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Nimfees i Ondines

Exposición / Casal Solleric / Passeig del Born, 27 / Palma, Baleares, España
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Cuándo:
21 may de 2014 - 20 jul de 2014

Inauguración:
21 may de 2014

Comisariada por:
Carlos Jover, Pilar Ribal i Simó

Organizada por:
Casal Solleric

Artistas participantes:
Elger Esser

ENLACES OFICIALES
Web 

       


Descripción de la Exposición

La exposición forma parte del festival PalmaPhoto 2014.

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1. Nacimiento del paisaje.

 

La vida sólo es posible en ese escueto espacio que discurre entre el azote de la tormenta y la ataraxia de la calma, entre el arrebato que disipa toda la energía disponible ?y que desde el punto de vista economicista supone siempre una suerte de suicidio? y la postura yacente que escenifica la inclinación por la escultura clásica, en piedra de granito o de mármol, de todo lo que aspiraba sin sentido a no ser nunca derrotado. Un margen tan ajustado que ya en sí mismo puede ser considerado ejemplo del verdadero significado del concepto de milagro.

 

En ese resquicio frágil que se abre entre las dos oscuras e impenetrables inmensidades, lo que resulta todavía más sorprendente es que un aliento de vibración vital, en la Naturaleza, alcance, aunque sea en períodos de tiempo humanos, el paradigma de la tenacidad, y consiga perpetuar su imagen más allá de lo que la colisión de aquellos dos polos extremos permitía imaginar. Pero para que ello ocurra, para que la Naturaleza, afectada de arrebato y de muerte, de ansia y de frustración, de locura y de agotamiento, pueda devenir en paisaje, hace falta que en ella se introduzca un espíritu reificador inverso, un demiurgo con capacidad de generación del éxtasis. El paisaje, que en muchas ocasiones se ha definido como la Naturaleza vista desde la perspectiva del hombre, la Naturaleza humanizada, en realidad, en la tradición neorromántica europea, es justo lo contrario: Naturaleza intercedida por la mano oculta de algún dios menor ?o de alguna diosa menor.

 

La Naturaleza sola, ¡qué horror!, manifestaba Max Jacob. '¡Ese lugar donde los pollos se pasean crudos!', había exclamado ante una invitación a salir al campo. Y es que la Naturaleza sin ninfa nunca podrá ser paisaje.

 

Las ninfas son diosas menores asociadas a un lugar concreto, eventualmente a un río o a un arroyo, a un manantial, a una montaña, a una arboleda, a una fuente. Las ninfas del mar, de los lagos y de los estanques, se llaman ondinas. Porque en general hay diversas clases de ninfas: las Náyades son las de las fuentes; las Nereidas, del mar, y por eso sus extremidades inferiores tienen forma de cola de pez; las Oréades, de las montañas; las Orodemníades, de las grutas; las Melíades, concretamente de los fresnos; las Dríades o Hamadríades o Adríades, de los árboles en general. Así que cuando el artista Elger Esser titula la exposición del Casal Solleric de Palma 'Nympheas y Ondinas' está casi incurriendo en un retruécano.

 

El paisaje sin ninfa es naturaleza muerta, en el sentido más cerrado de la tectónica pictórica tradicional. Un lugar-objeto, una coordenada geográfica que puede describirse con las meras herramientas de la topografía. Una sentina de la física donde todavía no se ha inventado la magia. Rilke habló de aquel ángel terrible que nos acompañaba ante el estallido de la belleza. Ese ángel también era de la familia de las ninfas.

 

2. Renacimiento del pasado.

 

Sabemos por Roland Barthes que el tema recurrente de la fotografía es la muerte, y por tanto que el protagonista principal de cualquier toma es siempre el pasado. Eso a veces queda disimulado bajo una capa de espontaneidad, o gracilidad, o gratuidad, o ternura; o bien, en otras, lo hace bajo la circunspección de la función objetivista del ojo ciego para lo que vendrá después de que pestañee, y entonces los objetos retratados (como en el caso de la escuela de Düsseldorf generada alrededor de Bernd y Hilla Becher) simulan perentoria eternidad cuasi mineral, una especie de inmanencia ubicada fuera del tiempo, como si pudiera eludirse su condena con la burda técnica de quedarse completamente parado (que es lo que hacen siempre los objetos). Pero el tiempo todo lo puede, e incluso lo que está en principio fuera de él, lo que carece de vida en el sentido literal, como es el caso del mundo objetual que comentamos, envejece también, dibuja su pasado y su presente, y nos previene de su futuro inapelable y dramático, tan parecido al nuestro.

