Adrià Goula muestra la fotografía como un objeto independiente y autosuficiente, y no sólo como una ventana a otra realidad. Le interesa que la mirada no atraviese la imagen, sino que quede retenida en la propia fotografía, en la propia impresión fotográfica. Salir de la ventana perspectiva, o quizás mejor, no entrar en ningún otro espacio. Esta propuesta pretende confrontar al espectador con una imagen que no le permite escapar y que le propone recrearse en la belleza de lo real, lo imperfecto.
MONOCROMS es, al mismo tiempo, imagen y metáfora de todo esto. Empezó con el encuentro, en un viaje por Estados Unidos, de estos edificios con las puertas y ventanas tapiadas. Muchos de ellos pintados de un solo color para camuflar la eliminación de las aperturas. La crisis nos aísla, nos cierra sobre nosotros mismos y tenemos que escondernos en falsas apariencias para no mostrar el drama interior. Efectos...de esta crisis y también de un antiguo impuesto que grava el numero y dimensión de las aperturas de las industrias. No podemos ver el interior, todo lo que nos dejan ver es estas superficies maquilladas que no pueden evitar que imaginemos los dramas que esconden.
Una crisis nos debilita, hace que nos sintamos vulnerables y que nos cerremos sobre nosotros mismos, nos aísla. Estos edificios mimetizan esta actitud. Unas fachadas antes abiertas y llenas de ventanas, són ahora impenetrables, herméticas y totalmente opacas. Todas pintadas, enteras, de un mismo color, como para velar lo que hay debajo, para disimular, como un maquillaje. A veces una pequeña abertura recuerda que detras de ella puede haber todavia alguien.
Una arquitectura se queda sin profundidad, como un bajo-relieve. Los teatros romanos recreaban arquitecturas ficticias a partir de construcciones bidimensionales que funcionaban como telón de fondo; aquí estos edificios se convierten también en una escenografía, esta vez de una ciudad fantasma.
Los muros se convierten en una especie de juego de construcción infantil, como un montaje con diferentes tipos de ladrillos, que se combinan entre ellos de diferentes formas para acabar igualmente llenando todo el espacio y no dejando ningún hueco. Como una especie de tetris arquitectónico. Toda la distribución de la fachada pierde su sentido, se convierte en una traza de lo que fue aquel edificio, en una memoria estampada en la fachada ciega.
En estas fotografías no podemos entrar, nos frena la frontalidad e impermeabilidad de la imagen. Quedamos atrapados en un estrecho espacio entre nuestro mundo y el otro, que se convierte en impenetrable. La potencia de estas estructuras ortogonales y su color unitario reduce el espacio de la fotografía para convertirlo casi en un elemento bidimensional, y físico, colgado delante de nuestro. Un elemento con una gran carga formal y gráfica, que hace que la imagen vibre entre lo figurativo y lo abstracto.
Entrada actualizada el el 20 oct de 2020
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