carlos Franco representa en esta exposición, de algún modo, ese carácter revolucionario que desde Madrid se proyectó en aquellos años hacia el resto del territorio nacional, pintores como Pelayo Ortega y Abraham Lacalle demuestran la perfecta alternancia de sus periféricas raíces, en Asturias y Andalucía, que mantuvieron el tipo primero en la provincia para romper luego las fronteras. En dos polos geográficos opuestos, ambos manifiestan una integridad similar para creer en sí mismos, en la pervivencia de la pintura y el futuro de sus paletas.
Entretanto, al otro lado del Atlántico y casi simultáneamente, fluía la poética del argentino Alejandro Corujeira, que tras unos inicios caracterizados por la herencia constructiva sudamericana contactó con los ecos europeos, antes de instalarse en 1991 en Madrid.
Los tres demuestran cómo es posible fundir la certeza narrativa, el espíritu poético y otras fuentes para abordar nuevos caminos, entre la bidimensionalidad y el instante inscrito o ajeno a cada cuadro. Más allá del plano, sus pinturas son visiones de un mundo propio que se configuran en imágenes yuxtapuestas, ingenios ópticos y algún registro literario que constata bellezas esencialmente plásticas.
Otro tanto ocurre con las esculturas de John Davies y las pinturas de Stephen Conroy y Clive Smith, británicos que bebieron recursos postfreudianos y otros múltiples registros para desarrollar lenguajes más o menos autónomos.
John Davies, partiendo de referencias al teatro de lo absurdo, de Beckett o de Ionesco, emplea esa condición humana como elemento expresivo para profundizar en figuras, rostros, máscaras y otros fantasmas.
Sthephen Conroy mantiene ese interés por la escala humana pero incorpora simulaciones referenciales, donde la figuración se torna más conceptual y lo geométrico actúa para reinventar los espacios del lienzo. Autor que suele incluirse en la que algunos especialistas han denominado Escuela Inglesa (Bacon, Lucien Freud, Kitaj, Auerbach…), dentro de las figuraciones pictóricas más o menos ortodoxas, también recoge experiencias de Duncan Grant o Stanley Spencer, entre otros.
Clive Smith, sin abandonar esa figuración anglosajona y recogiendo algunas huellas del pop británico, busca un nuevo concepto de retrato basado en demostrar el efecto del paso del tiempo o de los estados de ánimo, mediante imágenes repetidas con leves variaciones formales.
En cada una de estas nueve propuestas hay un sinfín de sugerencias donde, ante todo, priman las calidades plásticas. Y es en su confianza, en esa poderosa fe en el color y el volumen, donde vibran el sentido narrativo, la lírica o la pureza visual, bajo escenografías formales, conceptuales, figurativas o abstractas. Poéticas mixtas que desde el compromiso con los tiempos y su evidente eclecticismo hablan de la creación bien entendida, muy lejos de dogmas o prejuicios.
Entrada actualizada el el 26 may de 2016
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