Descripción de la Exposición
Para costear las bodas de Carlos II de España, fueron vendidos 35 títulos nobiliarios. Ni los valores pactados ni las genealogías de los compradores se encuentran en unas actas que esconden más de lo que revelan. Sin embargo, sabemos que muchos de estos títulos costaron menos de treinta mil ducados, por las cartas enviadas una década más tarde, 1692, a cada uno de los clientes, advirtiendo que, si no pagaban la diferencia, sus títulos pasarían de perpetuos a vitalicios. Es decir, no podrían heredarse a los familiares.
Si bien en América, la oferta de títulos nobiliarios estuvo presente, la práctica principal consistió en la venta de cargos públicos. Basta revisar los archivos de Quito, en donde, a partir de 1591, se comenzaron a feriar los puestos de regidor, alguacil y alférez, e incluso se instó al virrey a que abriera nuevos oficios que pudieran ser ofertados, esto con el objetivo de financiar la Armada del Mar del Sur.
La obra Nobleza obliga de Adrián Gaitán marca una gran sala dentro de la sala. Una especie de zona aislada, cuyo dibujo sigue el contorno de una típica trampa de arena en un campo de golf. El límite del recinto está constituido por algo que parece ser un papel de colgadura elegante, sin embargo, es sólo acercarse para advertir que se trata de mera lona de costal barato. El piso del interior, ostentando un diseño rococó, está conformado por picas y tierra pisada, y una lámpara de cristal clásico ha sido levantada con bolsas de té usadas, bolsas cuyo color y olor tiñe de un resplandor melancólico la totalidad de la escena.
Una franja verde cierra el contacto de la lona con el piso. Está formada de plantas que siguen un jardín interior cuyo orden aprendimos de Versalles. De nuevo, es sólo acercarse: se trata de kalanchoes, arvenses tan pobres que fue difícil encontrar su nombre. Esas sí carecen de título: sinvergüenzas, malezas de tejado, fuscas siempre combatidas, arrasadas, exterminadas, pero jamás vencidas.
Es posible afirmar que todo en la muestra Nobleza obliga es verdadero: la tierra, la lona, las picas, el té; a la vez que todo es falso: el tapete, las paredes, las losas, el cristal. Adrián Gaitán ha construido una gran mentira con verdades, pero ¿de qué otra cosa están hechas las relaciones sociales?
Es amarga la verdad; es hermosa la mentira. En la exposición se hace notorio que sólo lo falso necesita de títulos de autenticidad, de firmas o de sellos: los grados, los honores, el arte y el dinero. Asunto que Gaitán ha explorado una y otra vez a través de un trabajo matéricamente sorprendente y conceptualmente profundo. Aun cuando hacer esta división sería injusto, pues en su obra es la materia la encargada de elaborar conceptos.
Julia Buenaventura
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