La dimensión política de la producción de Mimí Escandell está plenamente situada en el gesto indicial, como un dedo que señala conminando a ese otro, a esos otros: por un lado, los que -a veces- se explicitan en la obra, los que no tienen nombre, los invisibles que ella intenta, a toda costa, hacer visibles. Por otro, los que son conminados a ver -y a verse en el mismo gesto- desde una visibilidad que les da la pertenencia, el saber de la pertenencia social. Pero esa dimensión política se construye con una geometría que une puntos, no siempre en línea recta, porque a veces es necesario unirlos de modo más sinuoso, más tortuoso. Y en ese encuentro tenso, en esa convergencia que vincula geometría y política, lo que se conforma es una especie de topología, un salto a una dimensión que ya no es la cartografía geométrico-política, ... sino que es el espacio para el cual geometría y política devienen transformables uno en otro, en cualquier momento, y susceptibles de tomar siempre y a cada instante la forma de esa obsesión de la artista: el hombre (y su condición).