 

Elger Esser maneja este planteamiento del tiempo aparentemente detenido sobre las cosas vivas, sobre el paisaje poblado por las ninfas que le confieren su naturaleza mágica, en un inusual viraje: aquí el que viaja hacia el pasado que parece permanecer inalterable ?aunque no como recuerdo, no en su vertiente relativa a la memoria?, es el espectador, conducido de su mano a recorrer un camino inverso al de la flecha convencional del envejecimiento, y con tantas similitudes con la añoranza de un tiempo pasado que incluso uno se encuentra en la estupefacta sensación de haber caído en una crisis de nostalgia, si bien de algo que no se ha vivido ni por tanto puede ser recordado ni añorado, pero de algo sin embargo que nos trastoca en lo más íntimo y nos perturba. '¡Todo Ángel es terrible!'.

 

Las imágenes se ralentizan por medio de una larga exposición, que además es apuntillada con la basculación del peso de la luz en los fotogramas, hacia el blanco antiguo por una parte, y también, por otra, sobre las cosas, hacia una luminosidad ennegrecida, que apuesta antes por el espíritu del aire cargado de simbolismos que por la nomenclatura del detalle informativo, como ya comentó Elena Vozmediano a raíz de la exposición del artista alemán en la galería Fúcares de Madrid en 2006. En esa reflexión comentaba la crítica que siendo Esser un fanático de la deltiología (es decir, del coleccionismo de tarjetas postales, usualmente antiguas), había optado no por la postal colonial para su inspiración sino por la postal turística francesa de ese mismo momento. 'Elige una imagen, la escanea y amplía a formatos que alcanzan en ocasiones los tres metros', dice. Esa ampliación, junto con el basculamiento de la luz comentado, tiene consecuencias sorprendentes sobre la relación del espectador con el tiempo.

 

Pero en una vuelta de tuerca más, Elger Esser, en la exposición del Casal Solleric de Palma, nos ofrece por primera vez las imágenes de olas del mar en pleno desarrollo, olas que por su propia constitución instantánea no permiten la exposición prolongada que tanto gusta al artista. Pero bajo su mirada, esas olas, que también están habitadas por sus correspondientes ninfas, las ondinas, se muestran intemporales, antiguas pero no fenecidas, pertenecientes a un resquicio del tiempo que nada tiene que ver la cuenta de las horas.

 

3. En busca de la belleza perdida.

 

El ambiente del agua, sea estancada o marina, constituye siempre una llamada de invocación a que comparezca el ángel terrible de la belleza. Es terrible porque, como a Medusa, no se la puede mirar directamente a los ojos sin correr el riesgo de quedar ciego para el mundo, ese lugar que en definitiva es el de las cosas no bellas y, por tanto, el espacio por el que deambulan los ciegos de la belleza. Mirar en busca de la belleza perdida es así una forma de recuperar una facultad cercenada, y también la de perseguir la ilusión de un pasado que nunca existió más que en los ecos de las sombras que la cultura ha proyectado en la caverna de la imaginación. Volvemos así al paisaje como construcción humana, y en tanto ésta, en el caso de Elger Esser, como artefacto cultural en toda regla.

 

La fotografía de Elger Esser emana, pues, culto poso y misterio, magia y paradoja, sentimiento y sensibilidad. Su maestría consigue además convertir la imagen fotográfica, fiel producto de la era de la célebre 'reproductibilidad' benjaminiana, en un fuego solitario y primigenio que parece encendido en la noche sólo para dar refugio a nuestra alma perdida. De hecho muchas de sus piezas son de tirada única, para mayor énfasis.

 

En algunas ocasiones Esser ha procedido incluso a colorear a mano ampliaciones en blanco y negro de antiguas postales, lo que, además de incidir en lo anteriormente señalado, genera una extraña yuxtaposición de fenómenos que tienen que ver con lo que comentábamos antes, la superación del tiempo mediante su enjaulamiento en un pasado visitable, recuperable pese a no pertenecernos -lo cual constituye una auténtica deflagración en nuestro subconsciente.

 

Si el concepto de belleza, tras todos los movimientos que han ido componiendo lo que se ha dado en llamar la postmodernidad, parecía que había sido arrinconado en un remoto y poco prestigioso asilo de ancianos, ahora podemos aseverar, ante la extraordinaria obra de Elger Esser, que vuelve a ser vigente y goza de una salud a prueba del paso del tiempo. Entre otras cosas, como demuestra la obra de este insigne artista alemán, porque belleza y tiempo son dos extremos, y la única manera de escabullirse de uno es refugiarse en el otro a pleno pulmón. Como corresponde al planteamiento neorromántico que está en la base de todo su trabajo, Elger Esser nos propone recuperar la belleza perdida sumergiéndonos en un tiempo cuya sustancia permanece hundida bajo las aguas, fuera de nuestro rango.

 


Imágenes de la Exposición
Elger Esser

Entrada actualizada el el 26 may de 2016

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