Descripción de la Exposición Madurez y exigencia son dos calificativos que sientan mejor que bien a la obra de Juan Manuel Puente. El artista, que siempre ha hecho del enfrentamiento con su pintura la pugna concienzuda, esforzada, indagadora que reclama toda vía consciente hacia el conocimiento, sigue planteando, en cada nueva exposición, ambiciosos enigmas que hacen al espectador partícipe de un efecto que supera los límites de la manera y del soporte en que su arte se asienta: la pintura de Puente nunca finaliza al mudar el plano perceptivo, al tomar una diferente referencia visual; su trabajo se prolonga en el pensamiento del espectador, apela a su condición inteligente, lo reta, lo estimula a construir su propia especulación, lo atrae hacia su abismo y lo inquieta con interrogantes que, muchas veces, carecen de respuesta. Carecen de respuesta, o la necesitan mágica, consoladora o dogmática. Así son las que aportan la filosofía, la religión, el psicoanálisis. La pintura de Juan Manuel Puente está atravesada por una profunda preocupación ontológica, por un aliento trascendente que desliza su campo reflexivo desde la cuestión de la naturaleza del ser, hasta el enfrentamiento del ser con la nada, aceptando o negando, según intervengan intuición o razón, ese cerco al natural deseo de eternidad. Es su arte la proyección de una clara conciencia de los límites (la muerte, la insuficiencia del lenguaje, la temporalidad), pero, al mismo tiempo, es regeneración y atrevimiento a superar la divisoria en un supremo anhelo de permanencia. Una línea y dos campos de color bastan a Juan Manuel Puente para devolver al espectador la aspiración, angustiada y ansiosa, de querer conocer qué es lo que hay más allá del origen y del adiós del ser. Dos campos nunca fríos, sí profundos; sombríos y candentes, ondulantes y calmos. Y siempre iluminados por el ascua interior de alguna incógnita. Una línea que es límite, tajo en la vana ambición humana de perdurar, emblema de la poquedad del ser y de su insolvencia ante el misterio, la naturaleza o su misma finitud. Hija del logos, la conciencia del límite se enfrenta a la ambición de infinito y alimenta la experiencia existencial que justifica la obra de Puente: esa dialéctica entre aceptación y rebeldía, transgresión y conformidad, deseo y experiencia. Juan Manuel Puente ha decidido situar al espectador ante el paisaje mental del horizonte. Es su objeto de contemplación el mar, el mar despierto y solo como lo vio Juan Ramón, tan sin conciencia de sí 'en un eterno conocerse, / (....) y desconocerse.' Pero esto es lo de menos. Puente ha depurado de tal modo su mirada que lo que vemos en el lienzo son dimensiones psíquicas o metafísicas; son conceptos teóricos, Espacio, Tiempo, Profundidad; conceptos que en sí mismos llevan la dimensión infinita. El horizonte es el choque entre estas magnitudes, la caída en cuenta de la razón lógica y la manifestación del límite que imponen la realidad y su experiencia. Límite que en sí encierra la tentación de su quebrantamiento. Cada pieza expuesta por Juan Manuel Puente tiene apariencia de lienzo y valor de símbolo, de escena metafísica en la cual nada se representa sino que simplemente acontece, y acontece desde la infinitud del Tiempo en la profundidad del Espacio. De este modo, lo que podría pasar por ser una colección de nocturnos inducida por la esfera imaginativa romántica, adquiere su esencial condición metafísica al desaparecer la escala, la anécdota y la narración de lo representado, elemento, el primero, que resulta trascendental en una tela de obligada referencia al ocuparnos de estas pinturas de Puente, como es 'Der Mönch am Meer' de Caspar David Friedrich. Puente, al contrario que el portento prusiano, extrae del cuadro la escala humana, la terrenalidad de la línea de costa, y se aleja de su solipsismo. Puente no muestra un conflicto de dimensiones entre el Universo y el yo, o entre vida material y vida espiritual, con sus ramificaciones éticas, didácticas o patológicas, sino que, transfiriendo al mundo natural la intuición de eternidad, anuncia el triunfo absoluto de la Naturaleza, su evidencia sola, exacta y franca, y la seguridad de su fortaleza y persistencia, de su magnificencia y dominio sobre los perecederos desvelos, insidias y quehaceres de ese pequeño y evolucionado ser que puebla sus reales y se envanece en sus predios. La Naturaleza ha ganado la pugna por la infinitud, viene a decirnos. El Ser la ha perdido, confinado en sus límites. Los campos de Puente son espacios de color, pero también lo son de luz, de aire. Y en su superficie densa, estriada, trabajado a conciencia su mudo movimiento, hay rastros de esa luz que se conmueve al ver al ser humano debatirse y meditar en lo oscuro. En la mínima porción de esa gama de azules, de grises o de negros; en el mar imposible que el artista ha concebido, o ha soñado con la cualidad cromática de la tierra que cubrirá nuestros hechos humanos, hay esa luz de fondo que seduce y sugiere asaltar una línea que está, pero no es. La obra pictórica última de Juan Manuel Puente, lejos del estatismo rothkiano, muestra una pintura intensa y dramática que conversa con el afán y la tiniebla, con la existencia y la nada, con el razonamiento y la turbación. Es pintura para ser mirada muy de cerca por un ojo nunca cautivo de lo intrascendente. Contiene la medida de la condensación poética, y en sus negros, azules, grises, tierras, está su adhesión al postulado de hacer más con menos, de pensar más con menos. Juan Manuel Puente ha situado al espectador ante el límite visual del horizonte. Línea que es ilusoria, pero cierta. Línea que es seducción y expectativa. Línea que es más allá, y más adelante. Línea que delimita lo que no tiene fin. Línea de meditación y de atracción. Línea que pide ser violada para verse caer, del otro lado, al infinito.
Exposición. 26 nov de 2024 - 16 mar de 2025 / Museo Nacional del Prado / Madrid, España
Formación. 23 nov de 2024 - 29 nov de 2024 / Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (MNCARS) / Madrid, España