Descripción de la Exposición ------------------------------------------------------- ------------------------------------------------------- Ante el conjunto de los hierros y aceros, y de los dibujos, grabados y collages recientes que nos propone Ugarte, uno piensa que el escultor ha entrado en esa particular y excelsa fase de la vida, que sigue a la de la madurez y que podríamos denominar la de la plenitud, a la que sólo algunos elegidos tienen acceso. En ese estado de totalidad, de integridad, de apogeo, el artista se muestra capaz de dominarlo todo y de sobrepasar inclusive el centro de gravedad de su creación, para ser de nuevo otra vez libre, libre como al principio. Resulta difícil al que comenta prestar la palabra al que crea. Por eso traigo aquí y me atrevo a poner en boca de Ugarte las frases que, poco antes de empezar a componer su Quinta Sinfonía, escribió Gustav Mahler: "Mi actividad de crear es hoy la de un adulto, la de un hombre dotado de profunda experiencia. Es verdad que no rechazo mis ya antiguas cotas de entusiasta exaltación, pero es ahora cuando me siento en plena posesión de mis poderes y de mi técnica, es ahora cuando percibo que domino mis propios medios de expresión, es ahora cuando me considero capaz de realizar cualquier cosa que me proponga". Lo que se propone Ugarte es traspasar el lenguaje conocido de sus orígenes de escultor constructivo, para edificar una obra que vaya más allá de esa misma penetrante noción y estilo de constructividad, aventurándose a averiguar lo que se oculta debajo de ella; es decir, lo inmanente. Ese principio de permanencia absoluta no es otro, en el caso de nuestro escultor, que la acción continuamente afirmativa de la Naturaleza, y asimismo la acción de lo que el hombre hace o constituye como efectivamente real. Recuerdo, a este respecto, el día en que inauguramos en el puerto guipuzcoano de Pasajes de San Pedro -lugar natal de Ricardo- su monumental y formidable Ancla, pintada de rojo intenso -un "rojo industrial"- sobre un impoluto basamento blanco. Es un monumento altivo y bello, protagonizado por la forma de ese instrumento náutico, parecido a un arpón o anzuelo doble, compuesto de una barra larga, o "caña", que lo proyecta en el espacio, y terminado en su base por unos brazos cortos o aletas pesadas que hacen que el ancla resulte especialmente consistente y firme, según su destino de aferrarse a la tierra en el fondo del mar. Comprendí aquel día luminoso los componentes "de Naturaleza" y "de realidad" que dan sentido personal a la poética neoconstructivista de Ugarte. Saltaban a la vista sus referencias directas al mar y a las invenciones e industrias humanas que tratan de enseñorearse de las aguas. No tardarían en venir después las series de proas y tajamares, que acaban de culminar ahora en La Proa de la Memoria (2007), en Leganés (Madrid), y en el Homenaje a San Juan de la Cruz (2006), en Ávila. Y comprendí de una vez por todas que en la práctica de Ugarte esto siempre había sido y sigue siendo así: que el suyo es un constructivismo poético absolutamente personal, de fuerte vibración lírica, hasta hacer temblar el carácter imponente de las grandes y gruesas planchas de hierro y de acero de sus series Huecos habitables, Lugares de encuentro y Muros desafiantes, y hasta lograr que sus composiciones arquitectónicas se sinteticen y se humanicen al extremo, y que se inclinen en diagonal ligera frente al viento y hacia el mar, como ocurre con emoción especial en su Homenaje a Oteiza, de 2004, el año siguiente al de la muerte del polémico gran maestro. Resultaba y era inevitable citar aquí a Oteiza, en cuya figura de cíclope se confundieron definitivamente, en un todo único, las teóricamente separadas "estética de la cultura" -constructivismo y metafísica de la modernidad- y "estética de la Naturaleza -organicismo, gestualidad, mística. Es decir: la proa poética del arte de la constructividad, cortando las aguas y abriendo caminos a una escultura que, contra viento y marea, se sigue afirmando como cuerpo efectivo o espacio tridimensional, en una coyuntura como la presente, en que buena parte de "lo escultórico" -para bien o para mal- ha cesado de ser efectivamente escultura, y postula otros dominios -"dominios extendidos"- para lo que ha sido, desde tiempo inmemorial, la practica de este arte.
Lo que se propone Ugarte es traspasar el lenguaje conocido de sus orígenes de escultor constructivo, para edificar una obra que vaya más allá de esa misma penetrante noción y estilo de constructividad, aventurándose a averiguar lo que se oculta debajo de ella; es decir, lo inmanente. Ese principio de permanencia absoluta no es otro, en el caso de nuestro escultor, que la acción continuamente afirmativa de la Naturaleza, y asimismo la acción de lo que el hombre hace o constituye como efectivamente real. José Marín-Medina