Descripción de la Exposición
El culto a la curva desarrollado por Jacinto Moros en su obra goza, como buena producción de sólidos fundamentos, de una textura prismática por la que se expanden las interpretaciones y las ricas metáforas. Un caleidoscopio que arroja lecturas formales como la medida abstracción de sus gofrados o el juego de niveles que caracteriza a sus esculturas de madera. A partir de estos dos núcleos creativos nace una poética en torno al movimiento, donde las formas fluyen y el dinamismo recoge las principales virtudes de nuestra tradición escultórica. Ya sea en un terreno como el plano, presente en su obra gráfica, o en el desafío espacial de las piezas tridimensionales.
Estamos ante un trabajo meticuloso y experimentado en el que advertimos la paradoja del movimiento sostenido, ese instante eterno que olvida su origen y sus posibles ramificaciones, que aun siendo conceptos omnipresentes, no resultan condicionantes. Las obras de Jacinto existen, viven en el momento, dialogan amablemente con quien las contempla e incluso comparten sin vanidad la atemporalidad que las nutre. De ahí que dichas curvas, protagonistas formales de su producción, se sientan igual de cómodas entre cálculos euclidianos como entre las más valientes teorías relativistas.
Porque otra de las constantes sutiles en las obras de Jacinto son los diálogos que establecen ciencia y naturaleza. La ciencia, el proceso; la naturaleza, el árbol que muta en madera y, a su vez, se transforma en el papel que también ejercerá de materia prima. Giros procedimentales tan fluidos como los tirabuzones que describen sus esculturas, en las que la inspiración de Jacinto las impele como un motor de reacción y los materiales componen unas estelas en las que identificamos las medidas humanas o el comportamiento de la energía al interactuar tanto con las superficies como con las fuerzas que rigen el universo.
La referencia a Bertrand Russell es casi inevitable cuando, al hablar de las matemáticas, insistía en, no solo en la verdad inherente a ellas, sino también en la belleza suprema que representan. En sus palabras, “una belleza fría y austera, como aquella de la escultura, sin apelación a ninguna parte de nuestra naturaleza débil, sin los adornos magníficos de la pintura o la música, pero sublime y pura, y capaz de una perfección severa como solo las mejores artes pueden presentar. El verdadero espíritu del deleite, de exaltación, el sentido de ser más grande que el hombre, que es el criterio con el cual se mide la más alta excelencia, puede ser encontrado en la matemática tan seguramente como en la poesía.”
Naturalmente, los cálculos de Jacinto van más allá de la belleza fría y austera de Russell al añadir a sus obras la dimensión humana y sublime implícita al color. Humana en la viveza que exhiben las esculturas, sublime en el blanco puro que gobierna el resto de piezas, donde, como ocurre con la propia vida, su crecimiento depende de una luz exterior. Como proyecciones del alma, cada curva representa a una pulsión, los virajes a los que nos suelen llevar las contradicciones, a los ciclos naturales, a las simetrías y, finalmente, a los ascensos y descensos que caracterizan a cualquier búsqueda de respuestas y el tan deseado libre albedrío.
Bill Jiménez
Formación. 08 may de 2025 - 17 may de 2025 / Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (MNCARS) / Madrid, España