Descripción de la Exposición
Girbent reincide aquí en unos de sus temas predilectos: su fascinación por los museos y por la tradición pictórica occidental
Con esta propuesta, Girbent deja de lado por el momento su pasión por el tema de la réplica entendida como un clan susceptible de funcionar como un sustituto perceptualmente indistinguible del original... el plan es ahora otro, de naturaleza harto distinta: el artista no se plantea la copia exacta de un Vermeer... sino la representación/repetición a tamaño natural de una serie de paredes cuidadosamente escogidas: en concreto, fragmentos (190x190 cm) de muros de diversos museos del mundo. En este caso, muros en los que se exhiben las siete obras maestras de Vermeer más unánimemente aclamadas... *
De ello se deriva que el objetivo aquí no es la réplica de un objeto, sino de un entorno: lo que Girbent pinta aquí es un paisaje... o algo a medio camino entre un paisaje y una naturaleza muerta: naturaleza muerta que incluye un cuadro, esto es, una pintura pintada (no podemos evitar un estremecimiento cuando intuimos cuan vertiginosa podría llegar a ser esta recursión). Por otro lado, algunos de los Vermeer representados incluyen a su vez pinturas pintadas...
Lo que Girbent mete entre el marco pintado de la obra maestra representada y el marco (si lo hubiera) de su propia pintura física -esto es, entre los dos límites de las dos pinturas, la pintada y la real- es el mundo.
El artista pinta algo que en absoluto parece, a primera vista, innovador: un fragmento de espacio/tiempo iluminado por una determinada luz: una duración, que diría Bergson... pero, como veremos, una duración con aires de eternidad.
Al replicar el fragmento de muro y la pintura que contiene, el artista lo que pinta en esta ocasión es un aspecto de dicha pintura: el artista renuncia a la réplica del objeto absoluto para plasmar un punto de vista- una mirada- sobre dicho objeto. Parece claro que ello nos retrotrae a los preceptos de la pintura impresionista... pero Girbent elude esta implicación eliminando de su pintura todo lo que no es esencial, toda distracción: decide trabajar solo con tres elementos -pintura, marco, pared- y repetirlos a tamaño real, para a continuación ensamblarlos perfectamente a partir de los pertinentes efectos de luz, creando un potente efecto óptico, una sensación visual cercana al trampantojo.
Si analizamos con la suficiente atención la operación, nos damos cuenta de que esta tiene más de construcción que de impresión: de hecho, el artista primero se centra en la obra maestra, que coloca en el centro de su tela en sus dimensiones originales. Luego, alrededor de la pintura sur q i r a, a p r op o r c i on, un marco... y alrededor del marco, la pared, esto es, el espacio: un espacio (y un tiempo) en el que la obra maestra se incrusta y del que forma parte... Un mundo (con toda la complejidad que ello en potencia postula) ha surgido a partir de un centro, se ha tejido alrededor de un vórtice, la pintura pintada: una estrella dotada de su propio campo magnético, de su pertinente poder de atracción.
Estamos ante un interesante punto medio logrado entre dos modelos aparentemente antagónicos: instante pintado versus esencialismo atemporal. Las pinturas pintadas incrustadas en estas obras de Girbent son parte de un instante sensible captado en el transcurso inexorable del tiempo: una duración habíamos dicho... o "una mirada de Dios" (Deleuze dixit) sobre el objeto. Pero simultáneamente estas pinturas destilan atemporalidad: en su sereno silencio y su radical esencialidad remiten a lo eterno.
No son estas las únicas síntesis afortunadas (entre paisaje y naturaleza muerta, entre impresión y esencialidad, entre instante y atemporalidad) que el artista alcanza en esta serie. Girbent parece haber alcanzado también un muy interesante punto medio entre la tradición y lo contemporáneo: no es descartable que precisamente en ello resida su irreductible singularidad.
* No es improbable que este gesto de Girbent guarde algún tipo de relación con el que lleva a cabo
W. G. Leibniz cuando explica de qué manera procede Dios en su acto creador: Dios no crea a Adán pecador, sino que crea el mundo en el que Adán peca (un mundo que incluye a Adán pecador)
Arturo Castro
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