Descripción de la Exposición
Siempre suelen ser cerca de las ocho cuando me siento a escribir. De la tarde, para quien se lo esté preguntado. Contemplar la puesta de sol desde mi escritorio mientras pienso la siguiente frase es, para mí, el mejor de los alimentos. Y es que, desde niña, tengo la costumbre de colocar mi escritorio frente a una ventana. La habitación de mi infancia asomaba a un cauce de agua flanqueado por un cortejo de esbeltos álamos, a cuyos pies moraban familias de gatos con quienes, de vez en cuando, compartía las galletas de mi merienda. A lo lejos, los últimos rayos de sol rebotaban en los blancos neveros que, durante casi todo el año, abrigaban las cumbres del horizonte. Ahora ya no veo montañas, pero sí tejados de color pardo coronados por un sinfín de antenas en las que, cada tarde, se reúnen cientos de estorninos para ofrecerme, con su vuelo a contraluz, un verdadero espectáculo de sombras chinescas.
Hubo muchos que cuestionaron esta costumbre mía. Decían que, inevitablemente, me distraía o, incluso, que perdía el tiempo ante la irrefrenable tentación de mirar por la ventana. Nada más lejos de la realidad. Contemplar el paisaje despertaba mi imaginación al tiempo que calmaba mis nervios. El murmullo del agua, los colores del atardecer, el viento entre las hojas o el saludo de la primera estrella se sentían como el abrazo sincero de algo antiguo e inefable. Algo que parece habitar cada partícula que conforma el universo. Porque adentrarse en la naturaleza, de la manera que cada uno elija, es embarcarse en un diálogo mudo con la esencia del mundo y con la de uno mismo.
Ese diálogo está presente en la obra de la artista Lidia Martín, quien encuentra en la naturaleza no sólo una fuente de inspiración, sino una fiel compañera a la que acudir en busca de respuestas, paz y sosiego. Además, su pasión por el estudio de la filosofía la ha llevado a embarcarse en un viaje al pasado tripulado por Platón, Plotino y Spinoza, de quienes recoge sus enseñanzas para construir sus propias reflexiones acerca de la existencia humana y el sentido de la vida. Noûs es un concepto extraído, precisamente, del pensamiento platónico, donde este sustantivo se emplea para referirse a una inteligencia superior cuya tarea sería la de ordenar y armonizar el cosmos. Estos pensadores entienden la naturaleza como el lugar al que retirarse para descubrir esa esencia primigenia que todos compartimos, ya que en ella se encuentra el rastro de una divinidad remota que imprimió su huella en todos y cada uno de los elementos presentes en el universo.
Lidia Martín nos trae una serie de obras protagonizadas por una delicada danza otoñal donde una comparsa de trazos y manchas marca el ritmo a las sólidas siluetas que hojas y flores del campo han cedido al papel. A través de ellas, Lidia trata de captar las distintas percepciones sensoriales que surgen al contemplar el paisaje, con la intención de ir más allá y trasladar al espectador aquel sentimiento de comunión con el mundo que la naturaleza, al adentrarse en ella, vierte, irremediablemente, sobre el espíritu.
Sin embargo, acudir a una naturaleza virgen que no haya sido turbada por la acción del ser humano es cada vez más difícil. Cuando regreso a mi antigua habitación y me siento en mi escritorio, ya no veo tantos árboles como antes. La pradera de en frente del canal ya no es de hierba sino de asfalto, y ya no la habitan gatos sino coches y furgonetas. Al otro lado de la casa, planean levantar una gran superficie sobre un campo de gramíneas, y en las montañas ya casi nunca hay nieve. Nuestro estilo de vida amenaza con destruir los ecosistemas, arrinconando, cada vez más, el avance de una naturaleza que un día fue imparable. En nuestra mano está frenar el desgaste del planeta, que no es otra cosa que nuestro hogar. O, ¿acaso prenderíamos fuego a nuestra propia casa?
Exposición. 19 nov de 2024 - 02 mar de 2025 / Museo Nacional del Prado / Madrid, España
Formación. 23 nov de 2024 - 29 nov de 2024 / Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (MNCARS) / Madrid, España